La eutanasia ha sido recientemente legalizada en España y este mismo jueves la Asamblea francesa examina un proyecto de ley para regular igualmente la muerte provocada de personas enfermas. La ofensiva está en marcha en muchos países pero a pesar de ello hay voces que siguen alzándose ante una práctica atroz. Son personas religiosas, pero también agnósticas o ateas, médicos, pacientes, juristas y también intelectuales…
Uno de los que se acaba de mostrar más contundente en contra de la eutanasia es el controvertido escritor francés Michel Houellebecq, que en una tribuna en Le Figaro habla del proyecto de ley francés y asegura que “una civilización que legaliza la eutanasia pierde todo derecho al respeto".
Houellebecq es un personaje que a nadie deja indiferente ni en Francia ni en el resto del mundo. Sus novelas, entre las que destacan Sumisión o Las partículas elementales, han tenido tantas ventas como ataques. Debe ir con escolta por denunciar el islamismo que gana fuerza en Europa, pero también abiertamente afirma que aunque él no tiene fe y experimenta grandes contradicciones en su vida será el resurgir del catolicismo lo que salvará a Francia.
Con respecto a la eutanasia, el escritor francés afirma en su escrito que “supone una ruptura antropológica sin precedentes” y una “cuestión de vida o muerte”, por lo que con su peculiar forma de expresarse explica por qué se opone ferozmente a ella.
Pero empezando por el final de su artículo, es importante destacar que un personaje como Houellebecq afirme de manera tan contundente lo siguiente: “Aquí tendré que ser muy explícito: cuando un país -una sociedad, una civilización - llega a legalizar la eutanasia, pierde a mis ojos todo derecho al respeto. Por tanto, no sólo resulta legítimo, sino deseable, destruirlo; para que algo más, otro país, otra sociedad, otra civilización, tenga la oportunidad de acontecer”.
Para hacer ver su argumentación este escritor hace tres breves proposiciones para introducir su oposición a la eutanasia.
En primer lugar recuerda que “nadie quiere morir. Generalmente preferimos una vida disminuida a ninguna vida; porque todavía quedan pequeñas alegrías. ¿No es la vida, casi por definición, un proceso de disminución de todos modos? ¿Y hay alegrías además de las pequeñas alegrías?”.
Su segunda proposición es que “nadie quiere sufrir, es decir, sufrir físicamente”. Este intelectual agnóstico afirma que “el sufrimiento moral tiene sus encantos, incluso podemos convertirlo en un material estético (y yo no me he privado de ello). El sufrimiento físico no es más que un puro infierno, carente de interés y significado, del que no se puede aprender ninguna lección”.
Pero esto va unido a su tercera proposición, “la más importante”, y es que se puede eliminar el sufrimiento. Y para ello habla por ejemplo del descubrimiento de la morfina. No habla, sin embargo, de la importancia vital de los cuidados paliativos a la hora de reducir el terrible sufrimiento y de los dolores de los enfermos terminales.
Sin embargo, donde quería llegar Houllebecq era al hecho de que al omitir estas tres proposiciones y que la ciudadanía no las conozca se pueden entender las encuestas a favor de la eutanasia, donde supuestamente una abrumadora mayoría se muestra favorable.
“El 96% de las personas entiende que se les hace esta pregunta: ‘¿preferirías que te ayudaran a morir o pasar el resto de tu vida en un sufrimiento terrible?’”, explica.
Por ello, Michel Houellebecq señala que “los partidarios de la eutanasia se llenan la boca con palabras cuya significación tergiversan hasta tal punto que ni siquiera deberían tener derecho a pronunciarlas. En el caso de la ‘compasión’, el engaño es evidente. En lo que respecta a la ‘dignidad’, es más insidioso. Nos hemos apartado claramente de la definición kantiana de dignidad, sustituyendo poco a poco el ser moral por el ser físico (negando incluso el concepto de 'ser moral') y sustituyendo la capacidad, específicamente humana, de actuar en obediencia al imperativo categórico, por el concepto, más animal y más plano, de estado de salud, que se ha convertido en una especie de condición de posibilidad para la dignidad humana y ha terminado por representar su único significado auténtico”.
En su opinión, una de las tretas más comunes para defender la eutanasia en Francia, aunque también es válido para el caso español o de otro estado es que va “atrasado” con respecto a otros países. “Buscando los países en relación con los que Francia estaría ‘detrás’, sólo se encuentran Bélgica, Holanda y Luxemburgo; realmente no estoy impresionado”, asegura.
Prosiguiendo con su argumentación, Houellebecq explica que la exposición de motivos de la ley francesa está llena de citas de Anne Bert, una escritora francesa que fue a Bélgica para que le practicaran la eutanasia, lo que a él le ha “despertado sospechas”.
“Cuando ella afirma: ‘No, la eutanasia no es eugenesia’; es evidente, sin embargo, que sus partidarios, desde el ‘divino’ Platón hasta los nazis, son exactamente los mismos. Del mismo modo, cuando continúa: ‘No, la ley belga sobre la eutanasia no ha fomentado el expolio de herencias’; confieso que no había pensado en ello, pero ahora que lo menciona…”, afirma el escritor.
Pero también argumentaba Anne Bert que “la eutanasia no es una solución de orden económico”. Sin embargo, hay indudablemente ciertos argumentos sórdidos que sólo encontramos entre los ‘economistas’, si es que el término tiene algún significado”. Fue Jacques Attali quien insistió mucho, en un viejo libro, en el coste que supone para la colectividad mantener vivos a los ancianos”.
En su opinión, “los católicos resistirán lo mejor que puedan, pero, por desgracia, nos hemos acostumbrado más o menos a que los católicos pierden siempre. Los musulmanes y los judíos piensan sobre este tema, como en muchos otros temas llamados ‘sociales, exactamente lo mismo que los católicos; los medios de comunicación generalmente hacen un buen trabajo para disimularlo. No me hago muchas ilusiones, estas confesiones acabarán por plegarse, sometiéndose al yugo de la ‘ley republicana’; sus sacerdotes, rabinos o imanes acompañarán a los futuros eutanasiados diciéndoles que no es tan terrible y que mañana será mejor, y que aunque los hombres les abandonen, Dios cuidará de ellos. Admitámoslo”.
Por último, Michel Houellebecq afirma que “quedan los médicos”, de los que confiesa que no tenía muchas esperanzas “porque nos los conocía bien”. Pero es “innegable –añade- que algunos de ellos se resisten, se niegan obstinadamente a matar a sus pacientes, y podrían seguir siendo la última barrera. No sé de dónde sacan esa valentía, quizá sea el respeto al juramento hipocrático: ‘No daré veneno a nadie, aunque me lo pidan, ni sugeriré tal uso’. Es posible; debe haber sido un momento importante en sus vidas, el pronunciamiento público de este juramento. En cualquier caso, es una bonita pelea, aunque uno tenga la impresión de que es una pelea ‘por el honor’. No es precisamente nada, el honor de una civilización; pero es algo más lo que está en juego, a nivel antropológico es una cuestión de vida o muerte”.