El pasado 7 de julio, Nelda Paz Ferrando hizo su Primera Comunión. Nelda es una mujer adulta que concluía así un proceso de conversión muy largo desde su infancia judía y sus contactos adventistas, y que tuvo sus momentos decisivos durante su matrimonio con nuestro colaborador Gastón Escudero. Nelda, como Gastón, es chilena. Ambos son padres de un niño de 10 años y de otros tres que perdieron antes de nacer.

-Ha tenido que ser muy duro…

-Siempre pensé que si Dios me daba la oportunidad de tener un hijo, me gustaría criarlo y creo que es el trabajo más importante que nos puede dar la vida.

-¿Cómo fue su vida antes de casarse?

-Mis padres se separaron cuando yo era muy joven y viví serias apreturas económicas. A pesar de ser aceptada en la carrera de medicina en una de las mejores universidades del país, debí renunciar para estudiar una carrera corta y ayudar a sostener a mi madre y mi hermano. Estando ya trabajando, decidí estudiar otra carrera en paralelo, así que además de trabajar, estudiaba de noche y, como sabía idiomas, hacía traducciones para aumentar mis ingresos. Cuando al fin conseguí un puesto que me permitió un ingreso mejor, mi madre enfermó de cáncer y debí endeudarme para costear su tratamiento, pero no fue posible salvarla. A poco de morir mi madre comencé a salir con mi marido.

-¿Puede explicarnos su infancia y su formación judía?

-Mi madre nació en un hogar judío, fue criada en un ambiente muy ortodoxo y luego en la juventud dejó su hogar para vivir con familiares y ahí conoció a mi padre, de familia católica pero no practicante. El amor la llevó a casarse civilmente con él y cortar vínculos con su familia, pero mantuvo la práctica de su fe. Durante mi niñez mi madre nos inculcó la religión judía con su observancia. Todo esto hasta los 12 años, edad en que, según nos indicó, seríamos libres de optar por la fe que prefiriéramos.

-Porque usted estaba ya bautizada…

-Mi abuela paterna le pidió a mi madre que mi hermano y yo fuéramos bautizados por la fe católica, porque para ella era importante. Mi madre aceptó. Fui bautizada al nacer.

 -¿Con qué idea de la Iglesia creció?

-Yo no tenía mucha información sobre la fe católica, sólo conocía algunos ritos y celebraciones por la familia de mi padre y además porque, si bien no era católica, fui a un colegio de religiosas, donde nunca me impusieron la religión, puesto que sabían mi condición, pero me aceptaron y me dieron mucho cariño.

-¿Cómo entró en contacto con los adventistas?

-En algún momento de mi vida, mi madre retomó el contacto con su familia y se enteró de que mi abuela materna se había convertido al adventismo, situación que la llevó querer conocer más sobre esta religión. Al poco tiempo, decide participar en servicios religiosos adventistas, estudios bíblicos y buscar una relación cercana con Jesucristo. Es así como se convierte al cristianismo. Yo, ya de 14 años, acepto acompañarla a los servicios religiosos, pero sin ser miembro de dicho culto.

-¿Cuáles eran sus convicciones íntimas?

-Nunca pertenecí a ningún culto. Si bien en la niñez practiqué la fe judía, era una imposición de mi madre y luego la acompañé a los servicios adventistas pero sin llegar a ser miembro de esa iglesia, donde no se expresan muy bien de los católicos, generando gran desconfianza hacia la Iglesia (anticristo, idolatría).

-¿Creía en Dios?

-Dios siempre estuvo en mi corazón y en mi vida, los preceptos de vivir una vida conforme a los Mandamientos y de ser una buena cristiana estuvieron siempre presentes.

-¿No se sentía confusa?

-Lo peor para un niño es la dualidad en los cultos, puesto que uno siente que no pertenece a nada y con mensajes contradictorios. Ya de adulta no practicaba ninguna religión. Vivía de acuerdo con la formación que recibí de mi madre. Por eso cuando conocí a Gastón (mi esposo) y acepté casarme con él, acepté criar a los hijos que tuviéramos en la fe católica, pero sin yo practicarla ni pensar en convertirme. Y eso que mi madre me hizo prometerle que jamás me casaría con un católico.

-¿Nunca antes había sentido alguna llamada a la Iglesia?

-Dios siempre me habló y me llamó y ahora lo veo. Es así que debo comentarte esta experiencia que creo que forma parte de ese llamado. Mi madre estuvo varios años enferma de un cáncer. En su último año de vida, estando hospitalizada, la voy a ver y me comenta que había recibido la visita de un sacerdote y que la había tratado con mucho cariño y le había infundido una gran paz. Después de que el sacerdote se fue, le preguntó a una de las enfermeras por él, pero ella se extrañó puesto que la clínica no permitía las visitas de sacerdotes para no perturbar a los pacientes.  En esa misma semana, una compañera de trabajo me había hablado del Padre Pío, de cómo había ayudado a una hija suya a recuperarse de enfermedad y me regaló una estampita con su fotografía; a pesar de mi aversión a los santos, producto de mi formación adventista, la guardé no sé por qué. Cuando mi madre me describió al sacerdote que la había visitado, recordé la estampa que llevaba en la cartera, la saqué y se la mostré. “Él es”, me dijo. Quedó tan impresionada al enterarse de que había muerto hacía tiempo, que cuando se recuperó fue a una iglesia de capuchinos a visitar al Padre Pío.

-Aun así, usted no cambió sustancialmente…

-La decisión de convertirme fue fruto de mi matrimonio.

-¿No les inquietó casarse a pesar de esas diferencias religiosas?

-Cuando conocí al que sería mi marido y él me contó que era católico, le manifesté mi temor de que una relación sentimental entre nosotros sería infructuosa debido a nuestras diferencias religiosas pero él, astutamente, me dijo que me relajara y fuéramos viendo de a poco cómo se daban las cosas. Él era de Misa diaria y veía que, a pesar de que no compartíamos la misma fe, sí compartíamos valores morales. Estando ya de novios a veces lo acompañaba a Misa, aunque él nunca me presionó para hacerlo. Eso sí, cuando ya llevábamos un tiempo y empezamos a conversar de matrimonio, me dijo que si nos casábamos debía ser por la Iglesia y que nuestros hijos debían ser bautizados y formados en la fe católica y que cuando fuesen adultos ellos podrían escoger. Pero fue muy claro en esas dos cosas: matrimonio por la Iglesia Católica y formación católica para nuestros hijos; en esto no iba a transar. Como yo veía que él respetaba mi “no catolicidad” y que teníamos comunión de principios morales, acepté.

-¿Qué pasó después?

-Estando ya casados, quise recibir formación de doctrina católica para conocer la fe en que nuestros hijos serían formados. Y como mi marido participaba en el Opus Dei, me contacté con un centro de la Obra y así fue como conocí algo de la predicación de San Josemaría Escrivá, la cual me hizo mucho sentido porque calzaba con las enseñanzas de mi madre: buscar a Dios en el trabajo, hacer las cosas bien aunque nadie se dé cuenta, poner amor a los demás en todo lo que hacemos…

-Su fe se iba fraguando...

-En eso estábamos cuando, en 2014, se me diagnosticó un cáncer avanzado. Debí someterme a varias intervenciones quirúrgicas y a tratamientos de quimio y radioterapia; hoy estoy bien pero con algunas secuelas.

-¿Influyó esa enfermedad en su evolución espiritual?

-Ya en ese entonces, y a diferencia de lo que pudiera pensarse, iba entendiendo que Dios no me abandonaba sino que me iba llamando para estar más cerca de Él. Tal vez el aspecto de la fe católica que más me atrajo es la esperanza en el Cielo: gozar para toda la eternidad de la presencia de Dios en compañía de mi madre, mis hijos y todos mis seres queridos. La esperanza cristiana es inculcada en el catolicismo de una manera que no se da en otras religiones.

-¿Qué decía su marido?

-Aunque él no ocultaba su deseo de que yo aceptara ser católica, nunca quiso imponerme nada. Creo que lo más importante fue que de manera muy natural él “inyectaba”, por decirlo de alguna manera, su fe en la vida familiar cotidiana: rezar antes de comer, rezar el Rosario en los viajes en auto invitándonos a mí y a nuestro hijo a hacerlo (y aceptando cuando le decíamos “no”) y, en general, intentando vivir la moral cristiana en todos los ámbitos. Entonces, de manera muy natural me encontré viviendo “a lo cristiano”, enfrentando todas las dificultades con confianza en Dios. Y en ese entorno fue madurando mi inquietud religiosa.

-¿Cómo terminó dando el paso?

-Un hito importante fue el ingreso de nuestro hijo al colegio del Opus Dei donde estudia hoy. El año pasado el colegio invitó a los padres a asistir a una Adoración al Santísimo y fui; quedé muy impresionada por la solemnidad de la ceremonia y quedó dándome vuelta la idea de comulgar, idea que me volvía cada vez que íbamos a Misa, pero no me decidía a hacerlo. Este año le correspondía a mi hijo hacer la Primera Comunión en el colegio y entonces decidí hacerla con él. Otro hecho importante para mí fue conocer a mi gran amiga Mónica, una española que llegó a Chile y a mi corazón para darme tranquilidad, apoyo y mucha fuerza en la toma de esta decisión.

 

 -¿Cómo vivió la Primera Comunión?

-Muy ansiosa, casi más que mi hijo, por la felicidad de saber que cada vez que se comulga se recibe a Dios mismo y que es un privilegio, del cual no sé si todos los católicos tienen conciencia. Dios habita en nosotros, infunde su Espíritu. Hay un himno adventista que guardo con mucho cariño en mi corazón y que dice “Padre a tus pies me postro, rompe mis prisiones duras, hazme lo que ser debiera, pon tu Espíritu en mi”. ¡Qué maravilla recibir al Señor cada vez que comulgamos!

-¿Qué propondría para que fuésemos más conscientes de ello?

-Creo que uno de los frutos de mi formación judía y protestante fue la importancia de la doctrina y las Sagradas Escrituras. Creo que ahí los católicos estamos al debe y esto es lo que hace que muchas veces buenos cristianos dejan de ser creyentes. Se hace vital la formación doctrinal, en especial de los niños y jóvenes, para que ante tanta información que les llega, tengan claras las cosas. Los cristianos debemos hacer frente a aquellos argumentos que se encuentren en oposición al conocimiento de Dios. Otro aspecto muy importante es la oración. Solos no podemos luchar. Si nos mantenemos como familia cristiana orando juntos podremos superar todas las adversidades. Lo más importante son los cimientos: doctrina, lectura de la Biblia, oración y adoración al Santísimo. La actividad parroquial o las obras de caridad deben ser frutos de la vida cristiana.

-Y ¿cómo debe ser esa vida?

-Creo que debemos ser valientes en defender nuestra fe y nuestros preceptos, aunque no sean ampliamente aceptados. Actuar con amor y coherencia en lo que creemos. Mostrar con nuestra vida que somos hijos de Dios y que actuamos como nuestro Señor Jesucristo lo haría. Darle importancia a lo que de verdad importa, que es la salvación. Muchas veces nos quedamos en el mundo y vivimos para el mundo…