Tony López es ciego de nacimiento, pero no fue realmente consciente de ello hasta los ocho años cuando empezó a estudiar piano con otros niños que sí veían. Hoy este mexicano es pianista profesional tras haberse licenciado por la Escuela Nacional de Música de la UNAM. Es además experto en herramientas tecnológicas para ciegos.
Tras descubrir a Dios ha visto en esta discapacidad visual una misión enviada por el Señor para dar testimonio de Él. Y esta fe ha ido creciendo desde la indiferencia religiosa a una ferviente creencia en la providencia. Por ello, actualmente Tony es también miembro de la Escuela de Pastoral de la Archidiócesis de México.
En un reportaje Vladimir Alcántara Flores en el semanario de Desde la Fe, editado por esta misma archidiócesis mexicana, este joven invidente relata su testimonio de conocimiento y maduración de la fe en un mundo no siempre sencillo para él, así como el poder de la música en su vida.
Tony nunca ha visto la luz del sol, pero sí ha encontrado el camino que aún muchos con su vista intacta no han podido alcanzar: la felicidad que da el sentirse amado por Dios en toda situación y circunstancia, también con su discapacidad.
La música ha sido el camino que le ha llevado a Dios, reconoce el que ahora es pianista del grupo Méssia, centrado en música católica.
Tony cuenta que no fue hasta 1998, cuando tenía ocho años cuando tomó conciencia en toda su dimensión de que era ciego. Ese momento se produjo al entrar a estudiar piano en la Escuela Nacional de Música, donde por primera vez en su vida se encontró con compañeros normovisuales.
“Antes de ingresar a la Nacional de Música había aprendido a tocar el piano ‘de oído’, durante mis dos primeros años de primaria. Como era una escuela para ciegos, recibía el mismo trato que los demás alumnos. Pero en la Nacional de Música fue distinto: ahí recibía un trato especial debido a mi discapacidad; además, pronto me enteré de que ellos escribían, de que hacían cosas que yo no podía”.
Tony y su madre, con quien vive, son ahora profundamente religiosos. Pero no siempre fue así. Cuando era niño, durante un tiempo vivió con ellos su tía Sebastiana, de quien recibió las primeras nociones de fe, puesto que ella lo empezó a instruir en el catecismo. Pero fuera de eso apenas conocía a Dios ni a la Iglesia.
“Mi mamá y yo tardamos en entender de estas cosas. Fue de unos años para acá que comenzamos a profundizar en la fe, ya que antes no conocíamos su sentido real, ni teníamos un apego a la Iglesia”, afirma él.
De hecho, este camino hacia la fe fue guiado por la providencia a través precisamente de un error humano. En 1999, ya siendo estudiante de la Escuela Nacional de Música, la madre de otro niño invidente lo invitó a un evento a tocar el piano, pero le dio mal la dirección, así que Tony llegó a un domicilio equivocado.
Tony le comentó este suceso a la señora y ella lo invitó a tocar a otro evento, al que esta vez sí llegó, y en el que encontró a una persona que lo invitó a tocar con la Estudiantina de la Asociación Pro Personas con Parálisis Cerebral (APAC).
“De no haberse suscitado aquella equivocación yo jamás hubiera llegado a APAC, asociación que sería para mí un gran punto de partida, pues pronto se comenzarían a abrir en mi vida nuevos horizontes, un mundo distinto. Pero cómo en ese entonces la fe no era algo en lo que yo reparara tanto, por mucho tiempo atribuí la equivocación a mi buena suerte”.
En APAC de inmediato lo invitaron a integrarse a la primaria de la propia asociación, y dos años después, en 2001, cuando ya cursaba el sexto grado, conoció a Maurilio Suárez, quien había llegado como suplente del anterior encargado de la estudiantina.
“Empecé a ir con Maurilio a las noches coloniales, lo cual me gustaba mucho. Por aquel entonces, Méssia, el grupo de música que él había fundado, estaba creciendo bastante, y tuvieron un evento, al que me invitó a echarme un ‘palomazo’, pues anteriormente le había grabado yo unos arreglos para alguno de sus discos, y le había gustado”.
Cuando Toño terminó la secundaria en APAC, Maurilio le consiguió una beca para que pudiera estudiar en la preparatoria de la Universidad Lasalle, donde él era director de la Facultad de Ingeniería. “Dos años después cuando ya estudiaba el último grado de la preparatoria, me invitó a formar parte de Méssia”.
Fue entonces, ya como parte de Méssia, que Toño se comenzó a abrir completamente a la fe. “Y es que -platica-, me gustaba escuchar las prédicas que Mauricio daba en sus conciertos. De manera que también comencé a trabajar como tecladista en el grupo musical de una parroquia, y después, por puro gusto e interés de aprender, quise integrarme también a un grupo de jóvenes de otra parroquia”.
Toño cuenta que estas experiencias de vida comenzaron a hacerlo crecer en la fe; a interesarse por las lecturas cristianas; a encontrarle cada vez más sentido a las cosas de Dios, y a sentir una mayor verdad en lo que decía Maurilio en sus conferencias y conciertos.
“Hoy sé, sin temor a equivocarme -refiere Toño-, que mi ceguera tiene un propósito divino; que Dios me creó así para algo. Me he preguntado cuál habrá sido su fin. Y si no me equivoco, tal vez sea para dar testimonio de Él a través de mi persona, para hablar de Él a personas que lo tienen todo, pero les cuesta trabajo ser felices; o bien, a personas que han perdido la vista, y no saben cómo salir adelante”.