Takanori Sakakura se puso Lucas como nombre de bautismo en la pasada vigilia Pascual. A sus 53 años ingresó en la Iglesia católica tras descubrir que la fe aliviaba las "dificultades de vivir". Fue bautizado en la Iglesia Católica de Ube en la prefectura japonesa de Yamaguchi el pasado 30 de marzo. Asami Ohmoto, en el portal UCA News, cuenta su testimonio.
La terrible presión social que viven los japoneses desde bien pequeños es una verdadera epidemia que provoca miles de suicidios y enfermedades al año en el país nipón. Médico de profesión, Takanori vivía deprimido hasta que pudo pasar de "vivir una vida de esfuerzo personal" a "vivir una vida de confianza en Dios".
El viaje a Kenia y su hermano
Es más, como psiquiatra de profesión, Sakakura ayuda a las personas que no desean seguir viviendo, quien mejor que él que sufrió dificultades en este sentido durante muchos años. Aunque pensó en suicidarse desde muy adolescente, cuando estaba en la escuela secundaria se encerró en su casa como un "hikikomori" -personas, en Japón, que no salen de la habitación durante años, ya que carecen de cualquier tipo de esperanza para sus vidas-.
Finalmente dejó de ir al colegio y abandonó la universidad. Incluso después de conseguir un trabajo, se ausentaba muchas veces del trabajo sin permiso. Sus padres lo etiquetaron como "vago" y "poco serio", una auténtica deshonra para un país en el que el esfuerzo lo es todo. Sakakura cayó en una profunda depresión, entrando en un círculo vicioso.
Hasta que un día, cuando Sakakura tenía veintitantos años, emprendió un viaje alrededor del mundo con el deseo de superar la situación. Desde China viajó a Pakistán y la India, para luego dirigirse a Kenia, país que le fascinó siempre desde niño. Allí participó en las actividades de una ONG que construía escuelas y brindaba atención médica.
"Recorrí pueblos donde no había clínicas ni médicos, allí decidí ser médico", comenta. "Estaba atrapado en muchos problemas que no podía resolver por mi cuenta". Durante tres años y medio permaneció en Kenia, luego fue a Estados Unidos, regresó a Japón, y volvió a realizar los exámenes de acceso a la universidad y se convirtió en médico a los 37 años.
Convertirse en médico le dio mucha confianza, sabía que podría arreglárselas si lo intentaba, aunque nada de eso cambió las "dificultades de seguir viviendo". Su complejo estado mental de falta de confianza continuó. En ese momento, hace diez años, su hermano menor, que sufría acoso en el trabajo, intentó suicidarse.
Entonces, Sakakura se preguntó si había algo que pudiera hacer por su hermano. Así que decidió que iba a dedicarse a ayudar a las personas que padecían depresión, se especializaría en psiquiatría. Sin embargo, la luz no iba a aparecer en el pozo en el que se encontraba.
"Podía hacer mucho por los demás, pero estaba atrapado en muchos problemas que no podía resolver por mi cuenta, incluido el tema de mi hermano. Incapaz de encontrar una solución, me peleé con mi mujer, tuve problemas en mi trabajo y comencé a 'escapar' metiéndome en el alcohol. Bebía cada vez más y, antes de darme cuenta, ya era alcohólico", relata-
Aun así, sería este problema con el alcohol lo que provocaría un cambio en la vida de Sakakura. Empezó a participar en un grupo para alcohólicos. Al principio se sentía contento de haberse curado, pero, dice, hay una gran diferencia entre "comprenderlo" y "vivirlo realmente". Porque, "hay una manera de vivir que lo confía todo a una existencia que va más allá de uno mismo", asegura.
"Con el tiempo me deprimí otra vez, me preguntaba por qué no podía lograr aquello que deseaba si me esforzaba tanto, y, hace cuatro años, decidí que iba a morir, tras un ataque de ira". Pero, Sakakura recuerda: "Me sentí culpable, sería una traición a mi esposa y a mis hijos. Fue, precisamente, al tocar 'fondo', cuando cambié mi forma de vida 180 grados", confiesa.
En el proceso, el psiquiatra aprendió por primera vez que "hay una manera de vivir que confía todo a una existencia más allá de uno mismo", y experimentó la "salvación". Sakakura sintió que había "un Dios cálido que siempre velaba por mí". En mayo del año pasado, empezó a asistir a charlas para catecúmenos en la Iglesia de Ube.
La parábola del hijo pródigo fue la que más le tocó. "No solía tener un trabajo convencional y fui mal hijo con mis padres, era un hijo pródigo", comenta. La imagen de aquel padre que acoge calurosamente a su hijo le hizo descubrir cómo "Dios me perdonó incluso cuando yo deseaba morir. Empecé a sentir esperanza".
Aquí puedes ver un pequeño reportaje sobre el fenómeno de los "hikikomoris".
"Solía deprimirme, me preocupaba el futuro tenían mucha ansiedad. Ahora confío en Dios, así es más fácil vivir", dice Sakakura, que quiere compartir su testimonio con la gente de la iglesia y que tiene el sueño de algún día practicar la medicina en Kenia.