María al Pie de la Cruz es el nombre que esta joven asumió tras su profesión religiosa en Instituto del Verbo Encarnado. Ella, que en el pasado, había sido una adolescente rebelde y que se había llegado a escapar de casa se encontró precisamente con la respuesta de Dios durante aquella noche en la que sin dinero y sin nada se montó en un autobús para alejarse de su familia. Poco después de aquel acontecimiento fulminante acabaría ingresando en este instituto religioso.
En un testimonio que relata a la web de Jóvenes Católicos, esta religiosa recuerda la importancia de la transmisión de la fe en la familia, algo que aunque ella no se diera cuenta del todo en su proceso de alejamiento de Dios, fue siempre un salvavidas que la impidió hundirse.
La transmisión de la fe en la familia
“La fe ha sido el don más grande que he recibido, pero no siempre lo he apreciado. Y hubo momentos de muchas rebeldías, pero siempre hubo en mí un fuego dentro. Mis padres siempre me decían que tenía que aprender a obedecer y a mí me costaba un poco porque era bastante rebelde”, cuenta esta joven religiosa.
La realidad es que desde muy niña estuvo muy cerca de la vida religiosa y atraída por ella. Recuerda que a los 8 años fue a un campamento que atendían unas monjas. “Me gustó mucho que fueran muy alegres. Tuve un pensamiento: ‘¡qué grande sería si Dios me llamara a algo grande’. Tenía como un fuego dentro que me llamaba a dar más, pero no sabía qué”.
Admirada por la vida de Santa María Goretti
En su casa, su madre siempre les hablaba de la familia cristiana así que desde niña María pensó que ella querría ser madre de una familia muy numerosa.
Al cumplir los 12 años fue a otro campamento y durante una homilía el sacerdote contó la historia de Santa María Goretti, que había dado su vida por defender la pureza. Entonces –explica la ahora monja- “quise dar mi vida para defender la pureza. Quería vivir solo para Dios. Creí que Dios me llamaba a ser religiosa. Se lo dije a mis padres, y pensaba que estarían muy felices porque fuera religiosa, pero a mi padre no le gustó nada”.
La época de rebeldía
Con esta inquietud sobre la vida religiosa pasaron los siguientes años hasta que cumplió los 15. En ese momento de plena adolescencia cambió también de colegio. “Comencé a tener amistades muy mundanas. Me gustaba uno de los chicos del grupo y nos hicimos novios”, recuerda ella.
Aunque ella tenía ese poso religioso y quería casarse y ser madre, veía como cada día se iba alejando más y más de Dios. María explica que en aquel momento “sólo pensaba con mis compañeras qué íbamos a hacer el fin de semana, qué ropa nos compraríamos, las marcas… Todo era el tema de la belleza y de agradar a los demás, que es a lo que te lleva el mundo”.
Su huida de casa y el encuentro con Dios
Dejó de rezar y al final se alejó de Dios. Y ya justo antes de cumplir los 16 la relación con sus padres estalló y se rebeló contra ellos. “No sé para qué estoy aquí, me voy de casa y buscaré aires nuevos”, pensó e hizo en aquel momento.
“Me fui de casa. Fue una mala decisión. Dios se valió de eso y lo permitió para mi bien para mostrarme el camino. Tomé el primer bus que encontré y me fui a cuatro horas de distancia de mi casa, sin nada de dinero, era cómo pedir a Dios que quería de mí”, relata en su testimonio.
El sacerdote que desconcertado mostró el camino
Mientras viajaba en aquel autobús se hizo de noche. Eran como las 10 de la noche y entonces tuvo otro pensamiento, que aclara que no debe ser imitable por peligroso. “Con la primera persona que se baje de este bus me bajaré yo”, pensó.
Sin embargo, la providencia hizo el resto puesto que la persona que primero se bajó y con la que ella se bajaría era un sacerdote. Tirándole de la sotana le preguntó si podía bajarse con él. Él estaba completamente desconcertado y ella ni siquiera sabía dónde ir.
Los dos anduvieron hasta que llegaron al seminario. “Me dijo que ahí no me podía quedar pero que sabía que había una peregrinación que se hacía durante toda la noche con un grupo de religiosas que llevaba discapacitados. Allí podría ayudar pues duraba desde las 12 de la noche hasta las 6 de la madrugada”, cuenta María.
La vida entregada de las monjas
Ella misma reconoce que en aquel instante “no quería ayudar a los enfermos ni ir con las monjas. Fui porque no sabía dónde quedarme. Llevando las sillas de ruedas empecé a pensar en qué era lo que movía a la gente para hacer esos sacrificios y esos actos de caridad. Y entonces tuve como un pensamiento: ‘tienes que cambiar de vida’”.
En aquel instante –afirma esta monja- “volvió a renacer ese fuego y esa sed de eternidad”. “.A mí se me acaba la fiesta, el baile, el gustar a los demás... Me vi sola, como yo estaba, ante Dios. No tenía nada que ofrecerle porque me había alejado de Él. Y entonces lo vi: esto es la felicidad”, agrega.
"Dios me llamaba"
Al día siguiente llamó a sus padres por teléfono. Les dijo dónde estaba y que quería ser monja. Ellos no se lo podían creer pero un día más tarde, justo cuando cumplió los 16, les confesó que “todo era verdad y que Dios me llamaba. Me llamaba a seguirlo, dejar todas mis comodidades, ser pobre y obediente, algo que a mí me costaba tanto, y ser casta para siempre”.
No conocía muchas congregaciones ni a monjas pero supo que estaba llamada a ser cómo las religiosas que conoció aquella noche. Y una semana más tarde ingresaba en el Instituto del Verbo Encarnado.
Una luz en el mundo
Sin embargo, dejar atrás todo no sería sencillo. Tuvo que dejar al novio que tanto deseaba y a todos los proyectos y placeres que el mundo le ofrecía. “Pero había algo mucho más grande. Un amor eterno. Por eso mi vocación siempre estuvo unida al misterio de la cruz. Cuando me dieron el nombre en la congregación mi padre lo entendió menos: me llamo María al pie de la Cruz. Yo pedí un nombre relacionado con el misterio de la cruz porque me parecía que en la cruz está la fecundidad, todo lo que toca la cruz lo salva”, explica ahora.
Además, señala que “cuando me cambiaron el nombre pensé que mi misión como religiosa era ser madre de muchas almas, pero esa maternidad estaría siempre unida al sufrimiento al pie de la cruz. Es como el amor más grande de todos.
Sus amigos y su entorno no entendió nada pero poco después de estar en el convento y pese a que se encontraba a varias horas de su casa, muchas de esas compañeras con las que se relacionaban acudían allí buscando ayuda. Alguna se había quedado embarazada, otras tenían relaciones sexuales con 16 o 17 años. Sufrientes llegaban a ella, María al Pie de la Cruz, donde las acompañaba en sus sufrimientos y les mostraba el verdadero Amor.