El pasado 1 de mayo, Inés Milián pasaba a formar parte de la Orden de las Vírgenes, una vocación cada vez más conocida y que va aglutinando a un mayor número de mujeres. En España son más de 100 y se calcula que en todo el mundo superan las 4.000.
Precisamente, ante el aumento de esta antigua vocación que acabó desapareciendo y que fue recuperada por San Pablo VI en 1970, la Santa Sede publicó en 2018 la instrucción «Ecclesiae Sponsae Imago».
Esta valenciana de 36 años realizó su consagración en la basílica del Sagrado Corazón de Jesús tras varios años de discernimiento y de ver qué quería el Señor para ella. En todo este tiempo, ha ejercido como azafata, cuidando niños y en una empresa de interiorismo. Y ahora el Señor la llama “a bajarse de los tacones”.
El proceso de Inés ha sido noviazgo largo, muy largo, que comenzó hace ocho años en una Pascua con las monjas de Iesu Communio en la Aguilera. “Estoy enamorada de Jesús y hasta las trancas”, afirma esta mujer que sintió en aquel momento. Y finalmente dio su “sí” a Jesús el pasado sábado.
Tal y como recoge Paraula, la revista de la Archidiócesis de Valencia, Inés nació en el seno de una familia católica y muy numerosa. Ella es la tercera de diez hermanos y asegura que sus padres les “han transmitido la fe a todos desde bien pequeños”. Y aunque siempre se movió en ambientes cristianos, “a veces este ambiente no es suficiente si no se tiene una propia experiencia en la vida”.
Ella misma relata que esa experiencia se dio en ella a los 13 años de edad. Tras discutir con sus hermanos salió de su casa llorando. “Si nadie me quiere, si no soy amada como soy, para qué vivo, para qué existo. Si hoy mismo muriera, ¿alguien me echaría en falta?”, pensó. Y en ese momento, escuchó en su interior una voz que le decía: “Yo sí te quiero. Tengo un plan para tu vida y un gran amor para ti”.
Ahí empezó su relación íntima con Dios. Con los años pensaba que sus planes pasaban por formar una familia. “No fueron pocos los noviazgos que tuve hasta los 27 años. Salí con chicos pero ninguno de ellos llegaba a saciar mi sed de amor. Les exigía un amor que nunca serían capaces de darme”, relata Inés.
Su último novio parecía el elegido. Un chico bueno, una familia perfecta. “Éramos muy felices –añade-, pusimos fecha de boda para el 2012”, pero cuando tenían elegida iglesia y hasta el restaurante todo se fue al traste y no hubo boda.
“No entendía nada de lo que me había pasado. Viví meses la experiencia del rechazo, del juicio, la soledad, la incomprensión y el silencio de Dios. Seguía pidiéndole a Dios que me hablara, que me diera respuesta. Seguía esperando mi resurrección”, rememora.
Tres meses después de aquel momento fue al convento que las religiosas de Iesu Communio tienen en La Aguilera (Burgos) para acompañar a una joven de su parroquia que iba a profesar los votos. Inés recuerda que “aquello fue impactante, nunca había visto a tantas monjas juntas ni tan jóvenes”.
Las monjas de Iesu Communio impresionaron a Inés cuando acudió a visitarlas
Un canto de estas monjas jóvenes y muy numerosas tocó su corazón: “Lo que tengo te doy. Nuestro gran regalo es que no hace falta más que Jesucristo”. “Al escucharlo –cuenta- mi corazón hizo crack. Comencé a llorar, no podía parar. Sentía que allí encontraría respuestas”.
Por ello, decidió pasar la Pascua de 2013 con estas monjas: “delante del Sagrario y mirando la cruz junto a la frase ‘Tengo sed’, conocí el rostro de mi amado, al que ya había entregado mi corazón y mi vida a los 13 años”.
Su vida se transformó completamente desde ese momento: “estaba enamorada de Jesús y hasta las trancas. Estaba feliz a más no poder”. Y todo lo que antes le parecía una “pérdida de tiempo”, como rezar o ir a misa todos los días era lo que más necesitaba.
Su director espiritual le derivó al Centro de Orientación Vocacional donde una vez al mes tenían un encuentro con distintas realidades de vida religiosa. Así conoció ‘Villa Teresita’, una familia religiosa con un fuerte carisma por los pobres y excluidos, centrado en las mujeres. “El rostro de Cristo se ha grabado en mi corazón a través de los pobres, sencillos y desamparados”, indica Inés.
“Yo no veía nada, pero Él lo iba haciendo todo. ¡Qué dura es la incertidumbre!”, exclama Inés. Porque durante esos años, dudó, fue impaciente y se desesperó. Finalmente, y a pesar de sus prejuicios, empezó a acercarse al Orden de las Vírgenes. “Creo que la vocación no se elige, se descubre”. Y tiene claro que ésta es la suya. “El Señor me llama a amar y servir entre la gente, a encontrar a Jesús en los pobres, a llevar a Jesús en el día a día, en lo cotidiano, en mi trabajo, en mi familia, en la catequesis”, afirma.