A principios de esta semana se hacía pública la autorización del Papa Francisco al prefecto del Dicasterio para las Causas de los Santos, Marcello Semeraro, para promulgar el decreto de canonización de la beata argentina Sor María Antonia de San José -en la vida secular, apellidada de Paz y Figueroa-, más conocida como "Mama Antula".
El milagro de esta laica consagrada entregada a la Compañía de Jesús supuso la "supervivencia milagrosa" en 2017 de un hombre nacido en 1959 que sufría un ictus isquémico con infarto hemorrágico en el hospital de Santa Fe, en Argentina.
El paciente, Claudio Perusini, alumno y amigo del Papa Francisco, tenía muy pocas posibilidades de volver a la vida normal por lesiones cerebrales irreparables, según un pronóstico médico "muy reservado".
Ingresado en la UCI, el Perusini se encontraba en estado comatoso profundo tras un infarto del tronco encefálico, con las consiguientes sepsis, shock sépticos y fallos multiorgánicos.
De sobrevivir, las probabilidades de permanecer en estado vegetativo el resto de su vida eran más que elevadas.
En ese estado, un amigo jesuita de Perusini llevó al hospital una estampa de Mama Antula, a la que empezó a rezar pidiendo un milagro. A él se unieron los familiares y otros amigos del paciente, así como hasta siete personas que no eran amigos ni familiares que también invocaron la intercesión de la beata.
Solo hicieron falta unos pocos días tras las oraciones a Mama Antula para que el milagro se produjese. Perusini mostró una notable mejoría y tras un periodo de rehabilitación, era totalmente independiente y autónomo en su día a día.
Claudio Perusini y su esposa, María Laura.
Vatican News menciona que al comparar las conclusiones científicas de los médicos tratantes y la Consulta Médica del 14 de septiembre de 2023 sobre la curación de Perusini y de los textos que atestiguan la invocación de la Beata María Antonia de San José, la relación entre invocación y curación se hizo clara y evidente.
La sanación de una religiosa de su instituto
Proclamada venerable en 2010 por Benedicto XVI, fue beatificada seis años después en su tierra natal, Santiago del Estero, un 27 de agosto, tras la aprobación de otra curación milagrosa atribuida a su intercesión.
En este caso, la beneficiada por Mama Antula fue la hermana Rosa Vanina, una religiosa del instituto de las Hijas del Divino Salvador, fundado por la bienaventurada, que en 1904 padecía una mortal colecistitis aguda.
Pidiendo el milagro por intercesión de la fundadora de su orden religiosa, las otras religiosas vieron como Vanina se recuperó rápidamente. "Agradezco este beneficio de la Providencia Divina y creo fundamentalmente haber sanado por la intercesión de nuestra venerable madre fundadora", afirmó la religiosa poco después de su recuperación, en 1906.
Predicadora de ejercicios ante a la expulsión de los jesuitas
Nacida en 1730 en Santiago del Estero (Tucumán, Argentina) en el seno de una familia acomodada, con solo 15 años se decidió a engrosar las filas de las conocidas entonces como beatas de la Compañía de Jesús, cuyo hábito vistió al pronunciar sus votos privados.
María Antonia se retiró al beaterio con otras consagradas, donde se dedicó a la educación de niños, cuidado de enfermos y la atención a los necesitados.
Uno de los aspectos por los que es especialmente recordada es su firme oposición a la expulsión de la Compañía de Jesús por Carlos III en 1767. Lejos de quedar impotente, María Antonia decidió continuar el apostolado de los ejercicios espirituales por su cuenta, lo que bendijeron tanto su confesor como el Obispo de Santiago del Estero.
Reliquia de "Mama Antula".
El método seguido por la Mama Antula era sencillo. Nada más llegaba al punto indicado como lugar de Ejercicios, se presentaba ante las distintas autoridades para obtener los permisos pertinentes. Los Cursos de Ejercicios duraban unos 10 días y se celebraban a lo largo de todo el año.
Su difusión apostólica fue inmensa. Primero predicó los ejercicios en Jujuy, Salta, Santiago del Estero, Tucumán, Catamarca, La Rioja y Córdoba y en 1780 obtuvo el plácet del obispo para predicarlos en Buenos Aires.
Según los medios de información de la Santa Sede, se calcula que a su muerte en 1799, entre 70.000 y 80.000 personas se habían beneficiado de la experiencia de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola.
Los testimonios de sus coetáneos, como este anónimo escrito poco después 1784, se desprende una fama de santidad que acompañó a Sor María Antonia en vida.
De él se desprenden 5 datos relevantes sobre la vida de Mama Antula, que también desmitifican no pocas imprecisiones vertidas sobre la próxima santa argentina.
1º Fama de santidad y milagros en vida
En una carta fechada a 1 de octubre de 1788 del constructor Isiro Lorea, recoge como testigo que en los ejercicios, a la hora de comer, se observaba que en ocasiones faltaban "el pan, la leña, la grasa y otras varias legumbres".
"Nada le constristaba. A todo respondía con mucha fe y confianza en aquel Dios infinito, diciendo que Él lo proveerá, que no se aflijan. Luego solían llamar a la puerta trayendo de limosna todo lo que faltaba". Otros documentos coinciden en atribuirle "muchos milagros, especialmente de multiplicar los víveres".
Mama Antula goza de gran devoción en el pueblo argentino.
Ella, en cambio, nunca se jactaba de que fuesen mérito suyo. "¿Cómo podía yo, miserable, hacer todo esto? Baste decir que ni yo lo entiendo, pero quien lo ve, no puede negar ser así todo verdad".
En su Vida de Sor María Antonia de la Paz, monseñor Marcos Ezcurra sintetiza otros milagros: "El primero y más visible de estos prodigios fue esa especie de multiplicación maravillosa de los alimentos que la acompañó siempre. Las limosnas y socorros venían generosamente… pero a veces no bastaban ellas o no venían a tiempo, entonces, para subvenir a las necesidades del momento, acudía al Señor y su confianza en la Providencia, que era extrema, no se veía defraudada".
2º La multiplicación de los panes por "Manuelito"
Destaca especialmente uno de los milagros narrados en plenos ejercicios con más de cien mujeres reunidas, habiendo solo comida para 30.
Cuando la cocinera avisó a María Antonia, le respondió: "No puede ser, hija, ha de alcanzar, Dios proveerá". Y cuando entró a servir ella misma, "tomó el cucharón y empezó a servir por sí misma. Dios dio tal virtud a sus manos, que las ollas se vieron repletas de manera que alcanzó para todos y aún sobró para dar a los pobres que venían a la puerta a buscar". En otro día de ejercicios, le volvieron a avisar de que no quedaba pan y de nuevo exclamó: "¡No puede ser, Manuelito -como llamaba a Jesús-nos lo ha de dar, vayan a verlo!". Y cuando la encargada obedeció, "halló los cajones de la alhacena llenos de pan bueno y fresco".
3º Decenas de miles de ejercitantes con Mama Antula
Los testimonios y fuentes coinciden en retratar las decenas de miles de personas que pudieron asistir a ejercicios con los Jesuitas expulsados. Vatican News recoge que a su muerte, entre 70.000 y 80.000 personas se beneficiaron de los ejercicios. Un número que incluso podría ser mayor, pues según escribió un anónimo en 1787-1788, solo en Buenos Aires "se han dado a 70.000 los ejercicios".
4º Beata, no empoderada
Con frecuencia se pretende presentar a Mama Antula como una laica empoderada que enfrentaba a una hipotética sociedad regida por el patriarcado. Unas afirmaciones que poco tienen que ver con la realidad de las beatas de la Compañía de Jesús, que a mediados del siglo XVII eran definidas como "vírgenes consagradas a Dios" comparables a las monjas de clausura "por su fervor en la virtud, modestia y recogimiento".
"Hacen voto de castidad, visten sotana negra con toca y manto de anascote, viven en sus casas con grande ejemplo y comulgan dos veces a la semana en nuestra iglesia y son las personas más nobles y ejemplares de la ciudad", escribía el General de los Jesuitas Juan Pablo Oliva en 1679.
5º No se vestía "como un hombre"
El mismo documento y testimonios de contemporáneos niegan que la decisión de vestir como beata de la compañía, semejante a los padres jesuitas, fuese un acto de reacción o motivado por decisiones hoy llamadas de género. Según la oración fúnebre que leyó su confesor, Julián Perdriel, vistió el hábito del gran Ignacio de Loyola "para buscar la mayor gloria de Dios". Incluso su vestimenta diaria, el manteo, "caía desde la cabeza y estaba sujetada a la toca", por lo que no se puede afirmar que vistiese "como un hombre".