Desde que nació parecía estar llamado a ser misionero en el lejano Oriente. Francisco Javier Olivera no lleva el nombre de este gran santo por casualidad. Al nacer, su madre le ofreció al Señor para ser sacerdote en Asia, y Dios parece haber escuchado esta petición.

Este salmantino de 50 años del Camino Neocatecumenal, perteneciente a la parroquia de San Juan Baustista de Salamanca, lleva como misionero mas de 30 años, desde que con tan sólo 19 años marchara a Japón al Seminario Redemptoris Mater de Takamatsu. Allí fue ordenado en 2002.

Tras haber estado 16 años en total en este país fue enviado a China, donde pasó otros ocho años en distintas partes de este país comunista. Ahora lleva más de 7 años en Mongolia, en una missio ad gentes, junto a tres familias, una de ellas española, y tres laicos.

En este remoto país donde apenas hay 1.200 católicos y donde las leyes son muy restrictivas para el catolicismo, este sacerdote lleva la Palabra de Dios y sobre todo muestra su Amor con temperaturas que en invierno se sitúan en -30 grados. En esta entrevista con Religión en Libertad, Francisco Javier muestra cómo es esta vida misionera y las maravillas que Dios hace cuando se pone toda la vida en Él.

Celebración de la Navidad este año en la misión de Mongolia en la que está el padre Francisco Javier

- Provienes de una familia católica, pero ¿cómo surgió en ti la vocación al sacerdocio? ¿Te imaginaste alguna vez que acabarías siendo ordenado al otro lado del mundo?

- Mi familia es católica, todos están en la Iglesia, en el seno del Camino Neocatecumenal. Mi vocación se fue gestando poco a poco. Influyeron mucho una serie de misioneros, catequistas itinerantes, que pasaban por casa y siempre me impresionaban mucho. Pensaba que quería ser como ellos. Después, pasé una crisis seria en la cual mi vida no tenia mucho sentido y gracias a entrar en la comunidad (neocatecumenal), el Señor empezó a darle sentido.

Gracias a la experiencia de aquellas visitas y al agradecimiento a Dios por rehacer mi vida pues al final le dije que sí a la llamada. También y no menos importante supongo que fue la oración que mi madre hizo al nacer yo. Me ofreció al Señor para que fuera misionero en Asia. Esto yo no lo sabía, lo contó en Takamatsu al terminar la celebración de mi ordenación. Que acabaría al otro lado del mundo, pues no me lo imaginaba...

- En Mongolia participas en la que es conocida como ‘missio ad gentes’, ¿en qué consiste?

- Es una misión dura, la iglesia apenas lleva en Mongolia poco más de 30 años. En este momento estamos allí tres familias misioneras, dos mujeres laicas misioneras, y un laico misionero conmigo.

Simplemente tratamos de vivir allí cristianamente, invitando a casa a las personas que poco a poco vamos conociendo a través de las escuelas, los trabajos y también de las pocas parroquias que hay, y aprovechamos para hablar del amor de Dios. Hasta la fecha básicamente es esto. También ayudamos en la parroquia de la catedral haciendo catequesis bíblicas. El obispo nos invitó porque pensó que el camino podía ayudar a los paganos y también a los recién bautizados para profundizar en su fe.

El padre Francisco Javier, con un traje tradicional, junto a algunos miembros de la misión

- ¿Cómo es el día a día de un sacerdote como tú en Mongolia y en la misión?

Al no tener parroquia mi vida es algo diferente… Por las mañanas a las 5:30 salgo de casa para celebrar la Eucaristía en los diversos conventos que hay en Ulan Bator, la capital y en Zunmod a 50 kilómetros. Dependiendo del día voy a uno, dos o tres sitios. Después de regresar a casa estudio mongol en la escuela, o voy a dar clases de japonés en una empresa. Allí he procurado aprovechar la ocasión para hablar de Dios, sobre todo a través de canciones. También suelo celebrar la Eucaristía con cada familia misionera en sus casas. De vez en cuando también celebro la Eucaristía con una pequeña comunidad china. Igualmente dedico algo de tiempo para hacer unos recortes de papel rojo, cuadros o tarjetas de Navidad para poder mantenerme un poco. Mi comunidad me ayuda económicamente pero procuro no ser un peso.

- ¿Has tenido alguna vez dudas o has pensado que es una locura?

La verdad es que no. Algunos me dicen que esta vida es una una locura, pero la quiero para mí y si cada vez es un poco más loca, mejor aún, más vemos que es Dios el que la lleva. Ahora, de hecho, hemos empezado a visitar la diócesis de San José de Irtkusk en Siberia, es enorme, otra lengua. Lo qué Dios quiera y cómo Dios quiera.

- ¿Qué frutos o conversiones habéis visto en este tiempo?

- A través de nuestra missio ad gentes, no te puedo decir, no tenemos “bautizados” pero sí que hay personas que se relacionan con nosotros y de momento no se han asustado. Algunos amigos que nunca habían estado en una iglesia han venido por primera vez y no se han asustado. Creo que esto es ya mucho en un país como Mongolia.

Sí sé de personas concretas que se han ido acercando a la Iglesia, sobre todo a través de las diversas obras sociales que se llevan a cabo, asistencia a ancianos pobres, niños pobres y abandonados… etc. Sin duda el amor que demuestran los misioneros atrae poco a poco a los mongoles.

- Hay alguna anécdota de todo este tiempo en la misión que quieras compartir…

Muchas…. Una me pasó en una catequesis, pregunté a un muchacho en catequesis si creía en Dios y me dijo que él buscaba a Dios en la belleza, era pagano, y un día entró en la catedral y vio a unas viejecitas rezando y le parecieron bellas. A raíz de eso se preparó y se bautizó. Otra vez estaba con un seminarista en una zona muy remota y peligrosa y un viejecito se nos acercó y nos dijo que éramos curas. Le preguntamos por qué lo sabia y dijo que porque a esa zona no venían extranjeros y si alguno venia era siempre un misionero. Hay muchas anécdotas en las que veo la mano del Señor ayudando y cuidando.

- ¿Cómo es Mongolia y los mongoles? 

- Visité Mongolia por primera vez en el 2003. Me gustó mucho, era muy diferente a como es ahora, había pocos coches, pocas edificios grandes. Era bastante pobre pero empezaba a salir de esa situación. Es un país que fue satélite de la Unión Soviética durante muchos años. Muy cerrado, de hecho, aunque es una democracia es bastante cerrado.

No creo conocer bien a los mongoles.. Por lo que he experimentado los nómadas son bastante acogedores, sus casas son abiertas. En Ulan Bator, la capital, es algo diferente, es una ciudad de casi millón y medio y ya no son tan acogedores. Hay mucho alcoholismo, no hay trabajo, la gente sufre abandono, dejadez. Es un país enorme, tres veces España y tres millones de habitantes. Es el estado de menor densidad de población del mundo. La capital está muy contaminada por el carbón, es un problema muy serio. El invierno es muy largo, con una media de 20 grados bajo cero, mucho hielo por las calles y es incómodo para caminar.

- ¿Cómo es la Iglesia y los católicos en este país?

La Iglesia es muy joven. Hace 26 años fueron enviados los primeros 3 misioneros, tres sacerdotes de la congregación Misioneros del Inmaculado Corazón de María. Poco a poco fueron llegando otras congregaciones de sacerdotes y monjas, también laicos, y una familia misionera polaca. Fueron abriendo misiones en la capital y en otras ciudades. Son parroquias jóvenes en todos los aspectos, muchos jóvenes se van acercando. Es una iglesia pobre. Tenemos ya el primer sacerdote mongol ordenado hace 2 años y ahora tenemos un diácono.

Son unos 1.300 católicos en total. Existen unas 9 parroquias y otros centros de misión. Tenemos residencias de ancianos pobres, escuelas, orfanatos, y una clínica.

Esta imagen fue tomada en Nochebuena, y el termómetro marcó aquella noche -29 grados. Aún así la pequeña comunidad católica y los misioneros fueron hasta allí pese a la nieve para celebrar el Nacimiento de Cristo

- En la missio ad gentes también hay familias y niños, ¿cómo lo viven ellos?

- En este momento son tres familias misioneras, una española y dos coreanas. Tratamos de hacer comunidad, de vivir cristianamente trabajando en lo que se puede. Están contentas y agradecidas al Señor por enviarlas a Mongolia, una misión naciente. Los niños, seguramente son los que mas lo sufren al principio ya que ellos van a la escuela mongola y no es fácil por el idioma, la cultura, pero el Señor les ayuda y consuela y les regala la lengua, aprenden, haces amigos y poco a poco ellos se sienten misioneros también. 

- Has estado en Japón, China y ahora en Mongolia. ¿Qué destacarías de cada uno de estos lugares en los que has sido misionero y qué diferencias observas?

- Hay bastantes diferencias. Más duro me parece Japón, quizás se experimente más la soledad, incluso estando en una parroquia. China me impresionó muchísimo, la gente tiene mucha curiosidad y si hubiera libertad sería impresionante. En Mongolia estamos empezando, aunque me parece bastante difícil por la lengua, el frío, la contaminación, la cultura, y sobre todo por los impedimentos legales que tenemos, que son muchos. Volvería a Japón o a China y también me quedaría en Mongolia.

- ¿Volverías a España o te ves dando la vida en Asia?

Nunca me lo he planteado. A veces me preguntan y me dicen que regrese, pero eso no depende de mí. Personalmente no lo pediré. Prefiero que Dios decida. Ahora regreso a menudo por ayudar a mis padres. Lo que Dios quiera.

Publicado originariamente en ReL en enero de 2019 y ligeramente actualizado para su republicación.