Sandrine perdió a su madre cuando tenía 7 años, y a su padre cuando tenía 18. Ese doble drama fue el inicio de su alejamiento de Dios: "Me rebelaba contra el hecho de que se pudiese trastocar así la vida de una niña y luego de una joven. Fue muy difícil. No concebía que un Dios que se decía Amor pudiese existir y quitarle a un hijo a sus padres", cuenta para Découvrir Dieu.

Compensó su desgracia entregándose a fondo al deporte de la escalada en roca: "Subir la pared, una pared cada vez más difícil, y cada vez en condiciones más complicadas, es un riesgo y, sobre todo, un desafío personal". Pero nunca obtenía lo que buscaba: "Tenía la impresión de que aquello iba a satisfacerme, pero cuando llegaba a lo más alto, experimentaba siempre un sentimiento de amargura, más que un sentimiento de satisfacción por haber conseguido algo". Y empezaba a pensar en otra escalada aún más difícil para intentar colmar ese vacío.

Un día, su única hermana le hizo un anuncio: se había convertido: "Había encontrado al Señor". Y le hizo un regalo, un anillo con la decena del Rosario. Sandrine se lo puso y lo llevaba siempre en la mano izquierda.

Poco tiempo después, se lanzó a intentar otra pared: "Pero esta vez no llegué a lo alto. Me caí".

Recuerda cómo pasó: "Pienso que todo ha terminado, que voy a morir. Al llegar al suelo, veo que puedo mover los dedos y enseguida doy gracias a Dios: 'Gracias, Dios mío. Gracias, Dios mío'. Es paradójico, pero me invade una gran alegría. Me siento feliz porque sé que Dios existe, tengo la sensacion de que está conmigo, que Dios está presente. Fue la mayor alegría de mi vida".

Las lesiones físicas fueron muy graves, pero solo del lado derecho: "Comprendí que había pasado algo importante. ¡No tenía absolutamente nada del lado izquierdo, donde llevaba la decena que me había dado mi hermana!"

Una vez hospitalizada, los médicos diagnosticaron lesiones internas importantes: "Dijeron que no sabían qué podía pasar conmigo".

Sandrine sufre "terribles" dolores físicos, pero algo le duele aún más: "Lo que más me hace sufrir es darme cuenta del vacío de mi vida, que ha pasado mi vida y no me ha quedado nada de ella". Lo expresa con el gesto de quien mete las manos abiertas en el agua y al sacarlas todo el agua se le escurre.

"Decido entonces cambiar de vida cuando me restablezca y basarla en Dios. Decido que, si sobrevivo, quiero tener algo que entregarle al Señor. Rezo el Padre Nuestro, única oración que conocía, junto a una amiga que estaba a mi lado junto a la cama. Y pido confesarme. A pesar de los sufrimientos, estoy imbuida de una gran alegría interior. Una alegría y una libertad que siento por primera vez. Yo, que era tan activa y que me creía libre de todo, nunca había estado tan impedida como en aquella cama enganchada a todo tipo de tubos. Y, sin embargo, es entonces cuando siento una libertad, una felicidad y una alegría que jamás había sentido antes".

Sandrine dejó de buscar "en cosas externas, en la actividad o en proezas deportivas las bondades de la vida", para empezar a buscarlas en "pequeñas decisiones de la vida cotidiana tomadas en oración": "Hoy me siento más libre cuando paso cinco minutos ante el Santísimo Sacramento que cuando escalo un 7C. Hoy Cristo es mi día a día, me acompaña en todo lo que vivo, en las pruebas como en la alegría: Él es el camino que he decidido seguir con mi libertad".