Carlos Cabrera es diácono de la Archidiócesis de Madrid y en pocos meses será ordenado sacerdote, una vocación a la que ha llegado teniendo que tomar decisiones bastante complicadas y no exentas de sufrimiento, pues dejó a su novia con la que ya tenía fecha de boda al reconocer que estaba llamado a otra vida.
Este joven dominicano de 30 años llevaba varios años viviendo en Madrid, era licenciado en Derecho y había realizado un Máster cuando sintió la llamada, por lo que decidió que sería seminarista en la capital de España, algo que tampoco comprendió su familia, que no era especialmente religiosa, y a la que le costó asimilar que Carlos pudiera ser sacerdote.
En una entrevista con la web Arguments, el todavía diacono habla de su vocación y de cómo ha vivido todo este largo proceso que le llevará a la ordenación sacerdotal en la catedral de la Almudena.
Dejó a su novia antes de la boda para ser sacerdote
Cabrera afirma que “el Señor me fue preparando con la cotidianidad de la vida cristiana: misa diaria, confesión frecuente, trato con familias cristianas…”. Pero fue “tras seis años de noviazgo con una chica guapísima y estupenda con la que pensaba casarme y formar una familia, a un mes y medio de la pedida, Dios me dio la vuelta a todo como a una tortilla”.
Según recuerda, “fue precisamente en medio de una adoración eucarística, en una jornada de oración por las vocaciones, cuando Dios me tocó el corazón por primera vez y escuché la voz del Señor con la pregunta: ‘y tú, ¿no deberías ser sacerdote?’”.
La decisión evidentemente fue muy complicada no sólo por tener que dejar un noviazgo sólido y cercano al matrimonio sino porque la propia familia de Carlos no se lo tomó muy bien. “Cuando les di la noticia de que dejaba a mi novia y entraba en el seminario, para mi familia fue un momento muy duro. Ninguno de mis hermanos ni mis padres se lo tomaron bien. Una de mis hermanas me decía después de la ordenación (diaconal) que cuando les di la noticia y me despedí, estuvo horas llorando porque el hermano con el que había disfrutado, salido de fiesta… se había muerto”.
El ejemplo de otros sacerdotes y de las familias cristianas
Sin embargo, Carlos señala que “ahora, después de verme ordenado, han visto que el plan de Dios para mí pasa no sólo porque yo sea sacerdote, sino que ellos sean padres, hermanos de un sacerdote; y eso les está llenando su vida”.
El joven diácono asegura que él no buscó esta situación de ser sacerdote y tener que dejar a su novia. “No es algo que yo haya buscado ni por mis puños, ni me lo he fabricado, no porque lo haya buscado. Es el camino de felicidad que Dios ha pensado para mí, y yo quiero ser feliz y si esta es la plenitud de vida que el Señor me ofrece, ¡pues ahí que estoy!”.
Preguntado sobre qué le ayudó más en todo este proceso de discernimiento, Carlos Cabrera asegura que “es curioso, pero donde más claro he visto el deseo de ser sacerdote ha sido viendo a otras familias. No tanto por una envidia, sino porque quiero que toda mi vida sea para que estos puedan vivir, para que matrimonios puedan estar unidos a Cristo, puedan ser fecundos. Viendo matrimonios que quieren ser santos he visto mi vocación al sacerdocio. Viendo a sacerdotes que quieren vivir la santidad, he dicho: yo quiero vivir como este hombre, yo quiero ser eso, el Señor me pide esto. No es una renuncia a formar una familia; es una apertura a la vida para decir: toda mi vida para estos, toda mi vida para todo el que lo necesite”.
Los temores y las alegrías
El joven diácono reconoce que también ha sentido “miedo” en todo este proceso, sobre todo “por la inmensidad del ministerio” y el temor a “fallar” ante “esta alarma que ha surgido en la Iglesia, de sacerdotes que por su pecado han podido caer en desgracia y han hecho tanto daño a la Iglesia por no estar unidos a Cristo… mi miedo es ése”.
Sin embargo, añade que “hay una oración secreta que hace el sacerdote cuando termina la consagración que dice: ‘Y no permitas que nunca me separe de Ti’. Esta es mi oración todos los días: pedirle que nunca me separe de Él, que nunca sea escándalo para la Iglesia, que nunca por mí el Señor siga crucificado, sino que resucite y dé vida. Y espero poder algún día rezarla como sacerdote. Y se lo pido todos los días al Señor. Y este es mi miedo”.
Pero a pesar de estos miedos, Carlos también añade que “el spoiler es que Cristo ha vencido y lo he visto en mi vida. Esa es mi alegría; que he visto a Dios en mi historia, en mi noviazgo, en el seminario, en mi vida. Y lo veo cada día, lo veo en la Iglesia vivo y esa es la garantía”.
Que el sacerdote sea visible en el mundo
En la entrevista también le preguntan sobre cómo lleva el ir de ahora en adelante con alzacuellos y él lo tiene claro. “Para mí es importantísimo dar testimonio de Jesucristo. Y eso implica manifestarlo también externamente, vistiendo con el clerygman. Y a veces es muy duro, porque en ocasiones la gente te insulta por la calle. También te unes a Cristo en su Pasión. Pero hoy más que nunca es importante llevar a Cristo sin hablar, llevar a Cristo en el cuerpo. Yo llevo a Cristo con mi cuerpo vestido de sacerdote”.
Por ello, confiesa que “cuando veo a un sacerdote andando por la calle y lo puedo reconocer, puedo dar gracias a Dios. Gracias Señor porque sigues llamando; gracias porque no nos deja solos, nos sigue dando sacerdotes. Mi deseo es que los demás al verme puedan decir: ahí va la misericordia de Dios, el Amor de Dios que se da a los hombres. Y que puedan decirlo no solo por mi forma de vestir, sino también por mi forma de vivir”.