La Madre Verónica Berzosa es la superiora y fundadora de Iesu Communio, instituto religioso que nació en 2010 y que destaca por el impresionante número de vocaciones que ha atraído y la juventud de sus más de 200 religiosas.
Aunque dedicadas a la vida contemplativa y a la evangelización de los jóvenes a través de sus concurridos locutorios en los que cuentan sus experiencias a los grupos que las visitan, la Madre Verónica es también un importante referente espiritual en la Iglesia de hoy.
Debido a su importante experiencia contemplativa y su profunda espiritualidad, a lo largo de estos años distintos obispos o incluso la Santa Sede la han reclamado para que comparta sus certeras reflexiones sobre distintos aspectos de la vida cristiana aterrizándolos al mundo y las heridas de hoy.
Ahora estas palabras de la superiora de Iesu Communio ven la luz en forma de libro. Se titula Tu sed, mi sed y en él se recogen cinco de estas reflexiones y testimonios que ha ofrecido en los últimos años. Se trata de los siguientes:
-“Si conocieras el Don de Dios”. Se trata del testimonio de la Madre Verónica en el encuentro “Nuevos Evangelizadores para la Nueva Evangelización” que se celebró en el Vaticano en 2011.
- “Jesucristo, mi inseparable vivir, tu sed es mi sed”. Su oración en el 38º encuentro nacional de la Renovación Carismática que se celebró en Roma en 2015.
- “Un gran Amor abrazado en el corazón…”. Testimonio de la Madre Verónica en la Facultad de Teología San Vicente Ferrer de Valencia en 2018.
- “Vivir del Espíritu. San Ireneo, un testimonio ayer y siempre”. Es una profunda reflexión sobre este santo y cómo puede ayudar al hombre de hoy. Esta charla la impartió en la catedral de Lyon en abril de 2020.
- “El horizonte de la muerte suscita la pregunta sobre la vida”. Es la reflexión que realizó sobre el verdadero fundamento de la esperanza, a raíz de la pandemia del Covid 19 en abril de este año.
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El prólogo de Tu sed, mi sed lo ha realizado el cardenal Marc Ouellet, prefecto de la Congregación para los Obispos, que define a la Madre Verónica Berzosa como “portadora de un asombroso carisma”
“Quien lee estas páginas sin prejuicios se da cuenta enseguida de la calidad de la inspiración, de la originalidad de pensamiento y de la discreta expresión, sin afanes literarios. La autora se considera al servicio de la Palabra, que para ella es el Esposo. Permanece largo tiempo a sus pies, aguarda pacientemente el soplo de Su Espíritu, medita atentamente detalles que parecen secundarios y emplea giros que tocan el corazón. Sus conferencias no son un dictado de lo alto, ni una demostración de su talento; son una conquista, una ascensión, una conversión de su sed en Su Sed”, afirma el purpurado.
De este modo, el prefecto vaticano que también ha quedado prendado de Iesu Communio asegura que de estas reflexiones de su fundadora se desprende “la esperanza de una renovación de la vida consagrada que tiene su fuente en el Evangelio y en los Padres de la Iglesia, y una revitalización de la fe en el pueblo de Dios al servicio de la conversión misionera enérgicamente querida y promovida por el Papa Francisco. La alegría cristiana, fundada sobre una caridad acrisolada, no se puede extender y comunicar más que desde su lógica interna, trinitaria y nupcial: un desbordamiento de Amor divino-humano que es eclesialmente fecundo, que atrae y empuja con suavidad a la adhesión gracias a la fuerza y la belleza de la comunión”.
El mismo cardenal reconoce que “la misión apostólica de Iesu Communio es característica de la nueva evangelización, un estilo de evangelización por atracción, fundado en la acogida comunitaria en su propia casa, el diálogo y la irradiación de la alegría cristiana que brilla en esta comunidad contemplativa. De los encuentros numerosos y variados surgen conversiones, retornos a la Iglesia, vocaciones sacerdotales y religiosas, familias renovadas. No hay proselitismo ni propaganda mediática ni medias tintas en la disciplina de la vida consagrada, sino una comunión en la que resplandece una presencia de Dios capaz de derretir los corazones helados o de hacer revivir las almas muertas. En definitiva, el árbol se juzga por sus frutos. El mensaje espiritual de esta fundadora florece sobre la tierra de un evangelio vivido y testimoniado en comunión”.
A continuación ofrecemos alguna pequeña píldora de cada una de las reflexiones de la Madre Verónica que aparecen en este libro editado por la propia comunidad religiosa.
“Si conocieras el Don de Dios”.
“Me atrevo a afirmar que, a veces, quizás demasiadas, caemos donde no queremos buscando saciar por caminos equivocados, como el hijo pródigo, el clamor de amor, felicidad, salvación, comunión, plenitud que existe en lo más profundo del hombre. Estamos bien hechos, incluso cuando experimentamos la sed abrasadora de una vida en plenitud; una sed que, cuando busca ser saciada en espejismos, aún se hace más ardiente y fomenta más la desesperanza. Esa sed, en definitiva, pone de manifiesto el grito del Espíritu en el corazón del hombre, para que no se conforme con una vida mediocre, para que se sienta espoleado a acoger la vida en plenitud.
»La sed del hombre resuena en el grito de Cristo en la Cruz: “Tengo sed” (Jn 19, 28). La sed del hombre sólo se calma, sólo encuentra alivio y descanso en Jesús, ¡sólo en Jesús!, el Mendigo sediento que sale al encuentro de la mujer samaritana: “Si conocieras el don de Dios…” (Jn 4, 10). Cristo no viene jamás a arrebatar, sino que desea ardientemente agraciar a la criatura con el don de Dios, colmar a su criatura con una vida en plenitud mediante el don del Espíritu que nos introduce en la comunión del amor trinitario. Cristo es el que está sediento por colmar nuestra sed; Cristo tiene sed de que del seno del sediento lleguen a brotar ríos de agua viva, fecundidad desbordante.
»Pero como ni la imposición ni el avasallamiento son propios de Dios, éste sale al encuentro de la libertad humana invitándola a abrirse a su don: “Si conocieras el don de Dios…, tú le pedirías, y Él te daría…”. Su atracción es su Amor. Su promesa, el designio del Amor de Dios, por ser don, el hombre no lo hubiese podido ni soñar, pero lo reconoce cuando se hace presente”.
“Jesucristo, mi inseparable vivir, tu sed es mi sed”
“Tu gracia me ha hecho descubrir que nos quisiste criaturas. Y las criaturas tienen, por su misma condición, necesidad de Ti, sed de Dios. Y esa sed no es un castigo, sino un regalo tuyo. ¡Esa sed es tu grito encarnado en la criatura!, para que esta sea consciente y jamás olvide que no puede prescindir de Ti. Tú, que nos has regalado la sed, te ofreces como fuente que la sacia. Quisiste al hombre sediento, pero no sin quererte a Ti mismo como inagotable fuente y fidelísima agua que se ofrece indefectiblemente. Señor, ¡no permitas que me domine la tentación de la autosuficiencia, el intento suicida de querer colmar el corazón con mis solas fuerzas al margen de tu designio! Porque la mayor indigencia es vivir engañada sin reconocer que mi sed es sed de Dios”.
“Un gran Amor abrazado en el corazón…”
Decía Sor Verónica a los seminaristas: “Tantas veces son necesarios años para comprender que mi seguimiento no consiste en conquistar un reino para Cristo, sino en dejar que venga a nosotros su Reino. ‘No estás lejos del Reino —podría decirnos también hoy Jesús—, ¿pero estás dentro? ¿Me estás siguiendo como siervo o como héroe conquistador?’. Su gracia consiste en hacernos salir de nuestro territorio a su reino de servicio y humildad. Es necesario ayudarnos a pasar de una primera respuesta generosa, llena de celo y fuerte, pero tantas veces según los propios criterios, sin dejarme a mí mismo, a la adhesión rendida a Cristo y a su querer. Todo debe ser entregado, también nuestros talentos, capacidades, que podrían llegar a esclavizarnos si no son puestos al servicio de la Iglesia. Me conmueve, en el capítulo 21 de Juan, contemplar un nuevo encuentro, ahora entre el Resucitado y Pedro, como una segunda etapa de la llamada. Es el Resucitado el que, en la victoria de su amor, ilumina y caldea el corazón herido de Pedro: ¿Me amas? ‘Tú lo sabes todo… ayer me viste en el patio del sumo sacerdote, pero Tú sabes que te quiero’”.
Vivir del Espíritu. San Ireneo, un testimonio ayer y siempre
“Ahora bien, la carne de Jesús conoció también el camino por el que la carne es capacitada gradualmente para ser portadora de la gloria de Dios. En el Jordán, la plenitud del Espíritu Santo se unió dinámicamente a la carne de Jesús, entró en comunión con la carne de Jesús para hacer de su humanidad una humanidad ungida con la plenitud del Espíritu. El obispo de Lyon distingue muy bien los momentos: el momento de la encarnación por el que el Verbo encarnado es llamado Jesús y el momento de la unción por el que recibe el título de Cristo a causa de la unción de su humanidad. La plenitud del Espíritu Santo se irá apropiando de la carne de Jesús para hacerla progresivamente carne del Espíritu, carne de Dios. Y de esta manera el Espíritu se habitúa a morar y descansar en la carne de los hombres para que cumplan el querer de Dios. Los hombres viejos, herederos de Adán, aprenderán bajo la guía del Espíritu a configurarse con el hombre nuevo que es Cristo. Escribe Ireneo: «El Espíritu de Dios descendió sobre Él… para que fuéramos salvados participando de la abundancia de su unción». La salvación es participar de la abundancia de la Unción de Cristo; Jesús es ungido para que luego sus hermanos, los hombres, participen de esa Unción”.
El horizonte de la muerte suscita la pregunta sobre la vida
“El mayor sufrimiento y pobreza del hombre de hoy es no reconocer la ausencia de Dios como ausencia. Escribía Teilhard de Chardin: ‘El mayor peligro que puede temer la humanidad de hoy no es una catástrofe que le venga de fuera, ni siquiera la peste; la más terrible de las calamidades es la pérdida del gusto de vivir’. El verdadero peligro que se cierne sobre la vida no es la amenaza de muerte, sino la posibilidad de vivir sin sentido, vivir sin tender a una plenitud mayor que la vida y la salud.
»¿Para qué queremos la salud, por qué vivimos? Lo más bello e importante que le sucedió al ciego de nacimiento no fue el hecho de recuperar la visión de sus ojos, ya que sus ojos, pronto o tarde, se apagarían otra vez por la enfermedad, vejez o muerte. El momento más conmovedor de este episodio evangélico no es la curación sino el hecho de ver a Jesús. Y encontró y reconoció al Hijo de Dios cuando vio su rostro, escuchó su voz y lo dejó entrar en su vida. Entonces dijo: ‘Creo, Señor’. Y se postró ante Él”.