El próximo miércoles 2 de febrero, coincidiendo con la festividad de la Presentación del Señor, la Iglesia celebra la Jornada de la Vida Consagrada. Los obispos españoles han querido que el lema este año sea el de “Caminando juntos”, en una clara referencia al camino sinodal que convocó el Papa para toda la Iglesia.
De este modo, en su mensaje los obispos recuerdan unas palabras de Benedicto XVI, que afirmó: “los consagrados son buscadores y testigos apasionados de Dios en el camino de la historia y en la entraña de la humanidad”.
Por ello, consideran que para la vida consagrada “la invitación a caminar juntos supone hacerlo en cada una de las dimensiones fundamentales de la consagración, la escucha, la comunión y la misión”.
El texto, elaborado por la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada, también recuerda que “caminar juntos en la consagración, explican, significa ser conscientes de la llamada recibida, la vocación compartida y la vida entregada. En el fondo, supone darse cuenta de que a Dios solo se le encuentra caminando”.
Entre los materiales que han ofrecido para esta jornada, los obispos han incluido diferentes testimonios sobre los distintos tipos de consagración que existen. Uno de ellos es el de la monja trapense Pilar Germán, del monasterio de Alloz (Navarra), por cuyo interés ofrecemos a continuación íntegramente:
“Descubrí algo nuevo, ser monja no me situaba al margen, no me desentendía”
Mi nombre es Pilar y soy monja cisterciense de la Estrecha Observancia, también conocida como Orden de los Trapenses. Pero claro está, esto no fue siempre así. Recuerdo que cuando dije que me sentía llamada a seguir a Cristo en la vida monástica, los comentarios no se hicieron esperar. Bastantes personas, incluso de la Iglesia, me cuestionaron la decisión y el argumento más repetido era que siendo monja contemplativa me desentendía de la vida real, del mundo, de mi familia, de mis amigos y de un trabajo con una implicación social importante. Veían que era una opción libre, pero que me dejaba al margen de la vida: amor, felicidad, pasión, compromiso…
Yo misma al intuir esta llamada del Señor me había cuestionado de un modo similar y tuve una lucha interna con el Señor, esperando que todo esto fuera una lluvia de primavera que pasa rápidamente. Pero no fue así, al contrario, el Espíritu Santo me fue abriendo los ojos, el oído del corazón para poder escuchar. Y descubrí algo nuevo. Ser monja no me situaba al margen, no me desentendía, de la vida de la Iglesia, ni de ninguna vida; al contrario, me situaba en el centro allí donde nada ni nadie me es ajeno. Y donde el horizonte de la vida lejos de empequeñecerse se abre hasta el infinito. Evagrio Póntico describía al monje como «el que está separado de todo pero unido a todos».
Una sencilla imagen propuesta por los padres del monacato me introdujo en una corriente de vida nueva, la de la comunión. Cuando escuché la exhortación del papa a caminar juntos en este camino sinodal, pensé en compartir esta experiencia, perfectamente extrapolable, por si puede ser de ayuda en este camino que estamos llamados a recorrer juntos.
En una comunidad monástica, como ya hacía notar san Bernardo, hay personas venidas de lugares diferentes, con diferente estatus social, económico, cultural…; en definitiva, personas muy distintas que si no fuese por haber sido convocadas por el Señor a una vocación y a un lugar determinados, posiblemente nunca se hubieran relacionado o, al menos, no de un modo tan intenso.
¿Cómo poder hacer de ellas una comunidad que camina, busca, en la que se puedan acoger, querer y ayudarse los unos a los otros a hacer camino?
La respuesta es sencilla: cada uno de los miembros de la comunidad monástica, de la comunidad eclesial, somos como los radios de una rueda. Si los radios tienden al centro de la rueda, allí se juntan. Los radios somos cada uno de los cristianos, el centro de la rueda es Dios. Si confluimos en el centro, Dios, los que éramos diferentes, separados… nos encontramos, no solo eso, sin perder la impronta de nuestro ser, podemos estar en comunión con aquellos con quienes nunca lo hubiésemos sospechado. La comunión es un don de Dios. Si el radio no está unido, queda en paralelo al resto y entonces no cabe el encuentro.
Al mismo tiempo la rueda tiene un dinamismo que hace caminar, avanzar. Los radios sueltos entorpecen el movimiento. Tarea es del resto ayudar a aquellos que están despistados para que nadie quede descolgado, aunque a veces el movimiento se vea enlentecido.
Caminar juntos, en comunión, es algo hermoso, maravilloso, que produce alegría; pero también, un consejo de la vida monástica: el camino es largo y la tentación aparece de múltiples maneras, para ponerla en su sitio y que no gobierne sobre nuestras vidas, es importante nombrar la tentación, que puede ser cansancio, desaliento, derrotismo, el juzgar a aquellos que tienen una sensibilidad distinta a la mía; por el contrario, debemos aprender a escuchar, descubrir aquello que tienen y aprender de ellos… y por encima de todo perseverar en la humildad.
El camino que nos propone el papa es una carrera de fondo, peregrinos en este mundo nos dirigimos hacia nuestra verdadera vida eterna. Por supuesto sin desentendernos del aquí y ahora, pero los ojos fijos en la meta. Caminar juntos es el modo más seguro de llegar a puerto, pero también supone un camino de conversión personal, de aprender a escuchar, a amar, a negarse a sí mismo…
Como el papa ha repetido en más de una ocasión, adentrarnos en este camino sinodal supone entrar en un proceso de conversión personal. Un auténtico don, el que se nos ofrece de vivir cimentados en la roca que es Cristo.
Acabo con una cita de san Benito que recoge lo dicho anteriormente: «No antepongamos absolutamente nada a Cristo, el cual nos lleva a todos juntos a la vida eterna».
Desde el monasterio nos sentimos en plena comunión con toda la Iglesia y, con ella, nos ponemos a caminar desde nuestro propio carisma eclesial participando, por un lado, en las actividades que desde la diócesis se nos proponen y, por otro, con nuestra oración. Sin duda lo mejor que podemos aportar a este camino sinodal, al celebrar esta Jornada de la Vida Consagrada.
Hna. Pilar Germán
Monasterio de Alloz, Navarra