Beverly Mcmillan confiesa que no creció “queriendo ser abortista” pero como médico acabó dedicándose a practicar abortos en Estados Unidos. Muchos además. Tenía dinero, una buena casa y todos los elementos para ser feliz, pero no lo era. Acabó viendo en los propias partes de los fetos a los que acababa de quitar la vida a su propio hijo. Finalmente, experimentó una fuerte conversión al cristianismo que a su vez le fue llevando a una visión provida, primero dejando de hacer abortos y más tarde convirtiéndose en activista. Durante años ha sido la presidenta de Pro-Life Mississippi.
Esta mujer, ya anciana, vio la realidad de los abortos ilegales que se realizaban en los hospitales y luego la gran expansión del aborto tras su regulación en 1973. Fui criada en un hogar cristiano, así que ciertamente sabía todo lo que 'debes y no debes hacer'. Tuve una vida bastante protegida. Me gradué de la escuela secundaria en la década de 1960. Fui a Knoxville, Tennessee a la universidad para comenzar Medicina y fue laicismo total. No sé cuánto tiempo se había estado infiltrando en los académicos, nadie nos advirtió al respecto", cuenta en el blog provida Can’t Say You Didn’t Know.
En ese periodo empezó a salir con el que ahora es su marido. Se casaron en 1965. Él era agnóstico y su visión del mundo era muy liberal. Este hecho y el entorno universitario influyeron mucho en McMillan. Al salir de la universidad estaba completamente secularizada.
Abortos ilegales en hospitales
En la universidad no se hablaba del aborto, pero una vez licenciada lo conoció de primera mano. En su época de residencia en 1969, McMillan fue enviada al Hospital del Condado de Cook en Chicago. Rotó en tres puestos: una fue de obstetricia para ayudar en los partos. Otro fue en el ámbito quirúrgico donde realizaban cesáreas. El tercero fue algo llamado “infected OB”.
Fue aquí donde McMillan vio por primera vez el aborto. Durante la noche llegaban mujeres embarazadas y entonces se dio cuenta que allí realizaban abortos ilegales. Cuando concluyeron estas prácticas –asegura esta mujer- “no tenía otro punto de vista que el del humanismo secular en ese momento. Pensé: 'Esto debe ser lo mejor’. Y me pareció razonable legalizar el aborto y dejar que la comunidad médica comenzase a asumir alguna responsabilidad para que estas mujeres no tuvieran que acudir por una vía ilegal”.
McMillan estaba convencida que ayudándolas a abortar estaba ayudando a las mujeres. Una vez terminada su formación se trasladó junto a su marido a Kentucky. En 1972, ella y una residente que había conocido abrieron su propia clínica privada. “Fue divertido, ya sabes, dos chicas contra el mundo”. Y entonces llegó 1973 y la histórica sentencia Roe v Wade que legalizó el aborto en los 50 estados.
Su propia clínica abortista
“Cuando nos dimos cuenta de que realmente era legal, pensamos en comenzar a ofrecer el aborto en nuestra clínica. Empezamos a realizar abortos en el primer trimestre. Solo íbamos a hacer abortos en el primer trimestre porque las complicaciones aumentan exponencialmente a medida que avanza el embarazo. No queríamos meternos en grandes problemas".
McMillan ejerció en Kentucky desde 1972 hasta 1974, cuando le ofrecieron a su esposo una maravillosa oportunidad de trabajo en Jackson, Mississippi. Así que en 1975 esta doctora abrió su clínica en Jackson en 1975. También asumió un trabajo en el University Medical Center. Mientras trabajaba en la Universidad, conoció a un grupo de personas que querían abrir un centro de abortos en el estado.
“Esto fue en 1975, dos años después de Roe y no había ninguna clínica de abortos en el estado. Tenían todo lo que necesitaban, excepto un abortista. Nadie quería presentarse y ser identificado, supongo. Entonces me preguntaron si estaba interesada", relata.
Ella sabía que este trabajo no era popular, porque los médicos que practican abortos no están especialmente bien vistos entre sus compañeros. Pero le dio igual y aceptó la oferta.
El encuentro con una cristiana
Sin embargo, ese verano McMillan conoció en una charla sobre educación para el parto a una mujer, Bárbara, que acabaría convirtiéndose en fundamental en su vida. “No tardamos mucho tiempo en darnos cuenta de que ella era cristiana y yo una pagana. Ella era simplemente encantadora. Me estaba preguntando sobre mi consulta y cuando le dije que me estaba preparando para abrir esta clínica de abortos se horrorizó. Pero ella se fue a casa después de eso y llamó a su mejor amiga e hicieron una cadena de oración por teléfono para rezar por mí”. Seis meses después, esta doctora se encontraría con Cristo.
McMillan encarnaba el ideal del éxito. Tenía una casa enorme, coches, varias posesiones y dinero. Pero se sentía profundamente deprimida, así que decidió acudir a una librería a comprar el libro de Norman Vincent Peale, El poder del pensamiento positivo, el que se puede considerar el primer libro de auto-ayuda.
Leyó la lista de pasos a seguir y trató de ponerlos en práctica. Todos menos uno. El número siete en la lista afirmaba: “Hacer todas las cosas en Cristo, que me fortalece". “Pensé, ¿qué tipo de basura compré en esta librería? Creía que había comprado un libro de psicología y esto era de un chiflado religioso”, cuenta esta mujer.
Sin embargo, tras posponerlo todo lo que pudo, McMillan finalmente se rindió decidió poner en práctica ese punto. Y entonces sintió la presencia de Dios con ella. Comenzó a llorar y se sintió abrumada por la emoción. Ese fue el catalizador que la llevó a buscar a Dios. Al final del libro, Peale recomendaba leer la Biblia todos los días y encontrar compañerismo cristiano. Por ello, decidió comprar una Biblia y pasar más tiempo con la única amiga cristiana en la que podía pensar: Bárbara. Y así acabó yendo a la iglesia.
El trabajo del Señor
Pero Beverly McMillan todavía no era provida, aún deberían pasar dos años antes de que dejara de trabajar en la clínica de abortos. “Hubo mucho trabajo que el Señor tuvo que hacer. Lo primero de lo que el Señor comenzó a hablarme no fue el aborto, fue mi relación con mi esposo. Mi vida necesitaba una rehabilitación total", reconoce.
Si bien no se convirtió en provida de inmediato, comenzó a sentirse cada vez más incómoda trabajando en la clínica de abortos. Lo que solía ser fácil, comenzó a volverse cada vez más difícil. Una noche, cuenta que le estaba mostrando a una empleada cómo contar las partes fetales para asegurarse de que el aborto fuera completo. Al mirar aquellos restos del bebé de 12 semanas abortado, McMillan vio el brazo y el músculo bíceps del bebé abortado sobre la mesa. “Pensé en mi hijo menor y cómo solía andar mostrando sus músculos. Esto fue un momento de Dios, un momento del Espíritu Santo”. Se dio cuenta de que aquellos restos podían ser perfectamente de su hijo. Desde ese momento no realizó ni un aborto más aunque siguió de momento actuando como directora de la clínica.
A su vez continuaba yendo a la iglesia y, al sentarse bajo la predicación de la Palabra de Dios y escuchar el Evangelio supo que necesitaba hacer una profesión pública de fe y ser bautizada, además dejar la clínica de abortos.
El problema es que ella todavía "no era provida" sino que "simplemente ya no podía hacer abortos".
Y entonces una cita del Génesis la tocó de tal manera que fue ahí cuando se convirtió en plenamente provida. Era la siguiente: “Quien vertiere sangre de hombre, por otro hombre será su sangre vertida, porque a imagen de Dios hizo Él al hombre". (Gn 9, 6).
También se dio cuenta de que a pesar de que había dejado de hacer abortos, seguía recetando métodos anticonceptivos como los DIU que causan "miniabortos". Y así su historia avanzaba.
Una incansable activista provida
Desde entonces, ella ha compartido su historia con muchas personas, educándolas sobre la vida en el útero y las realidades del aborto. Ha ayudado a bebés que se salvaron del aborto. Ha testificado en la corte a favor de proyectos de ley pro-vida y contra abortistas que han herido a mujeres. También ha participado en activismo en las calles asesorando a mujeres y rescatando a mujeres que acudían a abortar. Esta abortista se acabó convirtiendo en un auténtico referente provida, gracias a Dios.