Mientras miles de personas reían, cantaban y danzaban en Dublín el pasado 25 de mayo celebrando la aniquilación de los derechos del no nacido, en la cercana ciudad portuaria de Dun Laoghaire un hombre derrotado se lamía las heridas tras una durísima campaña por la vida en el referéndum irlandés.
John Waters, atrabiliario periodista y crítico musical, conocido también por su antigua relación con la cantante Sinead O'Connor -con quien tuvo una hija-, ex alcohólico y ex ateo, fue durante semanas blanco principal de los odios abortistas. "Te has convertido en causa de vergüenza para toda la nación", le espetaba un iracundo viandante, haciéndole fotos con su teléfono móvil a modo de improvisado escrache callejero. ¿Para reprocharle qué? Que la de Waters, precisamente por su celebridad, fue la voz laica más reconocible que pidió mantener en la Constitución irlandesa la sacralidad del seno materno.
John Waters debate con Sarah McInerney en The Sunday Show (TV3) el 13 de mayo de 2018.
Tácticas mafiosas
A Waters no le impresionan los acosos, porque ya ha pagado el precio de resistir a la corrección política. Su oposición al matrimonio entre personas del mismo sexo, aprobado también en referéndum el 22 de mayo de 2015, le costó su colaboración de años en el Irish Times. Y no hace mucho denunciaba las tácticas mafiosas de amedrentamiento de grupos homosexualistas que en Estados Unidos van por los comercios exigiendo a sus dueños que exhiban simbología gay friendly so pena de hacerles una campaña en contra, "algo que está creciendo a velocidad que empieza a ser preocupante".
Waters toma como modelo las consideraciones que el ex presidente checo y antiguo disidente anticomunista Vaclav Havel (1936-2011) plasmó en El poder de los sin poder: hay que resistir como sea, porque la finalidad de todas estas imposiciones ideológicas "es deshumanizar, convencer a la gente de que renuncie a su identidad humana en beneficio de una identidad colectiva".
Una Irlanda que muere
Precisamente la identidad colectiva de su país, Irlanda, lleva años en proceso de ser destruida, revertiendo su historia católica. El 26 de octubre tendrá lugar una nueva consulta popular que busca eliminar de la Constitución dos cosas, el rechazo a la blasfemia y un precepto que protege a las madres contra la explotación laboral: "El Estado asegurará que las madres no podrán ser obligadas por necesidad económica a ocupar trabajos que vayan en detrimento de sus deberes domésticos" (artículo 41.2.2). Waters no se ha mordido la lengua: "Todas las cruzadas contra los preceptos constitucionales se basan en mentiras y manipulaciones", dice, recordando que nadie ha sido condenado por blasfemia en Irlanda en los últimos 163 años. En cuanto al artículo sobre las madres, hoy presentado como "sexista", buscaba defender la familia evitando la explotación laboral de la mujer en su momento más vulnerable: una "brecha salarial", sí, la vinculada a su libre maternidad. Pero esa no importa.
De ahí que, a raíz del desastre del referéndum del aborto, Waters no dudase en escribir un "obituario" de Irlanda, con una imagen muy gráfica: "La historia parece ir en dirección contraria, la Resurrección primero, el Calvario después... Una civilización en caída libre, que con cada suspiro busca negar la existencia de una autoridad superior... Un país donde la libertad significa el derecho a hacer cualquier cosa que te plazca sin temor a las consecuencias... Es el epitafio del país donde crecí, el único al que puedo considerar mi hogar, esta antigua tierra reconocible por su piedad, por su valor, por sus sufrimientos". Se ha pasado de la Irlanda cuyos monjes salvaron la civilización occidental, que cantara Thomas Cahill, a una nación aquejada por el cáncer que le diagnostica Waters: "No creer en nada que no pueda negociarse en términos monetarios".
Irlanda se descristianiza, y la Iglesia paga el precio de un exceso de presencia pública. Desde la hambruna de 1845 hasta la independencia en 1922, y luego hasta hace muy pocos decenios, la Iglesia no solo fue "el gobierno moral de Irlanda", explica Waters a Rodolfo Casadei en Tempi, sino que asumió competencias sociales y administrativas para resolver problemas que primero Londres no tenía interés ni intención de resolver, y después el naciente gobierno de Dublín carecía de medios para hacerlo. Un ejemplo paradigmático son las lavanderías de la Magdalena, pretexto ahora para una campaña contra la Iglesia. "Al cumplir todas esas misiones, nuestro catolicismo asumió trazos opresivos", dice Waters, "y a partir de los años sesenta la Iglesia empezó a pagar la cuenta de todo ello. Todo lo bueno que hizo se ha olvidado, y solo quedan en primer plano las cosas vergonzosas, sin ninguna contextualización histórica".
Cuando Waters perdió la fe
Pero ¿de dónde le viene a este nombre propio de la vida cultural irlandesa tanta lucidez para calibrar lo que está pasando? Él no dudaría en responder con su historia de fe, que resumió hace diez años en su libro Lapsed Agnostic: creyente en la infancia y juventud, no creyente en la veintena y la treintena, un retorno a la Iglesia a los cuarenta, hace dos décadas.
Su padre, que "vivía la existencia con la absoluta convicción de que existe otra realidad" que no es la de este mundo, influyó mucho en él. Trabajaba cumplidamente como cartero, atendía bien a su familia y vivía con un ascetismo que, sin embargo, nunca le explicó a su hijo. En la Irlanda de hace medio siglo en la que se crió John, muchas cosas se daban por supuestas, entre ellas la religión y sus consecuencias, pero... no se daba razón de ellas: el entorno social no explicaba los motivos de los tabúes que practicaba.
Una de las maravillosas escenas de El hombre tranquilo (1952), de John Ford, un entrañable retrato de la Irlanda católica. Maureen O'Hara acude al "atareado" párroco (Ward Bond) para contarle cómo ha sido su noche de bodas con John Wayne. Por pudor, lo hace en gaélico, no en inglés.
Y, como en otros países católicos en esa misma época, esto alimentó la rebeldía de muchos jóvenes a quienes nadie seducía con la razón profunda de comportamientos a los que se veían socialmente constreñidos, desde la asistencia a misa los domingos a las costumbres sociales en torno al noviazgo y el matrimonio.
Waters dejó de practicar y luego de creer. Y, casi al mismo tiempo, empezó a beber. Se encontró con que aquello que debía liberarle le sometía a la más asfixiante de las prisiones: el alcoholismo. Con todo, su auténtica cárcel no era la bebida, sino su encierro en un búnker ideológico que describió en el 34º Meeting de Rimini, en agosto de 2013, cuando explicó por extenso las razones de su retorno al cristianismo.
ReL ofrece a sus lectores por primera vez la traducción íntegra de sus palabras, realizada por Elena Faccia Serrano. Pincha aquí para descargarte el PDF. Los párrafos siguientes resumen su testimonio, pero vale la pena leerlo entero.
Ese búnker fue descrito por Benedicto XVI en su discurso al Bundestag alemán del 22 de septiembre de 2011, aunque el Papa no usó esa palabra sino que habló de un "edificio de cemento armado sin ventanas". Ese búnker mental del hombre moderno, explica Waters, funciona según la lógica del positivismo y no deja "espacio para el misterio", en él el hombre "ya no pide ayuda ni se arrodilla para dar las gracias. Pierde su sentido del asombro y de la gratitud. Ya no se siente dependiente... En el búnker se nos ahorran todos estos sentimientos de asombro y humildad".
"El problema de la fe en la cultura moderna" que ese búnker configura, continúa John, "no se debe a una falta de evidencia razonable, sino a la incapacidad de utilizar los hechos disponibles para reforzar al máximo la razón humana". La destrucción de la religión conduce a perder "la capacidad de vivir con el sentido del misterio, de mirar al mundo con asombro". Se configura la dictadura eficaz de la "sociedad materialista, basada en una apropiación indebida del deseo de perfección humana" para pervertirlo en la aspiración solo a cosas materiales.
Lo que afecta incluso a los creyentes: en un escenario generalizado de "banalización de Dios", incluso para ellos Dios "se ha convertido en una especie de prima", cuya existencia "añade un aspecto que gratifica los esfuerzos del hombre, pero ha dejado de estar en el centro, como máximo es una consolación". En una frase contundente: "El búnker ha hecho de Cristo un mito, una idea sentimental y un policía moral. Esto es un crimen contra Dios, pero es un crimen aún más grande contra la humanidad".
La conversión
¿Cómo se tradujeron estas reflexiones en la conversión personal de Waters? Básicamente, reconociéndose como un ser dependiente de Él justo en su alcoholismo. "Me vi a mí mismo y vi mi estructura humana como algo 'dado', algo que no podía presumir de poseer o controlar, y por tanto algo de lo que no podía abusar sin consecuencias terribles para mí", confesó Waters a Benedetta Frigerio en una entrevista de La Nuova Bussola Quotidiana.
"A través de mi experiencia con el alcohol", proclamó en aquel Meeting, "aprendí que mi estructura estaba definida por un deseo infinito de algo grande. Intercambiar el alcohol por la respuesta me hizo consciente del hecho de que estaba construido de un cierto modo, que yo había sido creado, que era dependiente, que no me había hecho a mí mismo: que yo era mortal en un cierto sentido, pero infinito en mi deseo".
"Hace veinte años que escapo de esto", se dijo entonces a sí mismo. Y se vio como cuando era niño, "necesitado de ayuda, errante, preguntando, dando gracias, hablando a Cristo que, me daba cuenta, seguía cerca de mí. Al principio hice esto como un acto de fe, pero sin creer. Pero pronto, a pesar de mi escepticismo, noté que mi vida mejoraba: ya no necesitaba beber, no tenía miedo. Este fue el principio de la revisión de mi realidad, que me llevó a convertirme de nuevo en mendigo, tras años de haber intentado ser Dios".