Ricardo se bautizó el reciente 9 de abril de 2018, Domingo de la Divina Misericordia, en su parroquia de Santa María de la Benquerencia (santamariadebenquerencia.org), en Toledo. No lleva ni dos meses de cristiano bautizado. Dice a ReL: "los cristianos tenemos que hablar, ser valientes, no tener vergüenza".
Algunos compañeros no comprenden su conversión. "Me he dado de baja del grupo de wasap. Vale que se rieran de mí cuando les mandé mi foto de blanco, en el rito de los candidatos. Yo también me río, me gusta la risa. Pero cuando empezaron a hablar de curas pederastas y todo eso, ya dejé el grupo. A mí los curas me han tratado muy bien".
Claro que hace casi 20 años, cuando su hermana Mari se bautizó, él era el que se reía de los cristianos y se burlaba. "Mi hermana Mari se bautizó a los 18 años. Se convirtió con los carismáticos. Yo tenía 16 años, ni quise ir a su bautizo. Ya estaba enfadado con Dios y me enfadé más. Mari, y Pablo, que hoy es mi cuñado, ya no los veía como mis 'amigos', ahora estaban con Dios, como si Dios me los quitara. Mis padres se separaron cuando yo era pequeño. Luego mi padre murió cuando yo era niño. Después, a los 19, murió mi abuelo. Mi abuela no era persona de fe y no hicimos ni misas. Fui a una cosa de oración con Mari y Pablo, con un cura carismático, y me cayó fatal".
Ricardo se crió en el barrio de Vallecas, en Madrid. Hizo clase de religión en el colegio, pero no le aportó nada. Él estaba sin bautizar pero además ninguno de sus amigos de infancia hizo siquiera la Primera Comunión. Dios no estaba en su vida para nada.
"Al crecer, no es que yo fuera ateo. Creo que era peor. Yo decía: si Dios existe, que me deje en paz, que no me moleste, que no venga a fastidiar, no quiero saber nada de Él. Lo decía en voz alta. Si hay otra vida, no la quiero. Yo solo quiero vivir esta y hacer lo que me da la gana. Quiero acostarme con las tías que me apetezca, quiero disfrutar y que me dejen solo. Esa era mi postura. Si veía unas monjas por la calle me burlaba de ellas, les hablaba mal y las dejaba con cara triste".
Ricardo a veces "rezaba", pero no a Dios, sino a su padre fallecido. "De alguna manera, intuía que puede escucharme. Nunca cerré la puerta a eso". Había un claro enfado: "yo pensaba que si Dios me quitó lo que yo quería, no quería saber nada de Él".
Conoció a Eva, se casaron por lo civil y fundaron una familia en Toledo. "Yo me casé en serio, sí. Pero por dentro yo estaba vacío. Yo era un saco de pecados, un saco que nunca se llenaba", explica él.
Eva se había formado en otro entorno. Sus padres son católicos "de fe cultural, al estilo de Toledo; aquí aún hay mucha fe cultural", explica. La bautizaron, de niña iba a misa y a catequesis. Incluso hizo catequesis de postconfirmación. Y ahí dejó la vida de iglesia y los sacramentos, a los 15 años, junto con alguna prima que antes la acompañaba a misa. Simplemente, lo dejaron, y sus padres lo permitieron.
"Yo creía algo en Dios, y en Cristo", recuerda Eva. "Y veía que la Iglesia hacía cosas buenas con los pobres. Pero yo no estaba de acuerdo con sus enseñanzas. O eso me parecía, porque nadie me las explicó bien, ni yo pregunté. Los temas de moral sexual, familiar... No estaba de acuerdo. Y pensé: o se está al cien por cien, o me voy. Y me fui".
Alejada de la Iglesia, hace unos años una amiga le comentó que está moviendo papeles para pedir la apostasía. Eva le preguntó cómo se hacía. Se planteó si apostatar oficialmente era algo que debía hacer por coherencia. "Pero luego pensé: '¿y si me arrepiento?' y no moví nada".
Aunque se casaron por lo civil, Eva tenía una cosa muy clara: "yo me casé muy convencida de que eso tenía que ser hasta que la muerte nos separe". Y tuvieron al pequeño Ángel.
Eran dos personalidades muy fuertes, que chocaban. Y Ricardo era a menudo duro e hiriente. Y empeoró. Él se fue de casa.
"Nos separamos un año y pico. Ahí toqué fondo. Por cabezonería y orgullo, sobre todo. Estaba solo, empecé a beber, a drogarme... Robaba en el trabajo. A veces iba a visitar al niño si me convenía, pero otras veces no me interesaba y no iba. En esta etapa toqué fondo. Me vi un día en mi pisillo echando de menos a Eva y al niño. Y pensé: ¿qué estoy haciendo con mi vida? Incluso pensé en la muerte".
Durante un año y medio, Eva veía empeorar a Ricky. "Él estaba muy cambiado, muy mal, parecía otro", recuerda ella. "Él para mí seguía siendo mi marido y él sabía que podía venir a casa. Un día llegó sin llamar y me explicó lo que sentía, que estaba muy hundido, pero que no quería perdernos. Que con tiempo... Yo le dije que se quedara en casa, con nosotros, que ya veríamos como convivir. Yo tenía claro que iba a luchar por mi familia".
El pequeño Ángel estaba sin bautizar, pero después de unos años de colegio Ricardo dijo: "el niño podríamos pasarlo a clase de religión, y así no lo condicionamos tanto". Eva estaba asombrada: "Pero si eso no va con nuestros principios", dijo ella. Pero luego pensó: "a mí la clase de religión tampoco me hizo daño". Y permitió el cambio.
Ese sería el detonante de muchas cosas.
El niño llegaba a casa con ejercicios de la clase de religión, con oraciones... "y yo me emocionaba recordando cosas de mi infancia", dice Eva. Más aún, el niño trajo un papel invitando a apuntarse a catequesis a la parroquia, y con ganas de hacer catequesis. Así que a los 6 años lo bautizaron y lo apuntaron. Y como la parroquia pedía que los niños de catequesis fueran a misa, Eva llevaba al niño a misa, y se quedaba allí, y recitaba las oraciones.
Parroquia de Santa María de la Benquerencia, en Toledo; Eva empezó a ir a misa por acompañar al niño, y pensaba "ojalá Ricky estuviera aquí"
"En esas primeras misas me emocioné y sentí la llamada de la fe", explica. Incluso en verano, cuando ya no había misa de niños, cuando ella no iba a misa... sentía el deseo de ir, aunque no llegaba a acudir. "Pero ya no era obligación, era algo que deseaba. Y me pregunté: ¿por qué me he alejado? Y escuchaba las homilías y me hacían pensar, me parecían muy razonables. Pensaba: 'ojalá Ricky estuviera aquí y escuchara esto'. Y entonces, a partir de verano de 2017, Ricky ya no solo nos traía a la parroquia sino que un día me sorprendió y dijo: 'me quedo'".
Ricky explica lo que pasó hace apenas un año. "Yo antes les dejaba en la puerta de la iglesia por orgullo. Pero un día me quedé, y algún día más".
En cierta ocasión, en misa, el pequeño Ángel se agitaba aburrido en su asiento durante la homilía. Ricardo le dijo al niño, para que se quedara quieto: "¡Escucha, hombre! Si no prestas atención a lo que dicen, si no escuchas, claro que se te hace larga la misa!".
"Y pensé, de inmediato: 'qué hipócrita soy, que digo al niño que escuche al cura cuando yo no lo hago'. Y así empecé a prestar atención en misa", recuerda.
Un tiempo después, el cura hablaba de los mandamientos. "Y yo ya escuchaba y eso me hizo pensar. Volvimos a casa y en el telediario todo eran barbaridades, cosas malas. Y yo pensé: '¡qué distinto sería el mundo si aplicáramos los mandamientos! Iría todo mucho mejor, sería un mundo bueno y feliz'."
Ricky tenía ahora tiempo para pensar. Estaba en paro y con una enfermedad grave, con cirrosis. Y ya se quedaba en misa y escuchaba.
"Le cogí cariño a Alfonso, el párroco, porque es así brutote, de hablar claro, como a mí me gusta. Yo ya deseaba ir a misa, sin decírselo a nadie. Veía a la gente comulgando y yo quería comulgar. Yo quería ser uno más, pero ¡estaba sin bautizar! Yo quería ser Hijo de Dios, quería comer la carne de Cristo. Ahora ya sí quería la Vida Eterna".
¿Es su fe fruto de la enfermedad grave y la posibilidad de la muerte? Ricardo cree que no necesariamente. "En otro tiempo, la enfermedad me habría enfadado más con Dios, habría pensado 'Dios me odia', me habría hecho más amargo... Pero no, aquí yo ya estaba atraído por Él", comenta.
Un día se le hizo muy larga la semana para ir a misa. Después de misa, le dijo a Eva:
- Tengo que hablar contigo, no te asustes. Quiero ser cristiano.
Ella, dice, ya lo veía venir.
La parroquia y la diócesis los acogieron completamente y se adaptaron a sus circunstancias y a la enfermedad de él. "Es gente maravillosa, que no nos conocía, pero se emocionó y nos arropó. Alfonso, el párroco, tiene 53 años, pero yo, quizá por ser huérfano, ya lo veo como un padre. Cuando le dije: 'quiero ser cristiano', me dijo riendo 'en menudo lío me metes'".
Un día, después de empezar el catecumenado, estando en oración, Ricardo sintió que Dios le hablaba.
- Quien no quiera que no se lo crea, pero Dios me dijo: 'ten cuidado, que esto puede ser para toda la vida', y yo le respondí: "es que ¡va a ser para toda la vida!" Ese fue mi sí definitivo. Y me levanté dando gracias. Estoy alegre, no pienso en mi enfermedad ni la temo, ni miedo a morir. Me preocuparía por mi hijo, por su edad, pero encontrarme con mi padre, la otra vida, no me parece mal. Me atrae".
Ha sido un proceso muy rápido, apenas 7 meses de catecumenado. "Estamos como recién enamorados", dicen, respecto a su fe, alegre y luminosa. Eva dice que su primera confesión, después de tantos años, "fue muy emocionante".
"El 8 de abril, Día de la Divina Misericordia, en mi parroquia me bauticé, no en la catedral con otros catecúmenos. Todos se portaron muy bien: Estrella, mi catequista, el obispo auxiliar, don Ángel, que vino a hacer la ceremonia solo por mí... Mi hermana Mari, y Pablo, mi cuñado, encantadísimos. Pablo fue mi padrino de bautizo; mi suegra, que me cuida mucho, mi madrina". Mari y Pablo, por supuesto, después de años de rezar por la conversión de sus seres queridos, en casa o en su grupo de oración semanal, estaban asombradísimos de cómo había actuado Dios.
Algunos de sus hermanos que aún no tienen fe lo aceptan a su manera. Hay otros parientes o amigos que no entienden nada.
Han cambiado cosas concretas en el día a día. Eva señala que "ahora nuestra convivencia ha mejorado mucho. Ricky es más comedido, mucho más pendiente, atento. No se queja, es mucho más paciente". Ricky explica un ejemplo concreto de su cambio: "hace 5 meses que no digo ni una mentira, ni de esas piadosas. Me he vuelto riguroso con los mandamientos. Vivo mucho más feliz siendo claro".
¿Y toda esa oscuridad del pasado? "Está sanada", dice Ricky. "Sí, el bautizo perdona los pecados. Pero luego me confesé de esas cosas porque humana, psicológicamente, un hombre necesita expresarlas, dejarlas ir, y sí, puedo decir que la confesión cura esas heridas. El 'yo te perdono' del cura cicatriza las heridas. También he recibido la unción de los enfermos y parece que, dentro de la gravedad, estoy mucho mejor. Dios está fuerte en mi vida", concluye sonriendo.