Se han cumplido diez años del secuestro por Estado Islámico del jesuita Paolo dall'Oglio, de quien no se tienen noticias. El 29 de julio se celebró una misa en la iglesia romana de San Ignacio de Loyola para pedir por él, y en la celebración estuvo presente otra víctima de la yihad, Jacques Mourad, sirio de Alepo, consagrado el pasado mes de marzo tras ser designado arzobispo de Homs por Francisco.
Un mártir muerto y un "mártir viviente"
Fue muy amigo del padre Dall'Oglio, pues se conocieron en 1986 y juntos restauraron el monasterio de Mar Musa (San Moisés): "Para mí, es un mártir viviente. Es un verdadero mártir, tanto si está muerto como si sigue vivo", declaró monseñor Mourad a Vatican News, porque "un mártir es alguien que vive siempre en la memoria de la Iglesia, en el corazón de la Iglesia y del pueblo de Dios". Personas de todas partes acudían al monasterio a conocerle, y con las cartas que enviaba o recibía "podríamos hacer una enciclopedia", destacó: "Era alguien que siempre estaba ahí para todos, tanto para los más jóvenes como para los más mayores; tanto para el creyente como para cualquier otra persona".
Mourad habló también a otro jesuita, el holandés Frans Van der Lugt, asesinado en Homs meses después, el 6 de abril de 2014, en el jardín de su convento, por miembros del Frente al Nusra, vinculado a Al Qaeda. Llevaba cuarenta años en la ciudad atendiendo las necesidades de todos, y en aquel momento era el único sacerdote extranjero que quedaba allí, en plena guerra en Siria. "El padre Frans fue para mí, y para todos los sirios, el ejemplo de fidelidad a su maestro, Jesucristo", y dio testimono con su vida de que "la verdadera salvación sólo puede venir a través del amor y del sacrificio de sí mismo".
La comunidad de Mar Musa: en el centro, el padre Dall'Oglio. En el extremo izquierdo de la foto, el padre Mourad, hoy arzobispo de Homs.
Con estos dos precedentes, Mourad, entonces sacerdote, sabía a qué se exponía cuando fue él mismo secuestrado en 2015 en su comunidad de Mar Elian (San Julián), cerca de la ciudad de Al Qaryatayn. Estuvo cinco meses bajo el poder de Estado Islámmico, hasta que consiguió escapar con la ayuda de un joven musulmán. Y ha recordado ahora algunos de los momentos vividos.
"Conviértete o te cortaremos la cabeza"
Como cuando le amenazaron con el martirio. "Conviértete o te cortaremos la cabeza", le dijeron los terroristas: "Me encontraba exactamente en la encrucijada de seguir llevando la Cruz hasta la muerte con Cristo, por amor a la Iglesia y la salvación del mundo, o renunciar a ella y dejar así también de lado mi vocación".
Decidió lo primero, pero apunta una razón importante: "Pensé en mis secuestradores"; es decir, en el impacto para sus almas que habría tenido su apostasía. "El don que recibí durante esta experiencia", añade, "fue mirar a estas personas con espíritu de oración para pedir a Dios que ilumine sus corazones, que los convierta. No por mí, sino por su salvación y por la paz mundial".
Considerar esto le liberó de "todo temor", porque cuando sentía miedo rezaba el Rosario "y el miedo desaparecía y se convertía en valor".
"Hoy considero aquella experiencia como una gracia", continúa, "una gracia que comenzó el octavo día, justo antes de la puesta del sol". Ese día recibió la visita del gobernador de Raqqa, sin saber que el hombre que era el líder del autodenominado Estado islámico en Siria. "Cuando le pregunté: ¿por qué somos prisioneros? ¿Qué hemos hecho de malo para serlo?", el líder islamista respondió: "Considera este tiempo como un retiro", recuerda Mourad.
"Su respuesta conmocionó el resto de mi vida", dice, porque no se la esperaba de un "enemigo": "Aunque para un discípulo de Cristo no hay enemigo. Y si lo hay, estamos invitados a amarlo. ¿Cómo se puede amar a un enemigo que quiere matarte y al que tú querrías matar? Ahí está el misterio del amor de Cristo, que se reveló claramente cuando dijo en la cruz: 'Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen'".
La libertad en la oración
Tras conseguir fugarse y recobrar la libertad, el nuevo arzobispo de Homs tiene claro que Dios quiso salvarle "para que pudiera seguir sirviendo y dando testimonio de un importante principio evangélico: si quieres la paz, empieza por abrir tu corazón".
Y, al considerar la importancia de la libertad exterior de la que fue privado: tiene una recomendación sobre la libertad interior, más importante aún: "La única práctica que nos ayuda a vivir esta libertad esencial es la oración, porque es la oración la que nos permite salir de nosotros mismos para estar con Dios y vivir con los que amamos". Por eso agradece el tiempo de su cautiverio: "Fue el más generoso de mi vida espiritual, de mi relación con Dios y con la Virgen María".