Clara Pardo ha sido recientemente reelegida presidenta de Manos Unidas para los próximos tres años. Seguirá al frente de la ONG para el desarrollo de la Iglesia Católica en España, una organización que cumple 60 años, desde que un grupo de mujeres de Acción Católica iniciara la primera Campaña contra el Hambre.
Aunque la esencia es la misma, mucho ha cambiado desde entonces. Ahora recauda anualmente cerca de 47 millones y realiza cada año cientos de proyectos de desarrollo en 59 países de África, Asia y América Latina de los cuales se benefician cientos de miles de personas. Para muchos de estos beneficiarios, la ayuda de Manos Unidas es la diferencia entre vivir o morir.
En el último año aprobaron 570 proyectos tanto agrícolas, educativos, sanitarios, sociales y de promoción de la mujer. El 85% de sus ingresos provienen de donativos gracias a un extenso ejército de voluntarios y socios y tan sólo un 15% proviene de la financiación pública.
En una entrevista para Religión en Libertad, Clara Pardo explica cómo conoció Manos Unidas, qué diferencia esta ONG católica de otras que actúan en estos mismos países, las ventajas de contar con la red de misioneros para los proyectos así como el ser muy valorada por llegar a sitios donde nadie más puede hacerlo.
- Usted tuvo cargos de responsabilidad en la banca y en la empresa, y decidió dejarlo. ¿Cómo descubrió Manos Unidas y acabó tras muchos como voluntaria siendo la presidenta?
- Trabajaba en el sector financiero, y una serie de circunstancias personales, de trabajo, de familia, de hijos, me llevaron a decidir parar una temporada, aunque no era para toda la vida. Siempre había tenido inquietud por ayudar a personas más necesitadas que nosotros. Quería devolver al mundo un poco lo que yo había recibido. Esta decisión fue temporal. No había tomado la decisión de que fuera para siempre, pero llevo ya 17 años.
Entré en Manos Unidas porque era la ONG de la Iglesia para el desarrollo, llevaba toda la vida oyendo hablar de Manos Unidas con el Día del Ayuno Voluntario, la Campaña contra el Hambre, etc. y además porque tenía muy buenas referencias. Empecé en proyectos y cuando ves las cosas maravillosas que se hacen comprendes que es un sitio fantástico para dedicar el esfuerzo, y así es cómo he seguido. He estado 14 años en proyectos y he tenido la suerte de visitar muchos, así que soy una convencida de que esto ayuda a cambiar el mundo.
-En 2019 se cumple el 60 aniversario de Manos Unidas, cuando un grupo de mujeres católicas inició la Campaña contra el Hambre. ¿Qué cree que pensarían sobre lo que se ha acabado convirtiendo aquella pequeña iniciativa?
- Espero que estén orgullosas, nosotros desde luego estamos orgullosos de aquellas mujeres de Acción Católica que fueron muy valientes y tan audaces como para declarar aquella guerra al hambre. Ese fue además su manifiesto inicial. A raíz de una hambruna en la India decidieron hacer aquella campaña. Ver que no se ha convertido en algo puntual sino que lleva 60 años ayudando a la gente creo que es para sentirse orgulloso. La esencia es la misma, han cambiado muchas cosas porque el mundo ha cambiado en muchas cosas, pero espero que estén orgullosas.
-En Manos Unidas siempre ha habido una presidenta mujer. En un momento en el que se debate sobre el papel de la mujer, esta organización de la Iglesia ha sido pionera…
- Surgió de un grupo de mujeres de Acción Católica. Hace 60 años casi ninguna mujer accedía al mundo profesional. Hoy no hay duda que cualquier joven que estudie va a tener que trabajar, sea hombre o mujer. En aquel momento la situación de la mujer era mucho más limitada. Manos Unidas empezó siendo femenina, las voluntarias eran mujeres, algo lógico porque la mujer no trabajaba. Y aunque ahora hay muchos hombres voluntarios o presidiendo delegaciones se ha seguido con esa tradición.
- Precisamente, la mujer es un eje central en los proyectos de Manos Unidas…
- Pensamos que la mujer es probablemente la más vulnerable de las personas empobrecidas. Si solamente puede ir un hijo a la escuela, siempre va el niño, no la niña. A las mujeres no se las deja salir de casa en muchas circunstancias y lugares. La pobreza tiene rostro de mujer y lo tiene porque lo vemos en todos los países en los que trabajamos.
No trabajamos exclusivamente para la mujer, lo hacemos con toda la población pero hacemos un esfuerzo especial por ella. Hacemos más internados para niñas, de animación para mujeres, educación no formal, oficios, microcréditos. En la India hay trabajos preciosos de autoayuda, donde reciben microcréditos y son solidarias, se ayudan, aprenden costura… y sabes que si apoyas a una mujer estás apoyando a una familia. Esto lo hemos hecho siempre en nuestra historia, aunque hay muy pocos proyectos destinados sólo para mujeres.
-¿Qué diferencia a Manos Unidas, que es una organización de la Iglesia, de otras ONG de cooperación al desarrollo?
- En general las ONG hacemos una labor fantástica. No somos competencia. Tenemos un mismo fin. Nosotros nos apoyamos muchísimo, no necesariamente siempre, en la Iglesia Católica local. Nuestra red de misioneros nos permite llegar a sitios donde no llega casi nadie. Cuando hay una guerra los que no se van nunca son los misioneros. En República Centroafricana hay una guerra permanente, y el obispo Juan José Aguirre está ahí y hace de escudo humano para proteger a la población…
Tener esa red de misioneros en la que nos podemos apoyar nos diferencia, nos permite llegar donde no llega nadie y saber que trabajamos con gente de total confianza. Puede que falle el proyecto o que un colegio no tenga tantas niñas en una escuela como esperábamos pero sabemos que la monja no te va a engañar. Este es un punto importante. Además, nuestra fe católica nos hace que queramos estar aquí para poder ayudar. Nos mueve esta fe.
-Para poder hablar de Dios a las familias, primero tienen que sobrevivir y comer... Ustedes alimentan el cuerpo y los misioneros el alma. ¿Es un tándem perfecto?
- Los misioneros hacen una labor de evangelización a través de lo social porque efectivamente si un niño no come se muere, si no le educas no tiene futuro… La India es un país donde los católicos son minoría y en el norte son una minoría aún más pequeña. Allí hay muchísimos misioneros con escuelas en las que no hay ni un católico o muy poquitos porque en nuestros proyectos nosotros no discriminamos ni por raza ni por religión. Se trata de ayudar a la gente.
Vemos la dignidad de todas las personas por igual. La gente local va a esa escuela porque sabe que unas monjas dan una educación de calidad. Las religiosas están acercándose a la población, no intentan convertirla sino acercándose a ella porque lo necesitan (educación, sanidad...) En Sierra Leona, en mi primer proyecto, para los niños soldado los misioneros que se habían quedado allí y que les habían sacado del horror de la guerra eran como sus padres, les debían todo. Eso es una forma extraordinaria de acercarles a Dios.
-Apostáis por proyectos en general muy concretos que suelen ser de tamaño mediano o pequeño, como pozos, cooperativas, etc, siendo menos habituales los proyectos muy grandes, ¿por qué es así?
- Sí se hacen intervenciones pero en zonas, no países enteros. Hacemos proyectos grandes y también más pequeños, que para mí tienen una riqueza especial porque son lugares a los que las ONG más grandes no les ayudan. Si sólo tienes financiación pública no puedes ayudar a un pozo, y una monja en un sitio muy lejano no te va a poder presentar todos los papeles mucho más técnicos que necesita. Y creo que esto es una riqueza de Manos Unidas que es extraordinaria, llegar donde no llega casi nadie. He estado en sitios donde creo que no habían visto nunca a un occidental.
-¿Cuáles son los momentos que recuerda con mayor alegría o esperanza en los años en los que lleva en Manos Unidas?
- Han sido muchísimos. Por ejemplo, un proyecto en la India, y es que yo era coordinadora de Asia y es lo que más conozco porque es donde más he viajado. Era de educación no formal. Allí hay escuelas públicas que son de una calidad bajísima, el profesor no va, los niños están todos juntos… Les damos una educación de calidad por las tardes. Era una población que vi en la que los niños gracias a ese extra hablaban en inglés, escribían en inglés. Era un grupo de 25 niños que aprendían debajo de un árbol, porque eso no era ni una escuela. Y viendo los otros 25 niños en el mismo poblado que no sabían nada porque iban solo a la escuela y no tenían refuerzo pensaba que estos primeros tienen un futuro. Te da esperanza, también pena por no poder llegar a todos. Pero ves que tienen un futuro adicional.
O ver mujeres que han montado su propio negocio y ayudan a otros y se convierten incluso en formadoras de otras mujeres. No es el proyecto maravilloso, es ver que las cosas cambian. Los proyectos sanitarios son increíbles. Poblaciones que no tenían nada tienen un pequeño dispensario y ya hay vacunas y la gente puede ir ahí a que sus niños no se mueran o puedan dar a luz. Es muy bonito visitar los proyectos porque vuelves muy convencido de que el trabajo llega, y cambia y mejora la vida. Por eso llevo 17 años aquí.
-¿Y el momento más triste?
- En mi primer proyecto, cuando fui a Sierra Leona, al ver la desesperanza de visitar de discapacitados físicos y además en un país que había muchísimos niños amputados porque en la guerra les cortaban brazos y piernas y además había mucha polio. Pero a su vez este centro tenía también una zona de discapacitados psíquicos. Recuerdo allí un par de chicos con parálisis cerebral, y a otro que le dio un ataque de epilepsia y decía yo: ‘esto es horrible. No tiene futuro. Estamos apoyando aquí a 50 chavales, y ¿qué? ¿Qué son 50 chavales cuando hay tanta gente que está sufriendo?’. Y ese pensamiento no nos lo podemos permitir. Debe durar un segundo porque es al revés. A esos 50 chavales les hemos dado una oportunidad. Hay muchos que no la tienen pero esos 50, sí. Se pasa un momento de crisis. Es como la Madre Teresa. Es tu gota, pero el océano necesita esa gota de agua.
También me han dado mucha tristeza los proyectos de refugiados porque hace 3 años estuve en Líbano y veía un montón de refugiados sirios. Eran chicos que te miraban tristes. Hasta en el sitio más pobre que visites los niños cogen un balón, corren y son bastantes felices. Pero estos niños tenían mirada triste, les habían dejado sin futuro.
- Usted diferencia desarrollo de caridad e insiste en que Manos Unidas no es una mera organización caritativa sino que va más allá…
- No somos asistenciales. No damos simplemente ayuda para un año. Se da formación. En nuestros proyectos hay un gran componente formativo. No es solo comprarles un tractor o darles semillas, ellos tienen que salir adelante. Si les haces un pozo tienen que ser responsables de su mantenimiento, etc.
El desarrollo tiene que salir de ellos. No podemos hacer una intervención para los próximos 30 años. Tiene que hacerse cargo, pero normalmente lo hacen. Formamos gente y después de unos años estos mismos se hacen formadores de otras personas. Vemos claramente que las zonas mejoran y evolucionan. Ves a las mujeres con sus negocios y que pueden sacar adelante los hijos o campos que dan muchas más cosechas. Esto es lucha directa contra el hambre.
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