En los territorios que controlaron en los últimos años de la guerra y en la primera postguerra, los comunistas italianos aplicaron los mismos criterios de exterminio sistemático del adversario político o ideológico que habían utilizado en Rusia en 1917 y en España en 1936. Así, 130 sacerdotes fueron asesinados entre 1944 y 1946, y también un seminarista de 14 años, Rolando Rivi, "el mártir de la sotana", beatificado en 2013. Junto a ellos, miles de personas acusadas de "fascistas", lo fuesen o no. Pero esa historia, por una connivencia de intereses políticos, culturales y mediáticos, quedó sepultada en el olvido. recibiendo por el contrario el calificativo de "fascista" cualquiera que intentase rescatarla. Hasta que lo hizo un comunista, Otello Montanari (1926-2018), fallecido el pasado 17 de abril, y cuya figura e importancia histórica reivindica Andrea Zambrano en La Nuova Bussola Quotidiana:


Otello Montanari fue el padre de la Operación Verdad.
 
La muerte de Otello Montanari a la edad de 92 años llega a pocos días de distancia de la histórica reconciliación en el Santuario del Beato Rolando Rivi. Los dos hechos están vinculados entre sí por más de un hilo. Ambos van al corazón de la condición indispensable para obtener una verdadera pacificación nacional sobre los hechos de la posguerra [mundial], que siguen siendo una herida lancinante en el debate cultural italiano, además del dolor mudo y no expresado de los hijos y nietos de las víctimas inocentes.
 
Exactamente como hizo el domingo pasado Meris Corghi, hija del partisano que en 1945 mató al seminarista Rolando Rivi, también Otello Montanari recorrió un largo tramo del camino buscando la verdad para hacer justicia y así poder tener, por fin, la paz.


Meris Corghi, a la derecha, es hija del partisano comunista Giuseppe Corghi, asesino de Rolando Rivi. En la imagen, se da la mano con una hermana del joven seminarista, en un acto de reconciliación que tuvo lugar en la parroquia de San Valentín en Castellarano (Reggio Emilia, Emilia Romaña) el pasado 16 de abril.
 
La suya ha sido una tarea ingrata e impopular, pero de la que dará mérito la historia. Otello Montanari es, de hecho, el artífice del célebre Chi sa parli [Quién sepa, que hable], una expresión que, actualmente, se sostiene sola y que está vinculada al mayor movimiento de búsqueda de la verdad sobre las masacres realizadas por los partisanos rojos en nombre de la ideología que se había infiltrado en la Resistencia.
 

El Chi sa parli nació en 1990, en el marco de una confrontación dentro de la dirección provincial en Reggio Emilia de un partido comunista que, al cabo de poco tiempo, se transformaría; confrontación que acabó siendo un artículo ["Rigori sugli atti di 'Eros' e Nizzoli", 29 de agosto de 1990] en las columnas del Il Resto del Carlino. En realidad, Otello Montanari, comunista respetuoso y fiel a la causa, no tenía ninguna estrategia de revisión, pero sí que había algo que le atormentaba: garantizar la justicia y la verdad a esos delitos sobre los cuales cayó, a partir de la primera posguerra, un velo de silencio. En ese artículo deseaba, sobre todo, arrojar luz sobre el asesinato de Arnaldo Vischi, director técnico de las Officine Meccaniche Reggiane [empresa creada a principios del siglo XX para la producción ferroviaria, de proyectiles de artillería y, a partir de los años 30, de cazas aéreos]. Era su respuesta, como comunista "herético", a Mauro Del Bue, diputado socialista, que unos días antes pedía la verdad sobre el delito del alcalde de Casalgrande Farri. Ese tuya-mía, aparentemente inocuo e inconsciente para él, fue devastador.
 
El Chi sa parli estalló como una bomba en un ex PCI que había sido derrotado por la historia y que ya no tenía armas con las que oponerse a la furia de la verdad. El resultado de ese gesto ha cambiado la historia de la historia, porque a partir de ese día, en lo que atañe a los delitos de la posguerra, se encendió por fin una luz que, en algunos casos, no sólo llevó a establecer la verdad judicial, sino también al inicio de un largo periodo de revisionismo histórico, hasta esa fecha que había quedado prisionera en los guetos de la historiografía llamada de derechas.
 
En resumen: sin Otello Montanari no existiría Giampaolo Pansa, que al inicio lo atacó, pero que luego cambió de postura con el libro Il Sangue dei vinti [La sangre de los vencidos] y los libros sucesivos.


El historiador y periodista Giampaolo Pansa escribió en 2003 Il sangue dei vinti, una novela histórica sobre la actuación de los partisanos comunistas contra la población desafecta. En 2008 fue llevada al cine, bajo la dirección de Michele Soavi.

 
Pero Otello pagó un precio altísimo: la ANPI (Asociación Nacional de Partisanos de Italia) y el PCI "postmuro" de Berlín aún eran comunistas en su interior. Montanari fue rechazado por su mismo partido. Es famosa la frase del dirigente comunista Gian Carlo Pajetta: "Es mejor que no se deje ver por Reggio". Él, que era cojo debido a un disparo de fusil de un nazi, fue expulsado de la ANPI. Fue expulsado también del Instituto Cervi, santuario de la iglesia resistente, y del que era presidente. La causa con la ANPI acabó en los tribunales, hasta que en 2016 el entonces presidente tuvo que capitular y revisar algunas de las declaraciones que había hecho sobre Montanari. También esta vez había vencido. 
 
Sin embargo, las humillaciones de su proprio mundo hicieron que Tabaroun (apelativo famoso que lo acompañó toda la vida porque siempre utilizaba un tabardo -tabarro en italiano- ) se ganase la simpatía de mucha gente, porque gracias a su durísimo J'accuse pudieron iniciar un fructífero recorrido de descubrimiento de la verdad.


Por lo tanto, le debemos al Chi sa parli de Otello Montanari la reapertura del caso de omicidio de don Umberto Pessina, llegando a la condena de los tres autores de ese delito y rehabilitando al hombre que pagó por todos, siendo inocente, con diez años de cárcel: el entonces alcalde de Correggio, Germano Nicolini.


Arriba, don Umberto Pessina (19021946), asesinado por los comunistas delante de su iglesia un año después de concluida la guerra. Abajo, la confesión, en 1991, de su auténtico asesino, William Gaiti. Un inocente pasó diez años en la cárcel por ese crimen.

 
Le debemos a Otello Montanari el hallazgo de una fosa común cerca de Campagnola Emilia, en la que se hallaron insepultos decenas de cuerpos de opositores políticos que fueron asesinados en una noche y de los que no se había vuelto a saber nada. En 1991 Umberto Righi, hijo de uno de estos inocentes brutalmente asesinados por la violencia gapista [GAP, Grupos de Acción Patriótica, pequeños grupos de partisanos nacidos por iniciativa del PCI], que utilizaron el poder que tenían en sus manos para arreglar cuentas políticas y de enemistad privada que no tenían razón alguna, decidió salir públicamente y hacer un llamamiento a la verdad.
 
Unos días más tarde, alguien, nunca se supo quién, hizo que se encontrara una cruz en un campo a pocos kilómetros del centro de la ciudad, el Cavòn. Era una señal. Righi le pidió al fiscal de la época permiso para excavar y el juez Elio Bevilacqua lo concedió. Righi pagó la excavación de su bolsillo; tras meses de búsqueda, en 1992 salieron a la luz los cuerpos de esos infelices, reducidos a esqueletos, pero que fueron reconocidos gracias a la escasa indumentaria que aún quedaba y a los accesorios que llevaban con ellos cuando fueron asesinados. Righi reconoció a su padre por el reloj de muñeca. La verdad acerca de este crimen nunca se ha llegado a saber, pero los familiares pudieron tener un funeral cristiano y un cuerpo sobre el que llorar. Para encontrar a los culpables sería necesario un nuevo Chi sa parli, pero las agujas del reloj avanzan.


Rolando Rivi (19311945), "el mártir de la sotana", que llevaba como joven seminarista.  En un territorio bajo control comunista, sus padres le aconsejaban camuflarse. "¿Por qué? ¿Qué mal hago llevándola?", respondía con determinación: "No tengo ninguna razón para dejar de usarla. Estudio para ser sacerdote y debo vestir en señal de que pertenezco a Jesús. No puedo esconderme. Pertenezco a Dios", respondía a quien le aconsejaba que vistiese de seglar.

Sin embargo, la historia del Beato Rolando Rivi nos enseña que la paciencia de Dios es a largo plazo y que nunca hay que perder la esperanza. También la historia de Rolando Rivi le debe mucho al Chi sa parli. En la positio redactada para la Congregación para la Causa de los Santos se cita precisamente ese artículo de Otello Montanari como la chispa que encendió un faro e hizo caer, con un efecto dominó, todos los muros. A partir de ese día, efectivamente, se pudo hablar de Rolando más abiertamente. Y su culto empezó a difundirse a gran velocidad, hasta el punto que quince años después Rolando fue proclamado por la Iglesia mártir in odium fidei.


Aún queda mucho por excavar, porque siguen siendo muchas las víctimas que todavía no han obtenido justicia. Pero la valentía de Otello Montanari nos insta a no dejar de buscar la verdad sobre ese periodo, sabiendo que es la única que puede poner en marcha el mecanismo del perdón y, por consiguiente, de la reconciliación. Si no se conoce la verdad, pedir perdón es engañoso. Porque no se puede perdonar a quien no se conoce, como demostró Jesús en la cruz, cuando le pidió al Padre que perdonara a los verdugos que tenía ante sus ojos.
 
No debe extrañarnos. La Providencia ha utilizado a un comunista "con una idea fija", libre y honesto, para extender su manto pacificador e indicar un camino, una metodología de enfoque del fenómeno delitos de la posguerra. En estos días asistimos de nuevo a la habitual lectura celebrativa y autoabsolutoria de la ANPI, entre otras; participarán en ella también esas fuerzas políticas que nunca han admitido ciertas responsabilidades sobre los delitos indiscriminados llevados a cabo por los partisanos comunistas en nombre de la libertad.


El secreto de Italia, dirigida por Antonello Belluco e intepretada por Romina Power, abordó en 2014 las matanzas comunistas en la Italia de 19441946.
 
Este 25 de abril [Fiesta de la Liberación en Italia] no lo celebraremos en tono menor, porque lo haremos recordando a un comunista "alborotador" que tuvo la desvergüenza de abatir el muro de omertà construido por sus mismos compañeros.
 
Pero en el fondo Otello estaba acostumbrado a ser considerado el aguafiestas. Recordaba siempre ese día que fue enviado por el PCI de Reggio Emilia a darle una reprimenda al compañero Palmiro Togliatti, culpable de haber iniciado una relación clandestina con la joven militante comunista Nilde Iotti. Otello fue enviado a ciegas, pero él no se desanimó. Entró con piernas temblorosas en el despacho de "El Mejor" [apodo que le habían dado a Togliatti irónicamente sus adversario políticos] y balbuceó: "Compañero Palmiro, el Partido no lo aprueba". La respuesta de Togliatti fue de desdén e irritación. La historia siguió adelante, pero Otello comprendió que también los cojos pueden desafiar al poder.
 
Traducción de Helena Faccia Serrano.