Verena Lang encontró la fe, de forma asombrosa, solo de adulta, y más adelante descubrió el poder del perdón y de la reconciliación. La historia de su país y la de su familia se entrelazaron en ello. 

Nació en Salzburgo (Austria) en 1944, a finales de la Segunda Guerra Mundial. Su padre venía de una familia católica, y su madre de una familia protestante, pero ambos habían dejado de ser cristianos mucho antes de nacer ella y no la bautizaron.  

Su padre era un importante jerarca nazi. A la niña, que creció en la Austria dividida por los aliados, en la zona controlada por Estados Unidos, su padre le enseñó que Jesús había sido un buen hombre, pero no Dios, y que "desde luego no era judío". Su madre le explicó que el Antiguo Testamento estaba lleno de historias crueles sobre un Dios furioso. Era esa mentalidad antijudía por defecto, que trataba de desjudaizar la cultura cristiana, muy extendida entre los nazis. 



"Mis padres me dijeron que yo podía elegir la denominación religiosa que quisiera. En la escuela superior iba a la clase de las chicas protestantes. En esa época Austria era católica al 80%. Pasar tiempo con amigas protestantes me ayudó a eliminar cualquier miedo en mí de tratarme con protestantes o evangélicos", recuerda. 


En la Universidad decidió estudiar Historia y especializarse en el periodo en que su padre fue poderoso: el periodo entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial... y el auge del nazismo. Desde niña le habían dicho en la escuela que los nazis eran muy malos, criminales... pero ella amaba a su padre. Por un lado, no explicó a nadie que su padre había sido nazi. Por otro, quería entender esa época, los hechos. 

Acabados sus estudios, se casó y se mudaron a Wielselburg, un pueblo de 2.000 personas. No hay demasiadas cosas para hacer en un pueblo así. Verena estaba sin bautizar, no tenía fe, pero le gustaba cantar. En Salzburgo cantaba en el coro de una parroquia protestante solo por el placer de la música. Cuando la parroquia católica del pueblo la invitó a sumarse a cantar en el coro, ella dijo que sí

Y así, cantó para Dios durante 8 años en misas y otros servicios, sin estar bautizada, sin tener fe. 




Un día, cantando en misa en Jueves Santo, todo cambió. "Yo no tenía ninguna crisis, ni estaba buscando a Dios. Y aún así Dios tocó mi corazón con las palabras de la liturgia: 'Haced esto en memoria mía'. Estas palabras, con Dios tocando mi corazón, fueron el inicio de una profunda conversión en la que yo recibiría, a lo largo de varios años, una sanación profunda". 

Se bautizó y entró plenamente en la Iglesia. "Cuando rendí mi vida a Dios fue como si Él tomara un borrador para borrar todos los pensamientos negativos, las condenas que había acumulado de mis padres desde niña: todos los malos pensamientos, todas las mentiras contra los judíos, todas las palabras conflictivas contra Dios. Recibí mucho amor de Jesús y me curó de la ansiedad ante la muerte. Hoy soy plenamente consciente de toda la sanación que he recibido y sé que mi sanación ha sido un don de Dios para ayudarme a resistir lo que iba a venir".


Pasados algunos años de vida cristiana, "algunos sentimientos profundos que durante mucho tiempo había suprimido surgieron, bajo la forma de tristeza e ira. Sentí que tenía que confrontar las cosas malas que habían pasado en los años del nazismo y la implicación de mi padre. Fue un tiempo de purificación en mi vida, para madurar cristianamente. Necesité una década para tomar la decisión: iba a perdonar a mi padre. Más tarde, llegué también a perdonar a mi madre: había descubierto que ella me había abandonado un tiempo siendo yo niña".

"El poder del perdón me liberó de mucho dolor con el que había estado viviendo. Cuando le dije a Dios: 'perdono a mi madre por abandonarme porque ella no sabía no lo que hacía', me curé de 45 años de dolor de espalda crónico".


Años más tarde, asistió con su esposo a una misa en Roma dedicada a la reconciliación entre naciones europeas. Después, en la comida, se sentó junto a una señora de Israel, de estirpe judía, originaria de Alemania, que había perdido a toda su familia en el Holocausto. Verena sintió una gran tristeza escuchando su historia.

"Señora Kleinberger, mi padre fue nazi y de parte de mi padre y de mi país, le pido perdón por lo que los nazis hicieron a su familia", le dijo Verena a la mujer. La señora mantuvo silencio un largo rato. Después sollozó, abrazó a Verena y le dijo: "En Cristo somos uno".


Verena y su marido están activos hoy en la Renovación Carismática Católica de su país, especialmente en encuentros de paz, perdón, reconciliación y ecumenismo, como Wittemberg 2017, con cristianos de varias iglesias. Allí cuenta su testimonio.



Verena Lang, a la derecha, con otros asistentes en un encuentro ecuménico

Como historiadora, insiste en que el Dios cristiano es un Dios que valora la historia. La Biblia, recuerda, exhorta así: "Recuerda los días de antaño, considera los años de muchas generaciones" (Deuteronomio 32,7). Debe hacerse, dice, para mejorar la reconciliación entre los cristianos, tristemente divididos, con una división que debilita a la Iglesia y dificulta la evangelización. 

"Debemos rezar por la reconciliación y la unidad, cualquier división puede sanarse y reconciliarse con el poder de Dios", insiste.  "Esa es mi oración y mi esperanza".