La vida de Stid Jampier muestra hasta qué punto la ausencia de una familia unida y entregada puede influir en los hijos. Criado en Ecuador junto a sus abuelos, sin ver a sus padres, separados y cada uno en una ciudad de España, pensaba que Dios no escuchaba sus oraciones. Con 23 años ha contado en el programa de testimonios Cambio de Agujas cómo reconectó con Dios y la Iglesia tras pasar por la droga y la violencia.
A los 9 años, en España, pero con su madre siempre fuera
A los 9 años, Stid llegó a España procedente de Ecuador. Esperaba poder pasar tiempo con su madre, pero ella trabajaba todo el día, y él quedaba solo, echando de menos también a la familia que dejó en Ecuador.
Stid había sido bautizado y había recibido la Primera Comunión. De niño rezaba cada noche el Padrenuestro en su cama, de rodillas, pidiendo a Dios que reuniese a su familia y que él pudiera pasar más tiempo con su madre.
Pero Dios no parecía responder. Y Stid dejó de rezar, se alejó de la fe y dio rienda suelta a su comportamiento rebelde y antisocial.
Bandas, peleas y drogas
Primero empezó robando y escapándose de casa siendo solo un niño. Algo más tarde decidió comenzar a entrenar boxeo, movido por su deseo de defenderse ante los continuos golpes vitales, pero también por su gusto por la calle, las bandas y las peleas.
En el momento preciso en que parecía que iba a echar a perder su vida, apareció un cristiano evangélico y antiguo miembro de las bandas con quien trabó una buena amistad. Sus consejos no solo evitaron que se adentrase definitivamente en las bandas callejeras, sino que comenzó a hablarle de Dios, aunque Stid ya había renunciado a la fe.
Hasta el punto, dice, "que empecé a pedirle cosas al demonio. Y él me las daba".
Stid, antes de su conversión, dedicó su juventud a la calle, la adicción y la violencia. Solo 'gracias a Dios' no tocó fondo en el oscuro mundo de las bandas.
A los 15 años, la vida de Stid estaba enganchada a drogas y peleas callejeras.
Su amigo cristiano era el único que le hablaba de Dios. Hoy lo recuerda agradecido. "Si no hubiese sido por él, estaría en lo peor. Me ayudó a tener en cuenta a Dios", admite.
A desintoxicación, y con Dios
Llegado un momento, su familia le dio a elegir: o ingresaba en el centro de desintoxicación y rehabilitación evangélico llamado Reto a la esperanza, o la familia le echaría a la calle.
Él no quería cambiar. "Para qué, si pensaba que iba a morir y tenía que aprovechar". Esa mentalidad también le hacía desconfiar de todos y evitar tener amistades. Recuerda que ese planteamiento le llevó al mal, porque dejó de importarle todo.
Pensó que el periodo de desintoxicación de drogas sería de un mes, pero se desanimó cuando, una vez en el centro, supo que sería de un año. "Eso me destrozó. Era como si estuviese detenido, lo primero que pensé fue robar, tenía que consumir porque si no lo hacía, me dolía la cabeza", recuerda.
Stid, en el centro de rehabilitación oró y pidió a Dios que le ayudase. Y, efectivamente, empezó a dar pasos de mejoría. Cambió de objetivos y de mentalidad: pensó en ayudar a su familia, en buscar una buena comunidad cristiana, encontrar trabajo... Tras seis meses de internamiento, pudo salir por buena conducta. Él dice que fue solo "gracias a Dios".
Nada más salir comenzó de nuevo en un centro evangélico, donde encontró la cercanía y el cariño de la gente, pero acabó dejando de acudir por el "diezmo" de cien euros mensuales y en alguna ocasión hasta mil: "Me hablaban de Dios y todavía les quiero, pero me fui".
Transformado por Dios
Se dio cuenta de que él había cambiado. "Tenía unos 20 años. Ahora todo el mundo confiaba en mí. Trabajaba dando clases de boxeo. Una vez sentí el amor [de la gente] ya estaba todo. Solo necesitaba eso: poder experimentar el amor", relata. Ya podía salir de fiesta sin beber, y tratar a las chicas con respeto. Era un cambio interior que atribuye a Dios. "Yo estaba con Él, Jesús me ayudaba, así que me acerqué a Él".
Para saber más de Dios y de Cristo, se acercó a un grupo de católicos carismáticos. Ellos le mostraron una Iglesia acogedora y desinteresada. Aunque el boxeo le apasionaba, lo dejó de lado para centrarse más en estudiar y también ir a misa y formarse en la fe.
"Necesitaba adorar a Dios y cada vez lo necesito más. La convicción de Dios está ahora presente. Antes lo hacía todo por mí, pero ahora sé que Dios está ahí", subraya.
Hace varios meses que ha vuelto a la Iglesia Católica y quiere aprender mucho más. Por el momento, lo que sabe, porque lo ha vivido, es que "el único que llena el vacío de amor es Dios, no una persona o las cosas materiales. Todo va y viene, pero Él es el único que puede ayudarte. No hay que ver lo material, por lo que siempre estarás agobiado. Dios te quita ese agobio y pone esperanza. No es importante tener cosas, sino saber que arriba esta Dios y que lo que promete es verdad", concluye.