Monseñor Luigi Negri, arzobispo emérito de Ferrara-Comacchio, sigue muy de cerca la actualidad de la Iglesia e interviene en ella. En enero, por ejemplo, se adhirió a la declaración de tres obispos kazajos sobre las verdades inmutables del matrimonio, y se ha involucrado en los recientes debates sobre la eutanasia encubierta aprobada en Italia, o sobre la posibilidad de un acuerdo entre la China comunista y la Santa Sede que pueda resultar humillante para los mártires.
Recientemente volvió a insistir en la importancia de que la Iglesia no se deje invadir por el espíritu del mundo, en una entrevista de Lorenza Formicola para One Peter Five:
-La conciencia de la existencia del Bien como expresión de la voluntad positiva del hombre hacia sí mismo y hacia Dios supone un conocimiento realista de la experiencia humana. Este realismo, sin embargo, implica necesariamente la conciencia de que el hombre –junto a la conciencia de la Bondad–, puede negar su relación con Dios y sustituir Su presencia con varias formas de idolatría. Junto a la existencia del Bien, existe, por consiguiente, también su negación por parte de los hombres.
»La experiencia humana se expresa tanto en la positividad del Bien como en la tragedia de la libertad humana, que puede negar este Bien; en otras palabras, en la negatividad del mal. Esto es verdad sobre todo y fundamentalmente porque el hombre posee una libertad incoercible. Si es una verdad inexorable el hecho que el hombre puede elegir libremente hacer el bien y elige, libremente, hacer el mal, entonces la razón y la lógica exigen que el hombre, también libremente, asuma la responsabilidad de hacer el bien y de hacer el mal, que lleva a cabo sin malentendidos ni confusión ni una falsa equivalencia.
»Por esta razón, quienes realizan el mal y al mismo tiempo niegan la existencia del infierno no asumen la responsabilidad de ejercer su libertad. La negación del infierno es un placebo apto para anestesiar las conciencias y no asumir las propias responsabilidades. Quien niega el infierno está huyendo de su sentimiento de culpabilidad y de la desesperación que se deriva del mal realizado.
-La secularización es un hecho innegable. La tendencia de la cultura y de la sociedad ha sido poner cada vez más en el centro a un hombre que es autónomo, autosuficiente y autorreferencial, un ser humano cuya única referencia fundamental para su existencia es su conciencia privada. La religión no tiene ninguna relevancia pública u objetividad: estamos experimentando el modernismo práctico en acción, que hace imperar el relativismo gnoseológico y filosófico.
»Si la secularización es, por un lado, un hecho incuestionable y evidente por sí mismo, por otro también ofrece a la comunidad eclesiástica un obligado desafío: volver a ser consciente de su presencia en el mundo como portadora de una experiencia humana nueva, en la que –de manera gradual, pero implacable– tiene lugar la Buena Nueva que Cristo trajo al mundo. A saber, el Dios que se hace hombre sufre, es crucificado, muere y resucita de nuevo por la salvación de los hombres.
»En resumen, la secularización, como otras dificultades encontradas a lo largo de la historia, se ha convertido en el desafío necesario para despertar la identidad de la Iglesia y su misión. Ésta fue la brillante contribución de San Juan Pablo II, aceptada y relanzada por Benedicto XVI: ir de una secularización sin Iglesia a una secularidad llena con la fuerza evangelizadora de la Iglesia. Los cristianos y las personas de buena voluntad nunca estarán suficientemente agradecidos a estos dos Papas que ayudaron a la Iglesia a salir de un complejo de inferioridad respecto al mundo; una situación que actualmente, como hace 30-50 años, se apodera de la Iglesia con fuerzas y medios que sólo en apariencia son nuevos.
»La Iglesia está claramente llamada a salir de ese complejo afirmando con fuerza la Verdad natural, que permite que nos veamos como criaturas ante el Creador. Pero, sobre todo, la Iglesia necesita afirmar con fuerza la novedad de la Verdad revelada, que nos permite mirar a Cristo como el Redentor de los hombres; es decir, como Aquel que devuelve los hombres a los hombres devolviendo los hombres a Dios.
-La historia nunca es un proceso automático e irreversible determinado por la lógica férrea de la ideología o por el choque de fuerzas materiales, filosóficas o sociales. La historia es un camino complejo y articulado, a veces contradictorio, que prevé la existencia de un ser libre. El protagonista de la historia es el hombre y aunque él no es el único, es real y está presente con su incesante libertad y, en consecuencia, su valiente responsabilidad. Mirar la historia de manera lineal es desafiar a sus dos protagonistas principales: Dios y el hombre. Por desgracia, estos son exactamente los términos en los que observan la historia los tiempos modernos.
»Superar toda visión mecánica o automática de la historia sería empezar a superar la crisis de la modernidad: ser capaz de mirarla y construir una nueva historia que proceda de la libertad responsable de hombres abiertos a la búsqueda trascendental. La esperanza es que cualquiera que sea el modo como se conciba la historia, ésta sigue siendo exactamente lo que es; diciéndolo con palabras de Romano Guardini, una nueva época que no tiene nombre pero que, no obstante, existe en toda su realidad.
-Como he declarado antes, una parte del mundo católico sufre de un evidente complejo de inferioridad respecto al conformismo ideológico dominante, y ésta es la razón por la que parece que la presencia cristiana está totalmente sometida a una visión de la realidad laicista y masónica en lugar de observar la experiencia cristiana animada por el deseo de evangelización.
»Los principios no negociables son la expresión de una Iglesia comprometida en la misión evangelizadora del mundo, pero antes que esto, son la expresión de una Iglesia comprometida con el redescubrimiento de las evidencias naturales (antes de las religiosas), que es también un diálogo verdadero con todos. Si la Iglesia está comprometida con algo distinto a su misión, los principios no negociables desaparecen. Dicha falta de atención por parte de la Iglesia es la causa de una disminución en su tarea de ayudar al hombre, a todos los hombres.
»Al fracasar en proclamar los principios no negociables, la Iglesia contribuye al empobrecimiento de la experiencia humana y social en su conjunto.
-Creo que es necesario recuperar y actualizar, tanto como sea posible, la última enseñanza de Benedicto XVI conocida como la Opción Benedictina. Entre dos tentaciones diferentes (la de crear un poder católico privado dentro de la sociedad y la de retirarse al lugar privado de la propia conciencia religiosa), hay un camino principal dictado por la Opción Benedictina. Es la existencia (o resistencia) de pequeñas comunidades, que pueden nacer en el mundo siguiendo, con un modo y ritmo nuevos, la tensión de vivir la experiencia de la Buena Nueva cristiana, comunicándola de manera inexorable a los hombres y la sociedad. Sería algo muy serio si alguien quiere luchar contra el nacimiento de estas comunidades de seguidores de Cristo, hijos reales de la Iglesia. Significaría luchar contra Dios.
»La Iglesia, hoy, está llamada a vivir, por lo tanto, una dimensión benedictina apta para devolver la vida de la Iglesia a la verdad radical del ora, ya que de esto deriva –de una manera nueva– la experiencia renovada de un labora real. Éste es el punto significativo real de la vida de la Iglesia contemporánea.
-Creo que sus palabras esconden profundidad e ironía. A lo largo de sus dos mil años de historia, la Iglesia ha vivido la tensión de salir al encuentro de los hombres, incluso de los más alejados, para hablarles de Cristo y acercarles a Él, sin olvidarse nunca de su propia grey y protegiéndola, y sin dejar que sea devorada por los lobos de montaña. Desde mi punto de vista, esto debe ser verdad también hoy, como lo era hace dos mil años.
Traducción de Helena Faccia Serrano.