La joven italiana Alessandra Sabattini, que tenía novio antes de su fallecimiento en 1984 provocado por un accidente de coche, fue declarada, el miércoles 7 de marzo, venerable. La apertura de su causa de beatificación llama la atención, ya que este proceso, hasta ahora, solo concernía a un número insignificante de laicos en pareja o casados, explica Malo Tresca, en La Croix.
 
Alessandra Sabattini

 

Fallecida repentinamente, en 1984, en un accidente de coche cuando tenía 22 años, la joven italiana Alessandra Sabattini fue declarada, el miércoles 7 de marzo, venerable. El papa Francisco reconoció así sus “virtudes heroicas”. En la época, estaba muy comprometida con la Comunidad Papa Juan XXIII, una comunidad italiana al servicio de las personas discapacitadas o marginadas, y mantenía una relación sentimental con un joven, Guido, con quien soñaba fundar una comunidad cristiana en África.
 
La apertura de su causa de beatificación puede llamar la atención, ya que este proceso, hasta ahora, solo concernía a un número insignificante de laicos en pareja o casados. Entre los más famosos, figuran ya el matrimonio italiano formado por Luigi y Maria Beltrame Quattrocchi, los primeros en haber sido beatificados, juntos, en 2001. Dos decretos de la Congregación para las Causas de los Santos reconocían entonces que habían vivido de manera heroica, en la primera mitad del siglo XX, sus virtudes cristianas, y atribuían a su intercesión el milagro de una curación.
 
Louis y Zélie Martin, padres de santa Teresita del Niño Jesús y ocho hijos más

De la misma forma, los santos, padres de nueve niños, cuatro de los cuales murieron a una edad temprana, pudieron ser canonizados en octubre de 2015, tras el reconocimiento de la curación milagrosa de una niña llamada Carmen. Otro ejemplo notable, Frédéric Ozanam, el fundador de la Sociedad de San Vicente de Paúl, casado y padre de una niña, fue beatificado en agosto de 1997.
 

No es la Congregación para las Causas de los Santos la que decide si debe haber más canonizaciones de hombres o mujeres, de sacerdotes o laicos, de parejas o de solteros”, recordaba, en octubre de 2015, en la página web Famille Chrétienne, el padre Rémi Bazin, que trabaja al servicio de la Congregación romana.
 
“Todo parte de la reputación de santidad que empuja naturalmente a los fieles a pedir una intercesión a favor de difuntos cuya vida consideran verdaderamente ejemplar”, proseguía entonces.
 
Cuando esta devoción, privada en un primer momento, toma fuerza alrededor de un importante núcleo de fieles, de una comunidad o de una parroquia, es entonces el obispo del lugar quien tiene que abrir un proceso de discernimiento, cuya reflexión es acompañada por una encuesta diocesana, para finalmente llegar al reconocimiento por parte de Roma de un culto público.
 
No habrá, por tanto, más parejas canonizadas si, en la ‘base’, nadie se mueve”, concluía en ese sentido el padre Rémi Bazin. “Los laicos, quizás, pueden caer más fácilmente en el olvido, si no han estado, por ejemplo, en el origen de la fundación de una asociación, o de una comunidad, que solicita regularmente su intercesión”, explica por su parte el padre Jean Marie Dubois, canciller y promotor de las causas de los santos en la diócesis de París.
 

En julio de 2017, la promulgación, por el papa Francisco, de una carta apostólica normativa en forma de Motu Proprio, Maiorem hac Dilectionem, ampliaba las modalidades de apertura de los procesos de causa de beatificación, añadiendo la de la “ofrenda de la vida”. El texto abría, oficialmente, la posibilidad de un reconocimiento público de la santidad para los cristianos que habían “ofrecido voluntariamente y libremente su vida a los demás” y “habían perseverado hasta la muerte en esa intención”.
 
“Eso podría, por tanto, aplicarse a las personas cuyo recorrido de vida no cumplía con las antiguas modalidades de beatificación o canonización, es decir, el martirio o el ejercicio de virtudes heroicas”, prosigue el padre Dubois.
 
“Por ejemplo, esta nueva modalidad podría ser aplicada en el caso de una madre enferma que rechaza un fuerte tratamiento para proteger al embrión que lleva en su vientre, o el de un fiel que decide ayudar a personas expuestas a una enfermedad muy contagiosa…”, concluye.