Juan José Aguirre, misionero comboniano, lleva 38 años en África, anunciando el evangelio rodeado de circunstancias de miseria y, recientemente, también de violencia armada. Natural de Córdoba, es el obispo de Bangassou, en Centroáfrica, desde el año 2000. Ha tenido que proteger tanto a cristianos como a musulmanes en medio del fuego cruzado de las guerrillas. Pese a todo, él sigue adelante con su apostolado, ayudado por los donantes y colaboradores de la Fundación Bangassou (www.fundacionbangassou.com), que opera en este país del corazón de África.
-Es muy fácil, ¿cómo se puede ver el Amor de Dios en una zona de alto riesgo? Estamos viendo cantidad de personas inocentes que están cayendo sobre el efecto de la violencia de otros. Nos han preparado para eso. Los combonianos nos prepararon durante 10 años.
»Justamente mi padre maestro en los primeros años del noviciado nos enseñó durante seis meses a hacer silencio interior como hacía santa Teresa, a hacer silencio del cuerpo, silencio de la mente y silencio del corazón para poder entrar en la oración contemplativa del tú a tú con el Señor, del boca a boca con el Señor y hacer la experiencia de la presencia que nos hacía también san Juan de la Cruz.
»Recuerdo que el padre maestro nos llevó después de seis meses a una obra, y allí nos colocó de encofradores, de albañiles y entonces él nos preguntó si éramos capaces de seguir nuestra experiencia de vida interior grande con el Señor a pesar de la agitación del mundo de fuera. Y no podíamos. Las primeras semanas trabajamos de picapedreros… y teníamos las manos llenas de llagas y era imposible rezar. Y mi padre maestro me decía: ‘Esto es lo que hará posible que, en una zona de alto riesgo, de mucho riesgo, en África, donde viviréis a un cierto momento podáis resistir, podáis ser de ayuda, podáis transmitir el Evangelio, podáis predicar la paz y la tolerancia no obstante la agitación del mundo exterior.
»Ahora vivimos un periodo como ése, vivimos un periodo de agitación enorme, de turbulencias enormes, entonces lo que nosotros intentamos hacer cada día a pesar del ruido de las metralletas, de las bombas de las armas pesadas, es poder entrar en comunicación con el Señor y hacer lo que hacen las ranas, que son los animalitos pequeños que cuando están en la agitación de la superficie, cuando están luchando por cazar y no ser cazadas, llega un momento en que saltan al agua y se van a la profundidad y en la profundidad cargan las pilas y cuando luego salen tienen las pilas cargadas y pueden soportar la gran agitación del exterior, de la superficie.
»A nosotros nos pasa ahora exactamente igual, esta vida interior de encuentro con el Señor, de sentir que el Señor nos está mirando, que el Señor nos cuida, nos protege, que el Señor protege nuestro cuerpo a pesar de la agresividad del mundo exterior. Esto es lo que nos hace vivir tranquilamente o más o menos serenamente en zona de alto riesgo.
»Fue esencial que al inicio yo tuviera un guía que me acompañara los tres primeros años porque llegamos como niños, que no sabíamos ni pedir agua, entonces necesitábamos a alguien que nos encauzara y nos diera una cura de humildad muy grande.
»Recuerdo que tuve esa persona que fue un hermano comboniano, se llama Nicolás, que venía ahí expulsado del Sudán. Fue este guía que llegó cuando tenía 27 años y era muy ingenuo. Recuerdo una anécdota cuando llegamos a la misión donde yo trabajé mis primeros siete años, en la región de Obbo, la misión que estaba a siete días de coche del primer teléfono, del primer médico. Celebramos mi primera misa en Sango, y cuando estábamos en la sacristía y me estaba ayudando a quitar mis vestimentas sacerdotales me dijo:
»“Ahora sal fuera que la gente te quiere bendecir, tu haz lo que ellos te quieran hacer”. Y le pregunté: “Pero… les doy la mano?”. Él me contestó: “No, tú pon las manos así… “. Y me mostraba las manos en forma de cuenco, y me dijo: “ellos van a echarte perlitas de saliva”. Era su manera de bendecir, y me echaban perlitas de saliva por no decir, escupirme, y era entonces solo recibir la bendición de mi pueblo.
»Al terminar, le dije a Nicolás: “Ya, ya ya…” (queriendo parar) y el me contestó: “No, falta lo más importante, ahí (señalando a un gran árbol, el mango de la misión, un mango enorme con muchas raíces, el eje de la tierra, en la cultura de ese pueblo es el eje del mundo que une el cielo y la tierra; en el que estaban sentadas muchas personas) ellos también te quieren bendecir.
»"¿Y quiénes son?", pregunté. "Son los leprosos", contestó. "Leprosos, ¿aquí?…". "Sí", me aseguró. Entonces vislumbré a lo lejos, un grupo de personas que estaban sentadas, las manos se les terminaban en las muñecas y los pies se les terminaban en los tobillos, no tenían lóbulos de las orejas y las partes blandas como la nariz se habían caído: la lepra. Yo no había visto un leproso en mi vida.
»Y dijo el hermano Nicolás: “Vete para allá que ellos también te quieren bendecir…”. “Pero hermano por favor…”, le dije. “Vete, vete …”. Y entonces el hermano me dijo al oído: “Con el mismo amor que tú has tocado la ostia durante la misa, la forma en la Eucaristía, tócalos también a ellos porque es al mismo Cristo a quien estás tocando”. Y entonces me dio un empujoncito, ¡pof! Para lanzarme y ahí me fui. Me abrazaron, me tocaron y me echaron esas "perlitas de sabiduría". Fue un momento iniciativo y fue gracias a este hermano que fui conducido hacia un auténtico segundo bautismo.
»Partamos de la base de que la experiencia de estar en un peligro real la he vivido muchas veces desde hace muchos años. He vivido muchas ocasiones en donde han podido disparar o he tenido alguien apuntando con su metralleta y parto de la base de decir siempre que Dios sabe el día de nuestra muerte, y ¿de qué me voy a preocupar yo? Si Él no quiere que yo muera hasta tal día, Él lo sabe.
»Si Él tiene pensado que muera tal día, Él lo sabe. Lo meto en las manos de Dios y sé que el día que Dios me llamará para Él, al cielo, el día que vaya a nacer al cielo, será el día que Él quiera y lo tiene establecido en su agenda particular.
»Hace pocos meses, en el mes de mayo de 2017 estábamos en la mezquita de Bangassou, protegiendo a un grupo de dos mil musulmanes de la manos de 600 jóvenes exaltados que querían hacer un genocidio con ellos, estaban disparando por todos los sitios, nos pasaban las balas rozando y yo estaba ahí con mis curas y algunos se escondían detrás de mí y yo les decía: "Acordaos del Salmo 90, acordaos de ese versículo del Salmo 90 que dice: “Caerán mil a tu derecha y diez mil a tu izquierda pero a ti no te tocarán". Piensa en ese salmo, y verás como todas las balas te pasarán al lado, pero no te tocarán a ti”.
(Para apoyar el obispo y a los cristianos de su diócesis visite la web de Fundación Bangassou, www.fundacionbangassou.com)