Conocí a Gero Pischke hace ya algún tiempo, aquí en Berlín, a través de amigos comunes. Supe que, tras algún que otro revés profesional –quizá por exceso de confianza hacia un antiguo socio– se había establecido recientemente, al filo de los 60 años, como autónomo en el campo de la iluminación de interiores. Felizmente casado, es una persona “corriente”, como millones de otras.
Sin embargo, al conocer su trayectoria hacia la fe, me pareció que ésta, aunque no tenga nada de espectacular, era digna de ser compartida, pues puede ser representativa para tantas otras personas que buscan la Verdad con mayúscula.
Gero accedió a relatar su conversión al catolicismo en primera persona, para compartirla con Religión en Libertad. Éste es su relato:
Cómo descubrí la verdad en la Iglesia católica - Testimonio de Gero Pischke
Fui recibido en la Iglesia católica en mayo de 2019, a los 58 años, cuando me administraron los sacramentos del Bautismo y la Confirmación, tras pasarme prácticamente toda la vida en busca de la verdad.
En Hannover, donde me crié, mi madre se adhirió a los Adventistas del Séptimo Día, a principios de los años sesenta. Cuando mis padres se divorciaron, mi madre se trasladó a Dinamarca con mi hermana; mi padre y yo nos instalamos en Berlín. En la escuela, el ambiente era bastante hostil; nadie se ocupaba de mí y quizá por esto busqué una especie de padres sustitutos entre los adventistas.
Allí recibí el bautismo de adultos a los 21 años, en el otoño de 1982. Todos los sábados teníamos una hora de oración y otra de estudio bíblico, a lo que se añadía la lectura de escritos adventistas, de Ellen Gould White y otros. Más tarde me uní a un subgrupo, la Comunidad Adviento Reposo Sabático, también llamada del Mensaje para nuestro tiempo. Pero pronto me di cuenta de que allí prácticamente todo giraba en torno al dinero. Como -a diferencia de las iglesias católica y evangélica- no perciben en Alemania ningún impuesto eclesiástico, tienen que recolectar donaciones.
Algo que siempre me había causado un gran problema es que, con la regeneración que predican, no podía conseguir la liberación del pecado. Por supuesto que Dios perdona los pecados, pero ¿cómo puedo estar seguro? Tampoco tenía a nadie con quien pudiera hablar sobre estas cosas. Además, estaba solo, porque era el único miembro de la secta en Berlín. Muchas cosas me estaban vedadas, como ir al cine o a comer fuera de casa, el alcohol, fumar... y también se me inculcaba limitar al máximo posible el contacto con la “gente del mundo”.
En un cierto momento, de un segundo a otro, rompí con ellos. Al principio me dediqué -como se suele decir- a disfrutar de la vida, a hacer todo lo que había echado de menos durante décadas.
El discurso de Benedicto XVI en el Bundestag en septiembre de 2011 me causó una profunda impresión. A partir de entonces procuraba leer todo lo que decía.
Benedicto XVI ante el parlamento federal alemán, el 22 de septiembre de 2011, donde habló de la justicia, la naturaleza y la razón como fundamentos de la política.
[Lee en ReL: Ateos, agnósticos, políticos... 8 conversos que se hicieron católicos a través de Ratzinger]
Aunque durante algunos años no parecía avanzar, cada vez sentía más simpatía por la Iglesia católica.
En 2014, monté mi propio negocio con un socio, en el que inicialmente tenía mucha confianza. Pero unos meses después, me di cuenta de que el producto que vendíamos no era bueno, lo cual me llevó casi a la ruina. Así que puse fin a ese trabajo como autónomo.
A finales de 2014 había tocado fondo. Participaba desde hacía algún tiempo en las reuniones de un “club de fumadores”; pero como estaba tan desmoralizado, en una determinada ocasión envié un correo electrónico para excusarme de asistir; sin embargo, el que lo organizaba me llamó por teléfono y me animó a acudir, porque también hablábamos de cuestiones de cierto calado.
Asistí y conocí así a un miembro de la Iglesia católica que, según pude comprobar, se caracterizaba por una gran profundidad espiritual. Resultó ser un miembro de la prelatura personal Opus Dei. Pronto me invitó a asistir a una Santa Misa. Acudí con cierta expectación, pues, en mi juventud, me habían hecho ver en la Iglesia católica al “Anticristo”.
No entendí mucho de la liturgia, pero me impresionó desde el principio. Lo que veía me ayudaba a concentrarme: Cristo crucificado, el Vía Crucis y la Santísima Virgen María me hicieron ver que allí había algo especial, una cercanía a Dios como nunca hasta entonces había experimentado. Pude presenciar la administración de la Sagrada Comunión: de rodillas y en la boca. ¡Qué gesto de humildad! Decidí comprar un catecismo. Lo leí y lo repasé con la ayuda de los dos sacerdotes del centro del Opus Dei durante dos años. A través de las conversaciones, la participación en la Santa Misa y el rezo del Rosario, fui conociendo la fe católica.
Un paso enorme fue conocer el sacramento de la confesión y por tanto la certeza del perdón, así como poder recibir el cuerpo de Cristo de un sacerdote ordenado. Me pesaban tantas cosas en la cabeza y en el corazón que me urgía hacerme católico. Y así llegó el momento que relataba al comienzo; desde entonces procuro seguir desarrollándome espiritualmente. Poco antes ya había renunciado a algunos pecados que tenía muy arraigados desde hacía décadas y que no he vuelto a cometer. He sentido la bendición de Dios, una gracia sin precedentes. “¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón?” (1 Cor 15, 55).
Estoy tan feliz y contento que no me importan en absoluto las acusaciones que vierten ciertos medios de comunicación sobre la Iglesia católica. En todas partes hay pecados, y he sabido de cosas peores que han cometido otros; pero a la única que se persigue es la Iglesia católica. Me duele, pero no me hace sentir inseguro de haber tomado la decisión correcta.
También recé mucho por conseguir una perspectiva profesional, y mis oraciones fueron escuchadas: poco a poco las cosas empezaron a mejorar después de que cambiara el centro de mi actividad como autónomo.