Cabe destacar que, al contrario que otro movimiento de la época, el jansenismo, los ilustrados católicos siempre estuvieron en comunión con el Papa y no emprendieron debates teológicos.
Deseaban transformar la Iglesia sin socavar los fundamentos que la sostienen, y les caracterizaba un humanitarismo cristiano basado en conjugar el ascetismo espiritual con la acción caritativa, convirtiendo el cristianismo en una fuerza que transforme la sociedad, en el sentido más puramente evangélico, de acuerdo con los postulados del futuro Concilio Vaticano II.
En línea con el movimiento de la Ilustración católica, varias mujeres alcanzaron una presencia notoria en la cultura europea. Destacaremos a seis de ellas:
A la temprana edad de veintidós años consiguió, animada por sus amigos y por apoyo del futuro Papa Benedicto XIV (entonces cardenal Lambertini), una plaza como profesora de Anatomía en la Universidad de Bolonia. Se casó con el físico Giuseppe Veratti y, aunque tuvo doce hijos, supo conciliar la familia con sus investigaciones sobre la electricidad, lo que atrajo a Italia el interés por esta ciencia, cuyo máximo exponente en Europa era el clérigo francés Jean Antoine Nollet.
De esta manera se sembró la semilla para que los científicos Alessandro Volta y Luigi Galvani se hicieran famosos una veintena de años después de su muerte. Además, en lo que se refiere a Galvani, Laura Bassi le apoyó durante su carrera científica.
También el sacerdote Lazzaro Spallanzani definió su vocación científica con la ayuda de Bassi. Spallanzani es el inventor de la inseminación artificial y descubridor de los glóbulos blancos, y Louis Pasteur lo describe como “uno de los más grandes experimentadores que ha habido en el mundo y una de las mayores glorias de Italia”. Por último, en 1776 Laura ganó la cátedra de Física experimental en Bolonia.
Esta mujer veneciana dejó una huella notable en la pintura del siglo XVIII. Se convirtió en uno de los principales exponentes del Rococó, caracterizado por el tono luminoso, el colorido y por un acabado delicado. Fue discípula de Watteau, el que popularizó este estilo.
Rosalba no se conformó solamente con aprender. También aportó ideas innovadoras, como la aplicación del pastel a este tipo de pintura. El pastel hasta entonces se dejaba para los bocetos y con su introducción en este estilo ganó enormemente en calidad y definición.
Su talento y su fama le llevaron a trasladarse a París, centro el arte de Europa, donde aportó mucho al arte del Rococó. La nobleza admiraba el talento de esta singular mujer y entre sus benefactores estuvo el mismísimo rey de Francia, Luis XV.
Fue una niña prodigio. Con menos de cinco años dialogaba en francés fluido con los invitados que acudían al palacio de los Agnesi, a la vez que los entretenía con sus ingeniosas respuestas. Poco tiempo después sería capaz de dominar hasta siete idiomas. Al francés y al italiano, esta última era su lengua materna, había añadido, latín, griego, alemán, hebreo y español.
Siendo aún una niña aprendió un texto en latín que recitó en el jardín del palacio de los Agnesi ante una asamblea invitada a tal efecto. Los espectadores prorrumpieron en aplausos. El contenido del discurso no estaba seleccionado al azar. Trataba sobre el derecho de la mujer a estudiar finas artes y ciencias sublimes, lo que se alineaba con el movimiento de la Ilustración católica, en el que se abogaba por que las mujeres accedieran a la cultura.
Después se especializó en las matemáticas y escribió Instituzioni Analitiche ad uso della gioventù italiana, el primer libro completo de cálculo, que arrancó aplausos en toda Europa. La Real Academia de Ciencias de París afirmó: “Es el tratado más completo, el mejor que se ha hecho en este género”.
El Papa Benedicto XIV le regaló una corona de piedras preciosas atada con oro, a la vez que apoyó que le concedieran la cátedra de Matemáticas en la Universidad de Bolonia. Las mujeres de su época, entre ellas la emperatriz María Teresa de Austria, le felicitaron también por su éxito. (Más sobre esta matemática aquí en ReL y en el libro de Massimo Mazzotti, “The World of Maria Gaetana Agnesi, Mathematician of God”, Baltimore: John Hopkins University Press, (2007).)
Hermana de Maria Gaetana Agnesi, solía deleitar con su virtuosismo musical a las personas que visitaban el palacio de su padre. Esta habilidad no era un mero entretenimiento. Inicialmente compuso una docena de arias que envió a Viena, capital de la Música, y más tarde dedicó al emperador su primer drama, titulado Sofonisba, que recogía la vida de la hija del general cartaginés Asdrubal Giscón.
Teresa Agnesi compuso más obras de carácter dramático y complejo, entre las que se encuentra una ópera de 1771 con motivo de la celebración de la boda del gobernador de Milán. Esta pieza fue presentada en el Teatro Ducale con las producciones de otros compositores, entre los que se hallaba un tal Amadeus Mozart, que tenía veinticinco años.
Lamentablemente, solo se conserva una parte de los trabajos musicales de Teresa Agnesi, aunque la muestra es de suficiente belleza como para poder apreciar su talento.
Se trata, al igual que Maria Gaetana Agnesi, de una niña prodigio que aprendió con rapidez varios idiomas: latín, griego, francés y español, y que estudió Filosofía Natural, como se le llamaba entonces a las Ciencias Naturales (Física, Química y Biología especialmente). Tenía por horizonte reivindicar el papel de la mujer a través del campo al que se entregó, el de las letras.
Perteneció a varias asociaciones literarias, y su obra más famosa fue una tragedia que se tituló Esther, la heroína que da nombre a uno de los libros del Antiguo Testamento. Durante el destierro del pueblo de Israel, esta judía se convirtió en la esposa de rey de Asuero de Persia e intercedió por sus compatriotas cuando el ministro Amán concibió el proyecto de aniquilar a todos los israelitas. Esther reveló a su marido este malvado plan. Así que Amán fue ejecutado y el pueblo judío se salvó. Francesca Manzoni dedicó esta tragedia a la emperatriz consorte del Sacro Imperio Romano Germánico Elisabeth Christine.
Se trata de la tercera mujer del siglo XVIII que impartió clases en la Universidad de Bolonia. Su campo fue el de la anatomía. Sustituyó a su marido Giovanni Manzolini, enfermo de tuberculosis. Asimismo, fue escultora de figuras en cera donde plasmaba a su marido o a ella misma diseccionando.
Conviene recordar que el arte de la disección en aquella época era una auténtica pasión, hasta el punto de que asistían a las sesiones numerosos espectadores, como si de una obra de teatro se tratara. El Papa Benedicto XIV fue el principal benefactor de esta singular artista y científica.
(Ignacio Del Villar es autor del libro “Ciencia y fe católica: de Galileo a Lejeune”, disponible en formato papel y digital en Amazon -http://amzn.to/2v8eJkp - y en iTunes).