Nadie niega el valor que tienen los soldados durante el combate y los valores por los que ponen en juego su vida. Y entre ellos destacan unos personajes capaces de ir a los frentes más sangrientos sin un arma con la que defenderse: los capellanes castrenses. Algunos de ellos al final de sus vidas la Iglesia los ha reconocido como santos o están en proceso de canonización. Es el caso del Papa San Juan XXIII y el P. Fernando Huidobro Polanco, S.J. Y entre ellos destaca uno con luz propia y que el Señor fue preparando para una vida realmente dura y exigente, el beato lituano Miguel Sopocko: capellán castrense, párroco en la Lituania ocupada por nazis y soviéticos, perseguido por la Gestapo y, además, director espiritual de santa Faustina Kowalska, de la que recibió de tres encargos de parte de la Divina Misericordia: pintar su imagen, establecer su fiesta el primer domingo después de Pascua y fundar una nueva Congregación.
Miguel Sopocko, capellán castrense, el segundo por la derecha
La I Guerra Mundial, una preparación para el futuro
Su trepidante historia como capellán castrense comienza en 1918. Entonces se encontraba en Varsovia y tras una enfermedad que le impidió iniciar unos estudios decidió incorporarse como voluntario al servicio pastoral militar. El arzobispo castrense le nombró capellán militar y lo destinó al hospital de campaña de Varsovia. Después de un mes de servicio, pidió el traslado al frente, donde se desvivía por los heridos que carecían de servicio hospitalario y se encontraban en unas condiciones muy precarias. En el ejército llegó a ser presidente de la “Ayuda Militar Fraternal”, capellán de oficiales, de la residencia militar e, incluso, de la escuela para huérfanos de las familias militares.
Director espiritual de Sor Faustina
Acabada la guerra, el arzobispo de Vilna, le encargó la pastoral con adolescentes y la asistencia pastoral del Ejército, teniendo una “feligresía” de más de 10.000 soldados.
El encuentro con sor Faustina Kowalska tuvo lugar años más tarde, en el periodo de entreguerras, en 1933, cuando fue confesor de las monjas de la Congregación de las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia en el convento de Vilna. Ese encuentro fue fundamental para ambos: Sor Faustina encontró en este sacerdote un confesor ilustrado y un director para su alma, con lo que empezó a presentarle, cada vez más a menudo, sus vivencias relacionadas con las revelaciones sobre la Divina Misericordia.
En cierta ocasión, el P. Sopocko explicó que “ya desde el principio me dijo que me conocía desde una visión que había tenido, según la cual yo debía ser su director espiritual y debía llevar a cabo ciertos planes de Dios, los cuales serían transmitidos a través suyo”.
Tres encargos de la Providencia
A causa de la falta de tiempo que tenía, Sopocko recomendó a sor Faustina que anote sus experiencias interiores en un cuaderno. Luego él, en los ratos libres, leería sus escritos, naciendo así nació el Diario espiritual de sor Faustina Kowalska. La Divina Misericordia, a través la religiosa polaca, le transmitió tres grandes peticiones que habría de llevar a cabo a lo largo de su vida: encargar un cuadro con la imagen de la Divina Misericordia; establecer su fiesta el primer domingo después del Domingo de Pascua; y fundar una nueva Congregación.
Imagen de la Divina Misericordia que mandó pintar Miguel Sopocko
Las revelaciones fueron recibidas por Sor Faustina, pero la ingente tarea que se le encomendó a él fue la de ahondar en la Teología para descubrir argumentos que justificaran la existencia de esta “cualidad” de la misericordia en Dios. Lo mismo, por tanto, para instituir la fiesta de la Divina Misericordia, según las indicaciones reveladas en las visiones. Esta labor de profundidad teológica fue difundida por él en revistas especializadas y en todo momento y ocasión que le fue concedido. Sor Faustina murió en Cracovia el 5 de octubre de 1938, pero él continuó la obra.
La II Guerra Mundial estalló en septiembre de 1939. Sopocko entendió que era el momento decisivo para difundir el contenido de las revelaciones de sor Faustina. No hubo oportunidad que rechazase para poder predicar la Misericordia de Dios en medio de una guerra que cada día apuntaba mayor crueldad.
Lituania fue ocupa una vez más por el ejército rojo en junio de 1940 e incorporada a la Unión Soviética como su decimoquinta república. Sopocko, teniendo miedo a que se perdiera todo el trabajo desarrollado hasta ese momento hizo copia de todo su tratado y envió ejemplares fuera de Lituania con personas que tenían la posibilidad de salir del país. De esta manera, su obra llegó a muchos países y, sobre todo, a las manos de numerosos obispos de Europa y del mundo entero.
Más tiempos de persecución
Con el tiempo nacerían nuevos enemigos de la Divina Misericordia: Lituania fue ocupada por los alemanes y la Gestapo perseguía ahora al padre Miguel Sopocko por difundir el culto y la devoción de la Misericordia Divina, aunque logró escapar de Vilna tras ser avisado por una funcionaria de la oficina de registro.
La población judía era especialmente perseguida en Lituania por los nazis. Unos 100.000 murieron en sus manos. Sopocko no dejó de atenderlos económica y espiritual, algunos incluso llegaron a convertirse sinceramente. Esa manera de actuar traía graves consecuencias, hasta poner en peligro su propia vida. De hecho, la Gestapo encontró huellas de estas actividades y le detuvieron durante varios días.
También en este año de 1941 fundó la Congregación de las Hermanas de Jesús Misericordioso, a las que dedicaría su vida por la petición de la Divina Misericordia. Con todo, no pararon los nazis en perseguir a la Iglesia. Detuvieron a los sacerdotes del seminario, y al padre Sopocko se le volvió a montar una nueva emboscada, de la que nuevamente avisado por una conocida pudo esquivar y huir.
Disfrazado, abandonó Vilna y fue acogido en un convento de las hermanas ursulinas situado en Czarny Bor, las cuales le facilitaron una casa donde esconderse, y a las cuales atendía y confesaba periódicamente
La guerra continuaba, pero él no se resignaba a vivir escondido. Por eso, a través de personas de confianza, consiguió un documento de identidad falso, con el nombre de Waclaw Rodziewicz pasando como carpintero y ebanista, y haciendo unas herramientas simples y objetos para la gente local, mientras se acercaba a todos los que podía, celebraba misa, atendía espiritualmente…
Tras un largo periodo de clandestinidad, en otoño de 1944, a pesar de las difíciles condiciones de vida, el arzobispo Jalbrzykowski ordenó el comienzo de las clases en el seminario conciliar. El padre Sopocko volvió a Vilna y empezó con los deberes asignados, entre otros conseguir alimentos para los seminaristas.
Siberia o Polonia
Recuperada Lituania para la Unión Soviética, las autoridades comunistas fueron limitando el trabajo pastoral de los sacerdotes, aunque Sopocko organizaba reuniones con jóvenes y adolescentes a escondidas. En cierta ocasión, los comunistas supieron de uno de estos encuentros y fue llamado a presentarse en comisaría. Se le advirtió que de seguir así sería deportado a Siberia, por lo que su obispo le mandó salir de Lituania y trasladarse a Polonia.
Allí pudo dedicarse a la fundación de la Congregación de las Hermanas de Jesús Misericordioso, y continuar con la difusión de la Divina Misericordia a pesar de la resistencia que ahora le ponían las autoridades eclesiásticas. Obviamente fue uno de los grandes impulsores de la beatificación de sor Faustina, cuyo proceso se inició siendo arzobispo de Cracovia Karol Wojtyla en 1965. El P. Miguel Sopocko murió en Cracovia, el 15 de febrero de 1975, y fue beatificado el 28 de septiembre de 2008.
Sor Faustina Kowalska
El Padre Miguel Sopocko y Sor Faustina
Uno de los grandes conocedores de la vida del Padre Miguel Sopocko y Sor Faustina, es el sacerdote Henryk Ciereszko. En un artículo biográfico se pregunta “¿en qué ayudó el Padre Miguel Sopocko a Sor Faustina?”. La realidad es que su presencia fue fundamental: “Como sacerdote, y confesor que le había sido asignado, la función que desempeñaba era una función instructiva; él se hacía responsable de la penitente bajo su cargo, así como de la labor de la Misericordia de Dios que le había sido revelada”. De hecho, Jesús mismo había mandado a Sor Faustina que escuchara a su confesor (Diario 331, 979, 1308, 1644). A sor Faustina “la obediencia la protegía y preservaba del peligro de ir contra la voluntad de Dios y la ayudó a caminar por las sendas del crecimiento espiritual”. Y de hecho el mismo P. Miguel Sopocko no debía animarla mucho para que fuera ser fiel a Dios, ni siquiera tenía que empujarla para que buscara su crecimiento de su vida espiritual: “Ella misma ya lo deseaba ardorosamente, con todo su corazón. El Padre, como confesor, le transmitió su conocimiento, pero ella estaba tan preocupada y solícita por el amor de Dios, que de modo natural fue pasando y avanzando por los grados de la perfección, e incluso quizás aventajó con su propia vida la doctrina que le había sido transmitida”. Con todo, su papel fue el de ser “quien la condujo por los caminos de la santidad, como la misma Sor Faustina escribió en su Diario (269-270, 331, 444, 144, 145, 937)”.