La doctora Élisabeth Mathieu-Riedel, además de médico, es diplomada en ética y derechos del hombre. Se ha especializado en cuidados paliativos, a los que consagró un libro: Ne pleurez pas, la mort n'est pas triste [No lloréis, la muerte no es triste], donde volcó sus experiencias con personas que llegan al final de sus días y con sus familias.
Son casos con rostro, nombre y apellidos, personas acompañadas por la medicina para llegar al momento decisivo en las mejores condiciones posibles de "cuerpo, alma y espíritu", algo que siempre inquietó a la doctora Riedel. Actualmente lo hace según los criterios de Santa Hildegarda de Bingen junto al doctor Philippe Loron, pero antes de su conversión lo buscó por los caminos de las espiritualidades orientales y el esoterismo.
Ella misma lo ha contado en un testimonio recogido por L'1visible:
Durante toda mi vida he intentado practicar la medicina en una aproximación unificada de “cuerpo, alma y espíritu”, porque yo quería atender a una persona, y no solamente a un organismo hecho de órganos yuxtapuestos. A lo largo de la carrera de Medicina me frustró mucho que no se tomasen en consideración la psicosomática y el campo para prevenir mejor las enfermedades. ¡El tratamiento químico sistemático para las bajadas de moral, las angustias y la depresión me sacaban de quicio, porque yo misma había acudido a ellos siendo más joven! Sufría mucho con esta medicina occidental basada sobre el tratamiento de los síntomas corporales. ¡Yo escuchaba largamente a mis pacientes y notaba que esa escucha ya era terapéutica!
Esoterismo y astrología
Así que, de forma natural, me volví hacia las medicinas dulces (homeopatía, fitoterapia) y orientales (acupuntura, medicina tibetana). Me sumergí en los movimientos occidentales esotéricos, esto es, las sectas, porque eran las únicas que se interesaban por esta dimensión holística del hombre. La astrología me apasionaba, e hice cursos pensando encontrar respuestas a mi búsqueda de lo absoluto. Efectivamente, encontré en esos medios personas muy a la escucha y que vivían verdaderamente el amor al prójimo. Así que me mantuve mucho tiempo en esa dinámica esotérica. Y como conservaba la herida de mi educación religiosa culpabilizadora (“Dios te va a castigar”), la creencia en la reencarnación de convenía para purificarme de mis vidas anteriores.
Pero un día, en un congreso de astrología, oí a los intervinientes analizar la cuestión astral en los místicos cristianos. Esto me chocó profundamente. Yo había perdido la paz, dormía con somníferos y ya no vivía alegre en absoluto…
La confesión sanadora
Paralelamente a este recorrido, un tío y una tía míos, católicos fervientes, que se formaban regularmente en grupos cristianos, me acogían siempre con mucha benevolencia, sin criticarme jamás. Siempre radiantes, tenían una alegría de vivir que me interpelaba.
Cuando nacieron sus hijos, les obsequié con su carta astral como regalo de bautismo. Mi tía, muy sonriente, me dijo: “¿Sabes? ¡No necesitas eso para que Dios te ame!” ¡Amada por Dios! Y yo, ¿era amada por Dios? ¡Lo dudaba, de tanto dar vueltas en mi vida, aunque los demás decían de mí que tenía todo para ser feliz! Me impactó mucho su respuesta, planteada con dulzura y respeto, y al mismo tiempo con convicción y en espíritu de verdad.
El testimonio de la doctora Riedel.
Atraída por lo que ellos vivían, acepté su invitación de ir a “ver” una reunión cristiana. Y allí fui transformada por la enseñanza de un obispo que decía: “En su amor, Dios se inclina sobre la miseria de los seres humanos”. En ese mismo instante, fui invadida por un calor increíble: ese amor de Dios se me revelaba personalmente y me visitaba en mi cuerpo y en mi corazón.
Inmediatamente fui consciente de mis pecados y deseé hablar con un sacerdote. Me recibió un hombre extremadamente amable y atento, y me confesé. Él tenía lágrimas en los ojos ante mis sollozos de arrepentimiento. Como penitencia, me pidió rezar por él. En un instante, recibí en mi corazón el amor de Dios, de la Iglesia y de sus sacerdotes. Después de este hecho, mi visión sobre Dios, sobre mí misma y sobre los demás cambió radicalmente.
Desde ese día, rezo por mis pacientes confiando cada mañana a Dios mi inteligencia, mi alma, mi corazón, mis manos, todo mi ser, para servirle a Él a través de mi prójimo que sufre. He tenido la suerte de trabajar en cuidados paliativos, consagración de la medicina “cuerpo-alma-espíritu”. ¡Qué alegría acompañar a la persona hasta su último suspiro para ponerla en las manos de Dios!
Artículo publicado en ReL el 10 de marzo de 2018 y actualizado.