El espectáculo se desarrolla en el teatro Essaïon de París hasta el 31 de marzo, y se titula Je danserai por toi [Bailaré para ti]. Solo que la historia de Louison no es exactamente una ficción, pues se trata de la propia experiencia de conversión de la actriz y bailarina (esta sí, real) que la interpreta: Sophie Galitzine.
"Louison... soy yo, con algunos rasgos añadidos", confiesa. Sophie tiene 39 años. Nació en 1978, hija de un padre de origen ruso (con raíces en la nobleza de San Petersburgo) y de su segunda esposa de cuatro. Fue bautizada católica y recibió formación católica, pero en la adolescencia abandonó la práctica religiosa y la fe. Sus padres se divorciaron, y aunque vivió una infancia dorada en París, sufrió siendo muy joven, cuando empezaba a formarse como actriz, el abuso de un profesor bajo pretexto de una experiencia teatral extrema. Luego empezó a llevar una vida "de riesgo", como ella misma dice, que incluyó muchas relaciones, algo de consumo de cannabis y un problema de anorexia y bulimia".
Todo cambió al fallecer su padre en 2005: "Fue un punto de inflexión en mi vida. Le veía poco, porque mis padres estaban divorciados, pero él me fascinaba. Me acerqué mucho a él durante los cinco meses del cáncer fulgurante que se lo llevó. Y también me acerqué a Dios..."
Contactó con un médium. Convencida de que lo esencial no es lo que se ve con los ojos, se fue hasta la India para seguir los pasos de un maestro hindú. En ese contexto de búsqueda, conoció allí a un joven turista francés que le habló de Jesús: "Le escuché. Encarnaba la simplicidad y el amor de los que hablaba. Y eso me transformó". De regreso a Francia, acudió a la espiritualidad de sus ancestros y contactó con una comunidad ortodoxa, pensando entonces hacerse monja. Al cabo de un tiempo, sin embargo, volvió a la fe de su bautismo y completó con unos dominicos la formación interrumpida años atrás.
Sophie hace una síntesis de ese itinerario desde la perspectiva de su profesión artística: "Por mi oficio, soy muy sensible al cuerpo, 'templo del Espíritu', tanto más cuanto que lo abandoné durante muchos años. No puedo ser otra cosa que cristiana: es la única religión que se atreve a sugerir que Dios se ha hecho carne. La ortodoxia tiene más en cuenta su dimensión física en la liturgia; la Iglesia católica ha explorado más el misterio de la Encarnación a nivel teológico".
Hoy Sophie lleva al cuello una medalla milagrosa y va a misa casi a diario. Dice que desde su conversión es otra persona incluso en aspectos meramente humanos: "Soy más serena, más tranquila. Esa plenitud me viene del silencio y de la oración". "La fe", añade, "estructura mi vida con inspiración. Me abre un campo de posibilidades, me abre a la vida interior a un horizonte. Hay algo de expansión, también de inspiración, porque en la fe hay mucha dulzura, pero con verticalidad, en la búsqueda del Padre".
¿Por qué esta obra, en la que baila, canta, monologa y también hace reír al público? Hay una razón personal, por un lado: "Creo que tiene que ver con el deseo que experimento hoy de reencontrarme en aquella niña que fui, aún no embarrada por la existencia". Y otra sobrenatural: "Tenía ganas de hablar de Dios. No podía menos que hacer una historia de lo que yo misma he vivido. Es algo que me desbordaba".
Hacerlo mediante el lenguaje corporal era lo obvio para alguien que ha nacido para interpretar: "Tengo la impresión de que el Señor, mediante la Eucaristía, hubiese reorientado incluso físicamente mis células. Fue una auténtica restauración corporal".
Tres días a la semana, Sophie interpreta esta historia como mejor sabe / Foto: Pink House Workshop
Además de su trabajo como actriz, Sophie trabaja como terapeuta a través del arte, tanto por su cuenta como en una escuela pública. Y es madre de familia, con dos pequeños, Zita, de dos años, y Paul, de cuatro meses. "El 'oficio' de madre es de una belleza extraordinaria", proclama, "pero exige una abnegación que no recibe reconocimiento alguno".
Siempre que puede, acude a rezar a la iglesia de Saint-Gervais, cercana a su hogar. Un templo magnífico que le trae buenos recuerdos: "Un domingo en misa, me crucé con un hombre al ir a comulgar. Luego nos encontramos en un grupo de oración. Ahora es mi marido, estamos en comunión para toda la vida".
Tres días a la semana, a última hora de la tarde, Sophie nos lo cuenta con un alarde de expresión corporal que suscitó muy buenas reacciones de la crítica hace dos años, cuando hizo las primeras temporadas de la obra: “Un espectáculo sorprendente, impactante y dinámico que nos sugiere reflexiones metafísicas”, “Un testimonio auténtico que vale la pena ver”, “Mezclando humor y búsqueda interior, se entrega con fe a sus santas reflexiones. Uniendo voluptuosamente el gesto al texto, deja que brille su Verbo auténtico y luminoso”.
“El cuerpo es una manifestación de Dios”, dice, y esta obra es “la historia de un cuerpo. Y de un alma. Es, de hecho, la misma historia”.