Siendo el menor de cuatro hermanos, Dean siempre se sintió a la zaga. “Mis hermanos decidieron hacer la carrera militar. Yo, mientras, seguía en casa pensando qué hacer”, explica Dean. “Finalmente me di cuenta de que lo mío era estudiar”. Durante el último curso de instituto, Dean decidió iniciar la carrera de derecho, pero un año más tarde decidió cambiarse a filosofía y religión. “Durante mi primer año de carrera sentí la llamada al ministerio”, cuenta. “No me lo planteé mucho, simplemente parecía lo correcto”.
Y así, con una fe algo tibia, Dean continuó sus estudios, estudios que se le daban muy bien. “Nada se me resistía: estudios bíblicos, teología, filosofía, historia… Devoraba libros y conseguía las mejores notas. Me gradué con honores y recibí una distinción por ser el mejor de mi promoción. Después fui directamente al seminario de California”.
Allí Dean conoció a la que sería su futura esposa (los pastores presbiterianos no tienen voto de celibato). “Mientras seguía mis estudios en Los Ángeles, trabajé como jefe del grupo joven de una iglesia presbiteriana”, cuenta Dean. “Allí pude proclamar mis primeros sermones”. Gracias a su habilidad con los estudios, Dean obtuvo su título un semestre antes de los previsto y volvió a New Jersey.
Sin embargo, Dean comenzó a sentir que ser pastor no era lo suyo, no sentía a Dios en su corazón. “Me encantaban los estudios y el ambiente académico, pero evangelizar no me gustaba tanto. Para mí Jesús seguía siendo como un jedi espiritual: un tipo inspirador, pero de hace mucho tiempo y de un lugar muy, muy lejano”.
Pese a este sentimiento, Dean comenzó a llevar una pequeña parroquia de barrio, aunque no duró mucho. “Durante el primer año daba los sermones impresionantes e ilusionantes en los que había estado pensando durante la carrera y el seminario, pero el mundo no cambiaba. Pronto empecé a pensar que Dios no me escuchaba”, recuerda Dean.
“Luego vinieron los típicos líos mundanos de la parroquia de quién no habla con quién, o cuándo poner tal reunión, o que tenía que ir a ver a la típica señora hipocondriaca a su casa porque daba mucho dinero a la parroquia”.
Después de tan solo dos años, Dean se hartó, renunció a su ordenación, y abandonó la parroquia.
Para poder ganarse la vida, Dean siguió estudiando en la escuela universitaria de derecho de Villanova. “Mirándolo en retrospectiva, me alegro de haber pasado por allí. Conocí a los católicos por primera vez en mi vida. Algunos eran más practicantes, otros menos... sin embargo me llevé una grata sorpresa. Como protestante yo tenía la idea de que el catolicismo era algo medieval y pasado de moda. Sin embargo, me encontré con gente moderna y normal”, explica Dean.
A partir de ahí, la vida profesional de Dean comenzó a ser un éxito, pero su vida espiritual decayó. Trabajaba muchas horas al día en un despacho de abogados prestigioso del centro de la ciudad, y como no tenía tiempo, dejó de ir a la iglesia.
"Durante ocho años fui escalando a la cima de mi carrera profesional, de éxito en éxito. Sin embargo, lo que nadie te dice es que cuando llegas a la cima, no hay nada”, cuenta Dean. “No podía más".
"Un sábado ventoso me puse de rodillas en mi sala de estar y recé a Dios: “no puedo escapar de ti”, le dije, “me rindo”.
Volver a la iglesia fue duro para Dean. Le costó un año, pero ya no tenía los sentimientos de rechazo de antes, y se sentía un poco más cerca de esa figura tan lejana que para él era Jesús. “Por aquel entonces mi mujer, Linda, llevaba un pequeño grupo de estudios bíblicos para jóvenes. Había algunos chicos católicos que también venían, y hablé con sus sacerdotes en un par de ocasiones”.
“Me acuerdo que, en nuestras charlas teológicas, yo me sentía cómodo en el terreno de lo intelectual y lo filosófico”, recuerda Dean. “Sin embargo, al saltar al terreno de lo místico me daba cuenta de que ellos parecían saber algo que yo no conocía. No sabía lo que era, me volvía loco”. Dean comenzó a entonces a hacer lo que mejor se le daba: estudiar el catolicismo. Compró varios libros de los Santos Padres, una copia en inglés de la Summa Theologiae de Santo Tomás de Aquino, un Catecismo de la Iglesia Católica e incluso revisó los documentos del Concilio del Vaticano II; todo por intentar conocer aquello que se le escapaba. “Mi mujer me llamaba loco”, comenta Dean. “Era el único de la playa que tenía varios libros, documentos y un par de marcadores fosforitos”.
De esta forma, Dean llegó a la conclusión de que aquello por lo que “protestaba” Lutero ya no existía. La Iglesia Católica se había reformado hace mucho tiempo y ahora estaba mejor que nunca. “Aun así, no fue hasta que leí las vidas de San Juan Pablo II y Benedicto XVI que me decidí a ir a una misa católica”, explica Dean. “Su ejemplo era directo y apremiante. Eran imagen de Jesús”.
Así, una mañana de domingo, antes de ir a enseñar en la Iglesia Presbiteriana a cien adultos, Dean entró en una misa católica. “Era de los agustinos. Me senté atrás del todo y pensé: “por fin me voy a enterar de qué está ocurriendo aquí”. Oficiaba la misa el padre Michael, que más tarde se convertiría en el director espiritual de Dean. “Primero se leyeron las lecturas, y después el padre Michael dio su homilía. Fue un inesperado banquete teológico”.
“A continuación, cantamos todos juntos un himno que reconocí de los evangelios; pero no lo leíamos como una historia, lo cantábamos como si estuviera pasando aquí y ahora”, explica Dean. Pero lo más impresionante aún no había ocurrido, faltaba la Consagración. “De repente el padre Michael habló, las campanas sonaron, y Jesús apareció en persona. Estaba allí de verdad. Es imposible expresarlo con palabras, pero lo sentí con cada fibra de mi ser”.
“Entonces me di cuenta”, reconoce Dean. “Este es el Jesús que había buscado durante toda la vida”. En 2008 Dean abandonó la Iglesia Presbiteriana y entró en la Católica un año después. “Ahora sí que estaba en casa”.
Las reacciones no se hicieron esperar. “A mi familia le pareció bien”, comenta Dean. “Ya tenía algunos familiares católicos. Entre mis parroquianos había diversidad de opiniones: unos me apoyaron e incluso quisieron venir a misa conmigo, otros pensaron que me había vuelto loco, y un grupo pequeño me llamó traidor y chaquetero”.
“Después de toda esta experiencia, rezo mucho por mis antiguos hermanos en la fe”, explica Dean. “Les animo a que, como hice yo, vengan a misa y vean como es. No pasa un día sin que sienta una profunda gratitud por mi conversión”.
Dean ha publicado hace poco un libro llamado "When the Echo Dies / Marriage is unconstitutional: America at Risk" ("Cuando el eco muere / El matrimonio es inconstitucional: América en peligro"), en el que avisa sobre la crisis creada por la corte federal y sus decisiones sobre los matrimonios del mismo sexo.
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