Recientemente, en el hospital Santa Úrsula de Bolonia han sucedido unos hechos que me han dado testimonio del modo como, a través de pequeños gestos, el Señor y sus santos pueden obrar milagros.
El domingo por la mañana hago mi recorrido habitual en el servicio de Obstetricia para llevar la comunión a las madres que tienen que dar a luz o que acaban de alumbrar.
Hace unas semanas entré en la última sala de Fisiología, donde están ingresadas las mujeres con embarazos normales, sin complicaciones. Una joven que acababa de dar a luz me llama desde la cama y me pide que me acerque: «Padre, ¿se acuerda de mí? Me vino a ver el mes de febrero pasado. Estaba llorando porque tenía una amenaza de aborto y corría el riesgo de perder de verdad a mi hijo. Usted me dio una estampita de Santa Gianna y me pidió que me encomendara a ella. Hice lo que me pidió, tuve siempre esa estampa conmigo, incluso la llevé a la sala de partos. ¡El embarazo fue como la seda!».
Santa Gianna Beretta Molla (19221962), doctora en Medicina y pediatra, murió una semana después de dar a luz a su cuarto hijo, a quien quiso salvar a costa de no tratar el cáncer de útero que le detectaron en el segundo mes de embarazo. Fue canonizada en 2004.
Mientras me habla llora, pero son lágrimas de alegría. A su lado tiene a su hijo, sano como una manzana. Este hecho me asombró, porque lo único que había hecho era dar una estampita y recomendar la oración. Sin embargo, mi simple presencia en ese momento de dificultad había dado esperanza a una madre y había obrado un milagro. Siento que hice fructificar aquello a lo que me ha llamado el Señor a través del sacerdocio.
Santo Merlini, al despedirse de uno de sus destinos, en Alemania. Foto: Badische Zeitung.
El segundo hecho es similar: Cecilia estaba ingresada en Patología, donde se controlan los embarazos complicados. La primera vez que fui a verla me asombró de inmediato su positividad y su sonrisa. Le di la comunión y una estampita del arcángel Gabriel ¡sólo porque la llevaba en el bolsillo! Me cuenta por qué su embarazo es de riesgo: su placenta tiene daños y no consigue alimentar adecuadamente a su hija. Muchos médicos le aconsejan interrumpir el embarazo. "Pero yo sigo adelante", dice ella, con una fuerza de voluntad y una fe que me conmueven. Voy a verla a menudo, y además de entablar amistad conmigo, lo hace con otros médicos del movimiento [de Comunión y Liberación] del servicio, ginecólogos y pediatras.
La Anunciación, de Paolo de Matteis (16621728). Por ser quien pidió a María su fiat para la concepción virginal de Jesucristo, el arcángel Gabriel es particularmente protector de las embarazadas.
Un día le pregunto qué nombre le quiere poner a su hija: "Gabriella -me responde-, por esa estampita de San Gabriel que me regalaste". Y añade: "Gabriel había anunciado a María un milagro y ahora espero que también a mí se me anuncie uno". Me dice, de nuevo, que algunos médicos le dicen que aborte y, entonces, su perenne sonrisa se convierte en llanto, que es oración. Comulga casi todos los días y la bendigo cada vez.
Un lunes, tras acabar de celebrar la misa, encuentro un mensaje en el móvil: "Don Santo, ven porque estoy a punto de dar a luz". Efectivamente, parece que la niña sufre. Corro hacia ella, todo está preparado, pero por la tarde los médicos deciden posponer el parto al día siguiente. Y lo vuelven a posponer hasta el viernes 29, ¡el día de san Gabriel! Era evidente que nuestras oraciones habían sido escuchadas y que la Providencia estaba guiando todo este hecho.
Así, el viernes por la mañana voy al hospital, me pongo una bata y me acerco a la sala de partos para bautizar a la niña en cuanto nazca, pues su vida corre peligro. La Providencia quiso que en ese momento estuvieran, en la sala de partos, nuestros amigos ginecólogos. Al cabo de pocos minutos, el primer veredicto: Gabriella pesa sólo 430 gramos, pero parece que está muy bien.
El cardenal Crescenzio Sepe, arzobispo de Nápoles, bautizó a un niño en una incubadora en febrero de 2017. Foto: Corriere del Mezzogiorno.
La bautizo dentro de la incubadora con un poco de algodón: algunos pediatras me aceptan, una enfermera, enfadada, se va, diciendo que las prioridades son otras... A las pocas horas, la confirmación: Gabriella tiene aún que crecer mucho, pero está bien. Nadie, con excepción de la madre, se esperaba que acabara así. Pero al final, hay que rendirse ante la realidad y una serie de coincidencias que dejan de ser coincidencias.
Traducción de Helena Faccia Serrano.