Sandra y Clemen se conocieron en Alp, un pueblo de la Cerdaña, en el Pirineo, donde veraneaban cada año. “Nos conocimos cuando teníamos unos 15 años, nos veíamos cada verano. En 1997 empezamos a salir, estuvimos 6 años de novios y nos casamos en 2003, con 27 años”.
Las abuelas de Sandra y Clemen rezaban juntas el rosario una vez a la semana. Sandra explica: “Yo quería mucho a mi abuela materna. Era mi madrina y la única en mi familia que me hablaba de Dios. Yo la veía rezar, ir al rosario con la abuela de Clemen e ir a misa. En Cuaresma veía que hacía sus ayunos y dejaba de fumar. Pero yo no iba a misa, ni mis padres”.
Sandra explica que aunque hizo la Primera Comunión, su colegio era laico. Había asignatura de religión, pero mínima. Después, a los 14 años, entró en un colegio católico en Barcelona, el Loreto Abat Oliba, del grupo CEU. Allí aprendió algo más de la fe, pero sin que afectase su vida.
Por su parte, en la familia de Clemen eran un poco más religiosos. Como los 3 hermanos iban a un colegio católico, los padres hacían el esfuerzo de llevarlos a misa el domingo. “Pero, al crecer, tanto mis padres como nosotros dejamos de ir. Mis padres lo habían hecho por darnos ejemplo”.
En 2003 Sandra y Clemen se casaron. “Fue por la Iglesia, me hacía ilusión”, explica Sandra. “Yo no iba a misa por comodidad, porque la misa me aburría y no me decía nada, pero siempre creímos en Dios y tenía claro que quería casarme por la Iglesia”.
Se apuntaron a un curso matrimonial intensivo, de un solo día, en la abadía de Montserrat. “Era intenso, con sesiones por la mañana y por la tarde, con otros matrimonios. Nos apuntamos para rematarlo en un solo día. No recuerdo que aprendiéramos nada concreto. Seamos sinceros, el curso daba la sensación de, simplemente, cubrir el expediente, cumplir con el requisito y ya está. Que era lo que queríamos”, recuerda Clemen.
Fueron llegando sus tres hijos y los bautizaron. Los apuntaron en el colegio de Sandra, el Loreto Abat Oliba. Por ser “un poco coherentes con el colegio” iban a misa algunos domingos. “Teníamos convicción de que Dios, la fe, los valores religiosos, eran cosas buenas... pero nuestra fe era comodona. No queríamos complicarnos”, describe Sandra.
Entonces llegó la enfermedad de su hija Adriana hace cuatro años: leucemia. Eso lo cambió todo.
“Maribel, a quien yo conocía muy poco, de vista, del colegio, empezó a visitarnos en el hospital. Le expliqué que el diagnóstico nos había dejado en shock, que yo sentía angustia, que sentía que mi vida estaba vacía, que quizá la enfermedad era un toque de atención y que sentía la necesidad de encontrarme con Dios”.
Maribel acudía desde hacía años al Camino Neocatecumenal e invitó a Sandra a sus misas en la parroquia de Santa Joaquina Vedruna. “Eran misas largas, al estilo neocatecumenal, que me sirvieron para retomar el contacto con Dios. Yo podía llorar y me sentía liberada. Le explicaba a Clemen: ‘tengo necesidad de estar en contacto con Dios, de ir a misa’. Y él me apoyaba”.
También había aprendido a rezar el rosario con Lucy, otra mamá amiga del colegio. “Lucy y Maribel venían casi cada día a verme al hospital, durante casi un mes y medio, y allí rezábamos juntas el rosario", recuerda Sandra. "Con la oración yo ganaba paz". Esa paz se prolongó más adelante, cuando Adriana ya no estaba ingresada, pero seguían los tratamientos.
En octubre de 2014, Sandra, Maribel y algunas otras madres del colegio acudieron a un Retiro de Emaús.
“Allí di mi "sí" a Dios. Entendí que Dios me pedía entregarme, que me perdonaba por todo lo que he hecho, que Él me daría la paz y el cariño que necesitaba. Emaús fue un antes y después en mi vida de fe, una conversión, una eclosión brutal, dos días muy intensos. Allí descubrí la Adoración Eucarística, que yo no sabía ni lo que era. “Es estar ante el Santísimo”, me explicaron. ¿Y qué es eso del Santísimo?”, decía yo. “Es estar en la presencia de Cristo”, insistían. Yo no entendía, pero lloraba”.
Sandra no pudo quedarse en la misa del final del retiro porque tenía que ir al hospital. Allí, Clemen y los niños le dijeron al verla: “Qué sonrisa traes, mamá”. “Yo estaba muy feliz, no podía dejar de llorar y sentía una gran paz conmigo, con mi entorno, con todo”.
Sandra después acudiría a Retiros de Emaús en otras tres ocasiones como servidora (colaboradora en el Retiro): “siempre ha sido maravilloso, porque poder ayudar, compartir y acompañar a las personas con el Señor es maravilloso”.
Sandra, Clemen y los niños iban ahora ya a misa cada domingo, en familia.
Clemen estaba algo asombrado. "Antes era yo quien animaba a Sandra a ir a misa alguna vez, era yo el religioso de la pareja, y ahora me chocaba un poco esa conversión de ella. Me había adelantado por la izquierda, por así decirlo. No me parecía mal. Todo mi proceso con la enfermedad era distinto, porque yo soy más analítico y sobrellevaba con más tranquilidad los aspectos emocionales”.
Tres años después, Maribel y su marido Marcus conocieron en Madrid los Encuentros de Amor Conyugal (ReL contó aquí esta historia). Impresionados por los beneficios que veían en su matrimonio decidieron implantarlos en Barcelona. Invitaron a Sandra y a Clemen y se organizó un encuentro.
“Este encuentro fue muy importante para entender muchas cosas acerca del matrimonio, de sus heridas, de su relación con Dios. Se usan dinámicas que ayudan a entender que ningún matrimonio es perfecto, que siempre requiere más comunicación, que hay que hablar mucho y querer mucho al tu cónyuge... En este retiro, digamos, nos ‘volvimos a casar’, renovamos nuestros votos matrimoniales”, explica Sandra.
“Si ves a Dios en tu matrimonio, si crees que está ahí, de verdad –yo lo pido cada día-, entonces tu matrimonio se enriquece, gana en perdón, en generosidad... Yo animaría a las parejas que se casan a que nunca se alejen de la fe, a que recen. Pueden leer las Catequesis de Juan Pablo II sobre el amor conyugal, que son complicadas pero hermosas: en Amor Conyugal las estudiamos".
"También recibimos por wasap el Evangelio diario, comentado. Clemen y yo lo leemos juntos cada día, después de cenar y antes de ver nuestra teleserie de ciencia ficción de esa noche. A veces el mensaje describe muy bien lo que nos pasa o sentimos. Otras veces nos cuesta más”.
Para Clemen el Encuentro de Amor Conyugal supuso un crecimiento distinto. “Yo era bastante anti-retiros. Por ejemplo, no quise ir al de Emaús. Era por autosuficiencia. Fui a Amor Conyugal por hacer una concesión a Sandra y fue mi punto de inflexión, mi paso de una fe comodona, a mi medida, a una fe completa, que crece. Por mi forma de ser, incluso por orientación laboral, me gusta la gestión, tener todo planificado. Pero ahora lo dejo todo en manos de Dios y me siento mucho más lleno y a gusto. Me ayuda en todo, en lo personal, lo laboral, etc... Doy gracias a Maribel y Marcus por haber traído estos encuentros a Barcelona”.
Y en lo matrimonial, constata una enseñanza. “Sandra y yo no hemos tenido grandes problemas de telenovela en nuestra relación, mucha gente no los tiene. Pero son las pequeñas cosas que se enquistan y crecen las que pueden dañar de verdad. Hay cositas que en su inicio se pueden arreglar con una sonrisa. Pero estamos distraídos, encerrados en nuestros hábitos y manías y esas piedrecitas se convierten en muros que luego cuesta derribar. Por eso, creo que es fundamental cuidar ese día a día y esos pequeños conflictos”.
A todo esto les ayuda mucho poder hablar de su vida de fe y de familia con otras familias cristianas con las que se reúnen cada 15 días, estudiando enseñanzas de la Iglesia sobre estos temas. “Es muy difícil vivir la fe sin el apoyo de otras familias, sin aprender de ellos”, dicen. A eso animan.
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