Io sto con Marta! [¡Estoy con Marta!], publicada por Mondadori, es una de las novelas más conocidas de Giorgio Ponte ("dedicada a todos los que luchan por realizar un sueño", reza el subtítulo). Otras son Levi y Giairo, de la sere Bajo el cielo de Palestina.
Católico practicante, de 33 años, Ponte asistió a uno de los encuentros que acoge Luca di Tolve en su Casa de Espiritualidad Sant'Obizio, donde selló su reconciliación definitiva con Dios.
Recientemente fue entrevistado por Cristina Casado para Cambio de Agujas, en HM Televisión , donde reiteró su defensa "de la Iglesia y de la familia natural".
"Se ha transmitido en los últimos treinta años esta información falsa sobre la homosexualidad, que se nace así", explica: "Se impone el no hacerse preguntas sobre estos argumentos, y esto ha sumido a millones de personas en un sufrimiento enorme, sugiriendo una imagen de ellos mismos que no es real". Ponte afirma que no se reconoce en la expresion "soy gay" ni se siente representado por el lobby gay: "Hablaba en mi nombre de cosas en las que yo no me reconocía", añade: "Hay miles de personas que piensan como yo y viven en el terror, en el miedo".
Porque Giorgio denuncia el "terrorismo" de quienes imponen como única posible la ideología de estos grupos de poder: "Decir las cosas que yo digo, ¡incluso habiéndolas vivido! (que la homosexualidad no es una identidad, que se puede cambiar, que existen causas, etc.), es considerado homófobo. Yo soy considrado clínicamente como homófobo interiorizado, porque dicen que me odio a mí mismo y odio mi homosexualidad, cosa que no es verdad, porque a mí no me molesta nada mi homosexualidad, ni la odio ni la exalto. Si mantengo toda la vida una atracción hacia los hombres, no me importa. Me importa si esa atracción me hace caer, eso sí, si me encuentro haciendo cosas que me humillan o que sé que no corresponden al deseo profundo de mi corazón".
Giorgio Ponte es el menor de cuatro hermanos. En su casa fue formado cristianamente: "Dios era una presencia concreta, no una presencia ocasional del domingo". Fue desde niño "muy solitario", y esa soledad fue para él "el terreno del enfrentamiento con Dios" al llegar la preadolescencia. Recuerda que, tal vez porque en su familia había "figuras femeninas muy fuertes y figuras masculinas muy débiles", y por la diferencia de edad con su padre (tenía 48 años cuando él nació) y su hermano mayor (diez años más que él), surgió en él una "confusión" sobre su "percepción como hombre": "En la preadolescencia, a los 11 años, comencé a sentirme atraído por los hombres, pero de su edad, sino mayores. A los once y trece años sufrí abusos por parte de hombres mayores que yo. A nivel físico no fueron nunca violencias, pero sí abusos". La soledad le hacía desear esa atención de un adulto: "Una atención torcida, pero que constrastaba con la falta de atención que había en casa, que no era culpa de nadie, pero que me hacía sentir solo".
"Esa atracción hacia los hombres, sobre todo hacia los hombres mayores, nacía de una búsqueda de paternidad, de relaciones con el mundo masculino. No tenía ni siquiera amigos", lamenta.
Entró entonces en su vida el dolor y la rabia contra Dios: "El sufrimiento me hablaba de su abandono, pero en ese enfadarme con Él estaba la autenticidad de mi relación". Hasta que entró en su vida una profesora de religión que le introdujo en un grupo juvenil de su congregación. Se resistió ("cuando Dios te hace una propuesta, enseguida viene el mal a proponerte otra cosa"), pero al final se involucró en ese grupo. Allí la religiosa le dijo una frase que le cambió: "No somos nuestras heridas, y nuestras heridas no son nuestra condena... Ella fue la primera en acogerme en mi dolor, en escuchar mi historia y permitirme enfocar mis cosas".
Giorgio vive ahora en paz con Dios y en castidad, asume su atracción por los hombres y no se siente identificado con el lobby gay. Foto: Camino Católico.
Esta oportunidad "abrió las puertas de la gracia". Encontró amigos con quienes "compartir la fe y tener conversaciones profundas": "Podía vivir cosas impregnadas de Dios, desde la pizza a la oración". Aquella hermana le animó: "Quiero ayudarte a mirar más allá del sufrimiento", le enseñó, "porque si te quedas en tu dolor, pensarás que es el mayor que existe y permitirás que ese sufrimiento decida sobre tu vida".
"Me permitió salir de mi victimismo e iniciar un camino que duró muchos años", evoca Giorgio, quien da cuenta de por qué decidió hace dos años dar a conocer su historia: quería transmitir "cosas que he podido vivir y que he descubierto después que eran sanadoras para las heridas de las cuales nacía la homosexualidad. He hecho las paces con el hecho de que existía esa parte de mí que me partía en dos. Si quería ser libre debía amar la parte de mí que me hacía sufrir y que no me identificaba, pero tampoco podía ser borrada. Debía entender qué me quería decir ese sufrimiento".
Ganó seguridad en sí mismo y llegó a enamorarse de una chica ("me sentía mucho más hombre"), aunque al final lo dejaron.
Fue entonces cuando conoció la labor de Luca di Tolve: "Yo sabía que se podía cambiar la orientación sexual. Cuando conocí a Luca, ya había hecho las paces dentro de mí". En el seminario que imparte Luca descubrió, sin embargo, "la cadena de sufrimientos de padres a hijos" que venían arrastrando en su familia: "En mí se manifestaron como homosexualidad". En sus hermanos, de otras formas, pero "la familia sufría de un mal del que nadie hablaba". La solución era el perdón, y cuando compartió toda esta experiencia y nueva visión de su vida con sus padres y hermanos, el efecto fue muy bueno para todos.
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"Nadie elige tener una herida", aclara, pero "si entiendes que lo que estás viviendo nace de una herida, te viene devuelta la libertad de poder hacer algo, que es lo único que de verdad me interesa".
"La homosexualidad no es una condena ni una etiqueta", concluye, "no es una cosa con la que es necesario identificarse, no es algo a reprimir ni a seguir. Es algo que debemos conocer y entender porque nos habla de un deseo de identidad".
Giorgio quiere ahora compartir los bienes que ha recibido, uno sobre todo: "La gracia que yo he vivido de conocer una Iglesia que me acogió con amor".