Así se desprende también del testimonio de Adolfo y Matilde, sorprendidos en 2008 por un cáncer de él (un linfoma incurable) y siete años después por un cáncer de ella (un tumor en el riñón). Y, sin embargo, no dudan en hablar de "bendita enfermedad".
Adolfo vivía una fe tibia, pero el mazazo de verse así diagnosticado a los 47 años le hizo confiarse en manos de la Virgen -estudió en un colegio marianista- hasta pensar que había tenido "suerte" por no morir de algo fulminante: "Me permitía prepararme yo y preparar a mi mujer y mis hijos, y pelear y morir sabiendo lo que está por venir".
Adolfo y Matilde, con sus hijos.
A partir de ese momento volcaron su devoción en el Sagrado Corazón de Jesús. "Le pedí que fuera Él su médico", dice Matilde en el testimonio que han prestado para Mater Mundi TV : "Me refugié en los sagrarios de las iglesias de Madrid, pidiéndole que le curara". Hasta que pensó: "¿Quién soy yo para pedir?". Y decidieron confiarle el asunto totalmente a la Virgen María.
Mientras tanto, seguían convencidos de que "el sufrimiento ofrecido es corredentor", y así lo ofrecían a Dios "unido a su Pasión y muerte en la Cruz". Y "con eso el Señor hace maravillas", añade Matilde.
Adolfo estuvo meses llevando la enfermedad sin síntomas ni quimioterapia, que no se atrevían a hacerle por no dañarle irreversiblemente órganos vitales. Pero al cabo de un tiempo, en un análisis le encontraron muy invadido por el agresivo linfoma, y tuvieron que afrontar la quimioterapia, que les advirtieron sería durísima.
Lo afrontaron confortados por una reliquia de Sor Patrocinio, la Monja de las Llagas, y por la imagen de Nuestra Señora del Olvido, Triunfo y Misericordias, que se venera en el convento de las concepcionistas franciscanas de Guadalajara. Le pedían que le preservara de los efectos nocivos de la quimioterapia, pero para ellos lo fundamental era "la perseverancia en la oración y en la confianza de que esto era para un bien mayor".
Lo más importante es que su vida espiritual crecía: "Cuando empiezas a gustar el amor de Dios, su mimo, su cariño, quieres más... Fuimos creciendo en confianza, en abandono y en alegría".
La quimioterapia fue dura, pero fueron escuchados. Los médicos, de hecho, se sorprendían de lo bien que su cuerpo soportaba el tratamiento. Al cabo de cuatro ciclos, el jefe del equipo lo confesaba: "Parece que en vez de ponerte lo que te estamos poniendo, te estemos poniendo agua".
Adolfo y Matilde descubrieron un gozo hasta entonces desconocido, que tenía una razón: "La gracia que recibes -da vergüenza decirlo- al ser un poco corredentor, en el sentido de que todo ese ofrecimiento del sufrimiento que estás haciendo, Dios lo utiliza para salvar a otras almas, para ayudar a otras personas", explica Adolfo.
A pesar de que los médicos le habían "garantizado" que no se curaría, pasó tres años "muy buenos" antes de volver a recaer. Volvía a ser necesaria una quimioterapia "más dura" y un autotransplante de médula, pero "ya con paz y confianza y entrega" a Dios para lo que Él quisiese: "Él ya me había hecho el regalo que yo necesitaba, el don de la fe".
En 2015, a raíz de una dolencia en la espalda debida a otros motivos, a Matilde le encontraron un tumor en el riñón que obligó a extirparlo.
"Se sufre más por la persona que tienes al lado que cuando es en ti", confiesa, así que fue para ella mucho más llevadero. Pero, recibida la enfermedad en el mismo espíritu, volvieron a disfrutar de alguna señales del cielo. Ella había pedido a la Virgen de Lourdes ser operada en su fiesta, el 11 de febrero...y cuando preguntó la fecha al urólogo encontró que ésa era la elegida. Y llegado el día, incluso pudo bajar a quirófano con un rosario de plástico en la mano y conservarlo en la UCI durante el postoperatorio.
Es más: le sorprendió recibir el alta sin un análisis previo. Sin que ella dijese nada, el médico se adelantó a explicárselo: "No hace falta porque el análisis que te hicimos en la UCI es el de una persona a la que no le hubiésemos hecho nada, todo estaba perfecto".
Adolfo evoca la frase de Santa Teresita del Niño Jesús: "Sufrir pasa, lo que queda es haber sufrido". Y la desarrolla así: "Todo este sufrimiento que ofreces a Dios no es baldío, tiene una trascendencia de aqui a la eternidad, no sabemos cómo y de qué manera".
Y añade: "Aprendes a sufrir en plan positivo. Que lo que tenga que vivir en mi vida, Dios me permita siempre ofrecérselo para bien de otras almas y de la mia propia".
Es el mensaje final "de esperanza" que lanza Matilde a todos los que se vean en una situación similar a la que han pasado ellos: "Ponerlo todo en manos de Dios, con la confianza de que la Virgen es la madre perfecta, y de que como ella no hay nadie que comprenda mejor nuestro sufrimiento. Y ponerlo en manos del Corazón de Jesús, que se conmueve y te ayuda, pase lo que pase, ocurra lo que ocurra".
Por eso, concluyen, y por los efectos de conversión que hubo en sus almas, no dudan en hablar de lo que han padecido como una "bendita enfermedad".