Pablo Pérez relata su impresionante conversión y su trabajo en una cárcel de máxima seguridad
Era el violento líder de los Latin King y ahora es diácono: en la cárcel los presos le llaman «jefe»
Pablo Pérez es un diacono permanente de Chicago muy especial para cientos de presos a los que atiende espiritualmente en la cárcel de máxima seguridad del condado de Cook. Cariñosamente le llaman “jefe” pues conocen quién es ahora cuando le ven aparecer con alzacuellos pero también quién fue y cómo salió de una vida como jefe de la banda callejera de los Latin King.
Los presos se sienten escuchados y comprendidos por un enviado de la Iglesia Católica que les lleva paz, redención y arrepentimiento. Y muchos se están acogiendo a Dios. Es un apostolado perfecto para Pablo Pérez.
Hace 30 años el ahora diácono permanente era el jefe de los Latin King de la zona norte de Chicago. Su reputación le precedía y despertaba respeto y miedo. Peleas, ajustes de cuentas, robo de coches, narcotráfico e incluso intentos de asesinato. Este era el historial de Pablo Pérez.
"Intenté ser amigo de todos, pero no funcionó"
En un reportaje en Our Sunday Visitor, Perez explica que él nunca quiso formar parte de una pandilla callejera. Él mismo se reconocía como “un niño de mamá” que respetaba las normas, que amaba el fútbol y estar con su familia. Incluso, sus padres creían que tenía vocación al sacerdocio pues veían desde niño una atracción hacia Dios.
Llegó a Estados Unidos con 3 años junto a sus padres proveniente de Guatemala con la esperanza de una vida mejor, pero el vecindario al que llegó acabaría marcando toda su infancia y juventud. “Vivía en vecindario donde había múltiples pandillas, y traté de ser neutral. Intenté ser amigo de todos, pero eso no funcionó. Acabé siendo golpeado por todos”.
De pronto, este niño vital y feliz empezó a quedar paralizado por el miedo. Antes de salir de casa miraba por la ventana para ver si había alguien esperándolo. Así, a los 14 años su vía de escape fue el alcohol y llegó a una conclusión que marcaría su vida. En la calle sólo había dos opciones: golpear o ser golpeado. Y decidió que ya había recibido demasiado.
Con sólo 14 años ya era miembro de los Latin King y fue ascendiendo rápidamente hasta llegar a ser el “jefe” en apenas unos años. “A medida que crecía, muchos me respetaban pero tenía que ganármelo cuidando muchas cosas. No tenía corazón y no me importaba hacer daño”, confiesa.
El día que intentó matar a un rival
Todavía recuerda cuando le tocó cometer su primer asesinato. “Estaba listo. Estaba borracho y drogado, así que no me importaba”, relata. Armado con una pistola de 9 milímetros encontró al líder de otra pandilla sentado frente a una iglesia. Apuntó y disparó. Pero el arma se atascó. Enfadado volvió a su barrio y tan frustrado como estaba cogió la pistola y le dio un brutal golpe en la cabeza con la culata del arma a un hombre que pasaba por ahí abriéndole la cabeza.
Tras cinco años decidió dejar los Latin King tras un curioso suceso. Cuando él y sus compañeros de la pandilla iban por la calle fueron abordados por unos misioneros bautistas que les invitaron a rezar. Todos los pandilleros se alejaron menos Pablo, que recordó unas palabras de su madre sobre la fe. Rezó con ellos en plena calle y quedó desconcertado porque se sentía diferente después.
Paliza y fin a la vida de pandillero
“No sé por qué pero decidí que no podría seguir en este vecindario causándome daño no sólo a mí mismo sino a otras personas y a mi familia”, afirma, y añade que “volví con los muchachos y les dije que quería salir de la pandilla”.
En aquel momento recibió una paliza y sólo tras esto pudo empezar una nueva vida. Fue entonces cuando conoció a su esposa, que no conocía su pasado, y tuvo dos hijos. Aunque de mala gana acompañaba a la familia a misa.
Un lento y difícil proceso de conversión
Sin embargo, su esposa Juanita recuerda que aunque Pablo “dejó la vida de pandillero, todavía había cosas que no había dejado” como su adicción a la droga y al alcohol, así como su violencia, que incluso manifestaba hacia su esposa.
“Me convertí en un hombre enfadado”, cuenta él. Y recibió el gran toque de atención cuando su esposa hizo las maletas y se fue con los niños. Solo en casa supo de nuevo que tenía que cambiar profundamente.
El proceso de conversión fue largo y difícil. Ganarse de nuevo la confianza de Juanita implicaba luchar por esta conversión cada día, cada hora y cada minuto. Y para ello tenía que abandonar esa “angustia espiritual” que le atenazaba interiormente.
El día que Dios tomó las riendas de su vida
“Una vez que lo solté y dejé que Dios tomara el control todas las cosas en mi vida de fe se unieron”, señala Pablo Pérez. Comenzó además el programa de Alcohólicos Anónimos y gracias a él lleva 20 años sin beber.
El matrimonio herido se fue curando a través de la ayuda espiritual y de la lectura de la Biblia de manera conjunta. Empezó a ir a misa de nuevo y pronto floreció una relación poderosa con Dios hasta tal punto que surgió en Pablo un deseo de servirle de una manera más profunda y fue cuando sintió la llamada a ser diácono permanente.
El "jefe" espiritual
Liberadas las cadenas de la vida de pandilla, el diácono Pérez ayuda ahora a otros a liberarse de las suyas propias. Además de la atención espiritual que el “jefe” da a los presos también realiza otros apostolados centrados en las familias de presos o de reinserción de reclusos que acaban de salir de prisión.
Ofrece estudios bíblicos, lleva la comunión a la cárcel, reza con los presos antes de alguna vista, pero sobre todo ofrece un testimonio de vida a los reclusos de que se puede cambiar de vida y hay redención.