Este fin de semana tiene lugar en Madrid el Encuentro de Invierno de Familias Invencibles, y además de los momentos de oración y adoración, de formación y actividades, uno de los momentos relevantes será el testimonio de Susana Rodríguez, una joven top model que vivió un encuentro personal con Jesucristo capaz de dar un vuelco completo a su vida. Ha contado su historia Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo en Alfa y Omega:
«Me siento obligada a contar mi testimonio porque no se le puede quitar la gloria a Dios. El Señor ha sacado de mi vida gracias a raudales. Cuando cuento mi historia veo cómo su mano toca a muchas personas, y especialmente a los jóvenes», afirma la modelo Susana Rodríguez, que después de pasar por el mundo de la noche y de las fiestas y de conocer la dureza de un embarazo no deseado, habla para Alfa y Omega de su personal bajada a los infiernos y sobre todo de cómo la rescató el Señor.
«Escuchando mi testimonio muchas mujeres se han animado a quedarse embarazadas, algunas vecinas mías y amigas mías. Conozco chicas que han rechazado abortar al escuchar mi historia, y estudiantes de Medicina a los que se les mueve el concepto que tienen del aborto. El Señor mueve los corazones de quien quiere, es impresionante. Nunca sabes a quién vas a tocar y qué va a hacer el Señor», afirma Susana, que este fin de semana comparte su historia en el encuentro que tienen las Familias Invencibles en Madrid.
Susana creció como una niña «bastante difícil» debido a sus problemas académicos: «Tenía muchas dificultades de aprendizaje, no se sabía muy bien por qué. Mi madre buscó logopedas, psicólogos y psiquiatras, y pasé por diferentes colegios. Comencé a ser una niña rarita», a quien en público se ponía como ejemplo de lo que no debería ser. Incluso llegó a sufrir bullying por parte de compañeros y también de algunos profesores.
Con el tiempo se descubrió que simplemente era disléxica, pero la herida ya se había abierto. «La dislexia se trata y se soluciona, y yo empecé a ser una niña estudiosa y brillante. Me pareció algo increíble y entonces decidí ser perfecta en todo para no volver a pasar por lo anterior. Empecé a exigirme demasiado, me obsesionaban los estudios y quise ser perfecta en todas las áreas de mi vida. Tenía que ser perfecta debido a la herida que tenía desde pequeña», reconoce.
«Mi vida se puso a cero»
Susana recibió la fe desde pequeña gracias a su madre, pero en su adolescencia pasó por un período de autosuficiencia y confusión que la alejó de Dios, «aunque le guardé en la trastienda de mi vida, porque sabía que en algún momento iba a necesitarle».
El perfeccionismo que padecía se destapó en 1º de Bachillerato: «Colapsé por la presión en los estudios, tenía ataques de ansiedad, no dormía ni comía. A los 17 años dejé de estudiar y mi vida se me puso a cero. Me invadió un sentimiento de fracaso, sentía vergüenza ante mis padres. Me recluí en casa».
En esta situación empezó a salir con sus amigas por las noches: «Íbamos por los garitos más cool de Madrid y empecé a conocer un mundo de tipos con cochazos que manejaban mucho dinero. Yo iba siempre superarreglada, porque todo lo demás me había fallado y lo único que me quedaba era la belleza. Lucía tacones y escotes, buscaba llamar la atención, buscaba ese reconocimiento que necesitaba desde pequeña. Pensaba que ese era mi lugar. Ahí sí que era valorada y admiraba, y eso me hacía sentirme salvada».
A los 18 años le proponen aprovechar su belleza y trabajar como modelo, y entra en el mundo de las agencias y la moda. No se le da mal y empieza a ganar mucho dinero. «Me comía el mundo, era totalmente autosuficiente».
Esa vida tenía también sus exigencias a nivel físico, porque «siempre estaba pendiente de mi talla, hacía dietas absurdas que me hacían pasar hambre y frío constantemente, mi obsesión las 24 horas del día y los siete días de la semana era estar perfecta siempre». Esto la hizo padecer los primeros signos de anorexia, aunque el trastorno no pasó a mayores.
Necesitada de afecto
A nivel sentimental, la modelo va de relación en relación, «de fracaso en fracaso», porque «me sentía muy sola. Tenía carencias afectivas y una necesidad de amor muy grande. Buscaba amor pero lo buscaba mal. Para mí salir con un chico era entrar en un mundo de princesas y príncipes azules, en el que el chico era el centro de mi vida, por encima de mí misma». Entonces, cuando se desvelaba que esa persona no correspondía a toda su entrega, «lo pasaba fatal. Llegaba a casa, me sentaba en mi cama a llorar, el vacío y la soledad eran abismales. Al vivir así se estaban haciendo heridas en mi alma a un nivel muy profundo».
Por aquel entonces, Susana conoce a un hombre que le dobla la edad, «encantador y guapísimo, metido en el mundo de la noche. Yo estaba sedienta de amor y me dejé seducir. Pensaba que iba a ser la relación de mi vida. Yo tenía 19 años y le di todo, pero cuando esta relación se termina me vuelvo a quedar sola y me invade el fracaso».
Sin embargo, esa relación no fue como las demás: «Después de dejarlo, empezaron a pasar los días y no me llegaba la menstruación. Yo negué la evidencia y no quise ver la realidad de que me había quedado embarazada. Los días iban pasando y en un momento de desesperación se lo conté a mi madre. Ella me propuso hacerme una prueba de embarazo para mirarla juntas, y dio positivo. Estaba embarazada y entré en pánico. Me metí en la cama para morirme. Tenía 20 años y todo mi mundo se derrumbaba».
El combate de su madre
A Susana siempre le había parecido «un espanto» el que hubiera mujeres que abortaran y «las juzgaba de manera terrible, no las entendía». Pero en ese momento «yo me veía incapaz de tener el niño». Fue al ginecólogo y pudo ver a su bebé y escuchar el latido de su corazón. «Estaba vivo», dice, pero con todo y con eso «tenía clarísimo que quería abortar. Aunque me sentía como un monstruo, lo rechacé». Entonces la ginecóloga le dio la tarjeta de una clínica para poder abortar. «Mi madre intentó disuadirme pero yo no quería escuchar, yo solo quería quitarme el problema para siempre».
Al día siguiente, jueves, estaba en la clínica, donde le dieron cita para la intervención el viernes a las 10:00 de la mañana. Esa tarde se fue a casa «y pasé la peor tarde de mi vida». Su madre estaba en un pequeño oratorio familiar rezando, del que después de tres horas salió para entrar en la habitación de su hija. «Susana, yo no te puedo acompañar en esto. Sé que es el peor momento de tu vida, pero si te acompaño estoy excomulgada de la Iglesia».
«Yo pensaba que mi madre me fallaba en el peor momento y me abandonaba a mi suerte», recuerda hoy Susana, quien define la actitud de su madre como un combate con el Señor: «Ella venía de rezar tres horas. Le dijo al Señor: “Es mi hija, no la puedo dejar sola en ese momento”. Después de todo ese rato rezando sintió que Dios le decía: “¿A quién eliges? ¿A tu hija o a Mí? Lo único que te corresponde hacer es abandonar a tu hija en Mis brazos, y esperar y confiar”. Mi madre escogió el camino de la confianza y me dejó sola en ese momento. Aparentemente sola, porque en realidad me dejó en los brazos del Señor».
El poder de la oración de otros
De manera providencial, ese viernes llamaron de la clínica a la casa familiar para decir que no podían hacer la intervención y la citaron de nuevo para el lunes. «Yo entonces experimenté una paz increíble. Me quedé tranquila. ¿De dónde me vino esa paz y por qué estaba tan tranquila?, me preguntaba. Fue un fin de semana tremendo, en el que mi madre organizó unas cadenas de oración enromes, hubo mucha gente rezando por mí esos dos días, comunidades enteras. “Yo oré por ti”, me dicen después de 16 años, porque todavía me sigo encontrando gente que rezó por mí ese fin de semana. ¡Es muy fuerte el poder de la intercesión!», exclama Susana, para quien «Dios ya estaba moviendo ficha».
Ese domingo su madre le contó a su hija cómo era su vida antes de conocer a Dios, el fuerte encuentro con el Señor antes de quedarse embarazada de Susana. «Dios no se equivoca –le dijo a su hija–. El Señor no regala hijos a diestro y siniestro a crías de 15 o 20 años. No estás contando con Él. Cuenta con Dios. En lo profundo de tu ser tú no quieres abortar, yo te conozco».
El domingo por la tarde, Susana se rompe y deja entrar a Dios. Decide no abortar. El lunes por la mañana llaman de la clínica pero su madre cuelga el teléfono. Susana va a tener a su hijo. «Pero la lucha sigue. Tengo 20 años y estoy muerta de miedo. Me voy a la trastienda de mi vida y saco al Señor, ¡lo desempolvo!», ríe. Y entonces «empiezo a volver a cultivar la relación con el Señor. Y le ofrezco una especie de contrato: “Yo te digo que sí, pero necesito que des la cara por mí”».
Susana escribe entonces una lista de cosas para ese particular contrato: no quería sufrir en el parto, quería un bebé que no llorara, que la situación con su padre se arreglara para que no estuviera en su vida, quería seguir trabajando como modelo, no quería que su hijo tuviera ningún tipo de trauma por este tema… «Lo más increíble es que absolutamente todo lo que le pedí al Señor él me lo dio. Me dio incluso más de lo que yo me pedí, Él derramó una gracia infinita».
En el momento de nacer su hijo «me enamoré perdidamente de él», y durante los días siguientes «solo quería tenerle en mis brazos». Así pasaron horas en las que Susana, ayudada por un CD de música carismática y entre muchas lágrimas, empezó a entrar en oración y «a pedirle perdón a mi bebé por todas las veces que le había rechazado. Fue una presencia bestial de Dios, una presencia de sanación a través del perdón, de los besos y de los abrazos que le daba».
La respuesta del Señor fue asombrosa en aquellos primeros días: «He tenido dolores de muelas que me han dolido más que el parto; me tragué todos los lloros de la planta de maternidad menos los de mi hijo; su padre no ha vuelto a aparecer en mi vida, y no hemos que pasar por procesos judiciales de ningún tipo, y el niño está educado en mis valores».
Hoy su hijo es un chico «estudioso, sano, con mucha madurez, feliz, rodeado de su familia y de mucho amor». Él no tiene a día de hoy interés en conocer a su padre, «porque dice que Dios ha suplantado su figura dentro de él», aunque rezan por él y por su conversión todas las noches.
«Comprendo perfectamente a las mujeres que han abortado»
Hoy Susana no permanece imposible ante el sufrimiento de las mujeres que abortan: «Me doy cuenta de que nadie puede juzgar a nadie, solo Dios conoce la historia que hay detrás de cada uno. Jesús aborrece el pecado pero ama hasta la locura al pecador. Hoy me como a besos a las mujeres que conozco que me dicen que han abortado, las comprendo perfectamente. Debatirse entre tener a su hijo o no tenerlo es un infierno».
Y tampoco nadie permanece indiferente ante su testimonio, especialmente los más jóvenes: «Yo les hablo de la sexualidad desordenada, que es un tema fundamental en estas edades, porque están siendo bombardeados por todas partes. Les doy el mensaje de que Dios pone en tu vida el orden, la luz para hacer lo mejor para ti. Ellos alucinan en colores, se quedan con la boca abierta. Y se sorprenden muchísimo. Me preguntan sobre mi relación después, preguntan por el miedo que pasé. Les llama la atención cómo ha sido mi relación con Dios después de todo, qué progresión he tenido. Les da alas saber que hay una persona que ha pasado por eso pero está ahí contándolo, sana y feliz, eso les anima».
Al final, su historia es el testimonio de que «Dios es grande. Si te confías y abandonas, Él hace el resto, llega donde tú no llegas, por muy difícil o por muy dramática que sea tu situación. Como dice San Pablo: “Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia”. Yo he experimentado a Dios así»…
Es un artículo de Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo en Alfa y Omega.