Javier Santos Gugel era un empresario de éxito, que creó sus propios negocios amasando una gran cantidad de dinero que le permitía llevar un gran ritmo de vida y vivir en una de las urbanizaciones más exclusivas de España. Alejado completamente de Dios, su único dios en ese momento era el dinero. “Veía a las personas como meros objetos productivos y me centraba únicamente en ganar dinero”, reconoce ahora.
Pero todo en su vida se desmoronó con un delito económico que le llevó tres años a la cárcel. Entre rejas comenzó a encontrarse con Dios y tras descubrir las cosas importantes de la vida al salir en libertad fue un Retiro de Emaús el que ha cambiado la vida complemente de este madrileño.
Javier Santos comenta en una entrevista en Mater Mundi TV todo este proceso de conversión en el que la cárcel tuvo un papel esencial. Criado en una familia católica confiesa que “con los años fui alejándome menos de lo puramente material, que era lo que más me atraía”, hasta tal punto que llegó un punto en su vida de que estaba “totalmente desprovisto de toda sensación espiritual”.
Su dios era el dinero
Su vida se centró en progresar económicamente, y fue teniendo mucho éxito en este propósito, primero como alto ejecutivo de otras compañías y más tarde con sus propios negocios. “Fui ganando dinero y olvidándome de la condición humana”, relata. Y aunque quería y cuidaba a su familia sólo buscaba el bienestar económico. Ya ni cogía vacaciones para así seguir trabajando y ganar más dinero.
Así fue transcurriendo su vida durante muchos años. Pero entonces todo se vino abajo como un castillo de naipes. “La vida te pone delante tus debilidades y al fin y al cabo todas esas fortalezas que creía tener eran columnas de barro”, asegura.
Del éxito a la cárcel
Por su “vanidad” cometió un grave error del que al principio no fue consciente y que consistía en un delito económico. Al principio no le dio importancia, pero entonces llegó el juicio y con él una condena que le llevaría a prisión durante tres años.
“Todo lo que tienes montado alrededor al no haber una base espiritual te hace caer en una espiral depresiva”, asegura Javier. Y finalmente en abril de 2015 entró en la cárcel madrileña de Navalcarnero. Este empresario señala que “de vivir con todos los lujos y en una de las urbanizaciones más caras de España te ves introducido en un cuarto de ocho metros cuadrados donde compartes una litera con otra persona y donde no tienes intimidad ni para ir al baño”.
El capellán de la cárcel
Sin embargo, aquel hombre seguro de sí mismo que no necesitaba a Dios empieza a ver en la cárcel que ocurren muchas cosas. La primera fue conocer al capellán, el padre Javier, que le ayudó a ir cambiando la mirada y a prestar atención en las cosas pequeñas.
“Entré en la cárcel juzgando a todo y a todos”, afirma. Pero entonces conoció a un preso al que conoció en una comisión de ayuda legal en la que participaba en la cárcel. Revisó su caso y su condena por un caso muy grave. Javier se percató de que aquel joven tenía razón y no era culpable. Este hecho le hizo recapacitar.
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“¿Quién soy yo para juzgar a este hombre? Si tiene más razón que yo. Esto me hizo empezar a ver que a lo mejor yo no tenía razón. Dudé de mi capacidad de juzgar hasta que comencé a no juzgarlos”, confiesa.
Un encuentro "intelectual" con Dios
El siguiente paso fue percatarse de que la cárcel “es un nido de sufrimientos” lo que le llevó a poder encontrar al Señor “en todos los rincones”. Presos con grandes síndromes de abstinencia, otros abandonados por sus mujeres, otros que lloraban a moco tendido…
En ese instante “descubrí al padre Javier”, reconoce, pues él “era el perdón, la misericordia y es la bienaventuranzas dentro de la prisión”.
Entre rejas tuvo este primer encuentro con Dios, que fue de tinte “intelectual”, pero todavía incompleto porque no era personal. Y este paso aunque le ayudó bastante no le dio la sensación de “estar en plenitud”.
La triste realidad tras salir de prisión
A los tres años después salió de la cárcel. No tenía nada. Su mujer y sus hijos le habían dejado, con la crisis sus negocios habían desaparecido. Llamó a sus antiguos amigos y le dieron la espalda. "Llegó un momento en que no podía más, me sentía vacío”, relata en la entrevista.
Si su vida anterior se basaba en que “tanto tienes, tanto vales” después se vio que si “no tengo nada, no soy nadie”. Este pensamiento le hizo derrumbarse y caer en una profunda depresión, incluso llegó a tener pensamientos de acabar con su vida.
Un nuevo y más profundo encuentro con Dios
Fue su hermana cuando vio este vacío en él la que le propuso entregarse al Señor. Javier, desesperado, accedió, pero también pidió que le viera el doctor Enrique Rojas, conocido psiquiatra, profundamente católico y amigo de Javier.
“Él que me conoce perfectamente empezó un tratamiento conmigoy me dio un libro para leer. Era el regreso del hijo prodigo. Lo compre y me puse a leerlo. Es un libro que tiene poco más de 100 páginas. Me lo leí en una tarde. Había algo que me atraía de este libro pero no sabia que era. Lo releí y me sorprendió una cosa. Repite más de 120 veces la palabra alegría. Si lo sumas a la palabra amor es la base de ese libro”, cuenta Javier.
Al día siguiente se sintió muy atraído de entrar en una iglesia y lo hizo en la conocida parroquia de Santa María de Caná de Pozuelo. “Tenía necesidad de rezar, de mirar al Señor a la cara. Desde ese día he estado yendo a misa todos los días”.
Y aquel encuentro “intelectual” con Dios que tuvo en prisión se fue convirtiendo en uno personal asegurando que “empecé a sentir el cariño del Señor en mi corazón”.
El Retiro de Emaús que ha encauzado totalmente su vida
Entonces apareció en su vida los Retiros de Emaús, una convivencia de fin de semana que ya ha cambiado la vida de miles de personas. En un primer momento se lo propuso un amigo suyo al que encontró en la iglesia. Unas semanas más tardes otro amigo le dijo que él colaboraba con Emaús. “’¿Qué será esto?’, me preguntaba yo”, recuerda. Y para colmo el director espiritual con el que empezó a hablar también le invitó a que hiciera este retiro.
Javier decidió hacerlo y “fue una explosión de sensación y del Espíritu Santo”. Le cambió la vida, ahora sigue colaborando con Emaús y su círculo de amigos se ha transformado, pues ahora está formado por “gente cercana al Señor”.
Había elegido un director espiritual me invitó. Hice un retiro de emaus. Fue una exploision de sensacioines y del Espiritu Santo. Sigo colaborando con ellos y fundamentalmente ahora todo mi circlo es virtuoso, de gente cercana al Señor.
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