Lola es la viuda de Rafa Lozano, con el que tras 22 años de matrimonio tuvieron seis hijos. Rafa fue un incansable defensor de la vida desde su labor en RedMadre y el Foro de la Familia. Y desde el COF Juan Pablo II de Madrid ambos ayudaron a cientos de personas, con su palabra y su testimonio.
Por su parte, Rosa es viuda de Chema Postigo, con quien ha tenido 18 hijos. Juntos compartieron la muerte de tres de ellos. Su testimonio como familia numerosa dio la vuelta al mundo e incluso quedó patente en un libro, Cómo ser feliz con 1, 2, 3…hijos?.
La revista Misión ha juntado a ambas para hablar de muerte y vida, del sufrimiento de este tiempo pero también de las gracias que sus maridos están ya produciendo. Es en definitiva un enorme testimonio de fe de dos mujeres extraordinarias. Esta es la entrevista realizada por Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo para Misión:
-Rosa Pich (RP): Chema fue muy consciente de la gravedad de su enfermedad y sabía que era algo terminal. Fuimos al hospital porque le dolía la espalda, y ya no salió de él. En el hospital llamó a los niños y empezó a decirles: “Jesús es muy bueno y nos quiere mucho. Primero se llevó con Él a vuestros hermanos Javi y Montsita, después a Carmen, y ahora…”. Y no siguió. A los niños se les empezaron a caer las lágrimas. Fue un momento muy especial. Recuerdo que un hijo mío dijo: “Mamá, ¿quieres que vaya a buscar un cubo para recoger todo esto?”, y rompimos a reír. Otro me dijo por la noche: “Mamá, ha sido el día más bonito de mi vida; hemos llorado y reído a la vez”. A pesar del dolor, fue muy bonito.
- Lola Pérez (LP): Nosotros tuvimos más tiempo para asimilar la gravedad de la enfermedad de Rafa, pero el día que nos dieron el diagnóstico reunimos a los niños en casa. Ellos preguntaron: “¿Vamos a tener otro hermano? ¿Vamos a cambiarnos de casa?”, porque eran nuestros temas de entonces, pero él les contestó: “No. Algo mucho mejor: vamos a tener un combate. Y para ese combate nos tenemos que poner la mejor armadura: la oración”. Les contó lo que pasaba y los niños empezaron a llorar, a preguntar, a enfadarse…, que son emociones normales. Hasta que uno de mis hijos le dijo: “Bueno, papá, lo mejor es que no te vas a quedar calvo”, porque mi marido ya era calvo. Y empezamos a reír y a abrazarnos. Fue un momento súper bonito, y esa unión de todos resultó clave para nosotros después.
RP: Es verdad que en esos momentos del hospital tienes poco tiempo para pensar en ti misma. Yo lloré mucho, pero enseguida pensé: tengo muchos niños conmigo y se merecen una infancia feliz. No me podía hundir en un pozo, tenía que ponerme a nadar y mirar adelante.
Rafa Lozano, en el hospital junto a su mujer y sus hijos
LP: El año previo a la muerte de Rafa se hizo patente todo lo que habíamos vivido juntos los años anteriores. Para mí fue un año de fe, de probar aquello en lo que creíamos Rafa y yo: o te lo crees, o no te lo crees. Aprendí mucho de él, de su aceptación de aquello que toca vivir, de su humildad. Parece que los hombres tienen la obligación de mostrarse fuertes y tener todo controlado, pero en Rafa vi una aceptación de la debilidad muy bonita. Me ayudó mucho ver ese interior.
RP: La fe es un don, es un regalo, y la gente que no la tiene quizás no lo pueda entender. Nacemos para ir al Cielo; es una realidad. Nosotros hemos vivido la muerte de tres hijos, y eso lo hemos superado gracias a la fe, vivida día a día. Algunos me han dicho: “No sabes lo que ha alcanzado la muerte de tu marido; te enterarás en el Cielo”.
LP: Sí. Rafa era muy provida y daba muchas charlas sobre el matrimonio. Después de su muerte, varias parejas que no podían tener hijos ya han podido concebir. Y me han dicho: “Esto nos lo ha conseguido Rafa, se lo hemos pedido a él”. Otra cosa muy bonita es que a nuestro grupo de oración venían varias personas solteras que no encontraban novio o novia; bueno, pues en este año he asistido ya a ¡ocho bodas! Para mí es una bonita señal, pero reconozco que todo esto es algo que me abruma [risas].
RP: De estar delante del Santísimo, de rezar el Rosario todos los días, de la Misa diaria… Es lo que a mí me ha funcionado. Y en los momentos de desánimo, coger la Cruz y decir: “Señor, Tú puedes más, ayúdame”.
LP: Para mí, la clave es amar y seguir amando. Que nuestro marido se haya ido no es una tragedia, es la promesa cumplida: “Vais a estar conmigo en el Cielo”. Rafa ya está donde tiene que estar. Tener muy presente la vida eterna te hace vivir el presente de una manera distinta. También ayuda nuestra forma de vivir en familia, de desdramatizar todo y vivir la vida con alegría: eso luego sale.
LP: A mí la gente me decía: “¿Cómo llevas a tus hijos al tanatorio?”, y yo pensaba: “¡Pero cómo no los voy a llevar!”. Ellos tenían que estar con su padre hasta el último momento. Y luego estaban allí consolando a la gente, hablando y riendo con todos. Ellos me han enseñado mucho también.
Chema, con Rosa y algunos de sus hijos en el hospital
LP: Bueno, yo he estado muy enfadada con él [risas]. “Oye, me tienes que ayudar”, le digo hoy. A mí me costó muchísimo no tenerle físicamente, mirarnos y cogernos de la mano, pero es verdad que con el paso del tiempo he ido notando su presencia de otro modo. Rafa está ahí, y sobre todo lo percibo cuando comulgo en Misa. No solo viene el Señor, sino también la Iglesia de allá arriba: “Oye, estoy aquí”, le noto. Está pendiente, ¡y más le vale! [risas].
RP: Nosotros casi no tuvimos tiempo de despedirnos, porque todo fue muy rápido. Yo lo noto cerca, pero es muy difícil… A veces no entiendes por qué te ha pasado esto, pero toca vivir en la fe y mirar hacia delante. Dios no nos quiere aquí llorando por las esquinas, sino que sigamos caminando, en mi caso muy arropada por mis 15 hijos.
LP: Yo sí. La primera vez que fui a Misa después de la muerte de mi marido estuve a punto de darme la vuelta. Estaba muy dolida, pero ha sido muy bonito el proceso de vuelta, de reconocer su amor, de decirle: “Pero si Tú entregaste a tu propio Hijo…”. Me ayudó mucho reconocer que no soy una superwoman ni una supersanta. Volví dejándome hacer, dejándome amar.
RP: Yo creo que es muy bueno que tus hijos vean esa debilidad, que se den cuenta de que somos personas de carne y hueso y que las cosas nos afectan. Yo me encerré el otro día en la habitación a llorar, y no pasa nada. Es bueno llorar.
RP: Que tenemos derecho a estar enfadados y tristes, y a llorar… Pero tenemos que pedir a Dios que nos ayude a entender que nos ama y que de este dolor va a sacar algo bueno.
LP: Yo les animaría también a seguir amando a los demás, pero sin esconder su sufrimiento ni taparlo. Y no tener miedo a pedir ayuda.
RP: La mía es estar con mis hijos. He renunciado a algunas cosas solo para estar más tiempo con ellos, y para poder abrir la puerta de casa por las tardes cuando llegan. Luego está la misión de dar aliento a otras personas que lo están pasando muy mal, que se sienten solas y acuden a mí para buscar ayuda.
LP: Mi misión es seguir amando. Amar y querer lo que el Señor me ponga delante: en el servicio a matrimonios y familias con dificultades en el COF, y, sobre todo, en mi familia. Cuando murió Rafa percibí la tentación de despegarnos y de que cada uno hiciera su vida, y por eso también he rechazado algún trabajo para poder estar tiempo con mis hijos y vivir más para ellos.
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