El pasado domingo falleció a los 90 años Ignacia Aguirre Uzcudun, madre de monseñor José Ignacio Munilla, y que durante este último tiempo vivió en casa con el obispo de San Sebastián. El funeral se celebró este lunes en una abarrotada catedral de El Buen Pastor donde además de numerosos sacerdotes los obispos de Pamplona, Bilbao y Vitoria quisieron acompañar a monseñor Munilla, a su hermano Esteban y al resto de la familia.
En una emocionada homilía, el prelado vasco hizo un canto a la familia cristiana y recordando a su querida madre también sobre lo que es una buena muerte. Por ello, confesó que “para un hijo es un gran consuelo ver esta asamblea y tener el arropamiento que estamos viendo estos días. Esto es una caridad muy grande, es sentir la comunión entre nosotros”.
"Una manifestación de fe"
Sin embargo, Munilla señaló que “un funeral es muchísimo más que una despedida social, es una manifestación de fe, una toma de conciencia de la necesidad que tenemos de purificación para poder heredar la redención de Cristo”.
El obispo de San Sebastián recordó en su homilía una escena de La Pasión de Cristo de Mel Gibson en la que la Virgen María recogía con unos lienzos la sangre de Jesús tras la flagelación. “Es una imagen de gran fuerza pedagógica, es la imagen de María recogiendo los frutos de la pasión de Jesús para aplicarlo al resto de sus hijos”, dijo Munilla, para añadir que “esto es lo que hace la Iglesia en la Eucaristía”.
"El futuro de la familia se juega en la familia"
A continuación, el prelado dio gracias a Dios por el “don de la familia” y recordó que su padre Esteban falleció hace 25 años. Citando a San Juan Pablo II afirmó que “el futuro de la humanidad se juega en la familia”, y precisamente “hoy nos la jugamos”, pues consideró que “dependiendo de cómo es nuestra vida familiar será nuestra felicidad o nuestro fracaso”.
Para el obispo Munilla “la humanidad no se juega su futuro tanto en la economía, por mucho que sea importante, ni siquiera se juega en la resolución de los conflictos y las guerras, a ver si gana uno u otro; el fruto de la humanidad tampoco nos lo jugamos sustancialmente en la crisis ecológica. Lo determinante es la familia”.
El Maligno y su odio a la familia
Citando a Chesterton explicó que “una familia fuerte es como un estado independiente en el que los avatares del mundo y los condicionamientos de la sociedad no tienen capacidad de determinar su vida interna. Pasarán muchas cosas alrededor, pero si la familia es fuerte puede sostener una identidad y no dejarse afectar por tantas cosas que pasan en la vida”.
Por eso mismo -recalcó en la homilía- la familia “es el enemigo a batir por el Maligno”. Munilla explicó que precisamente “los individuos son mucho más vulnerables a todo tipo de tentaciones que las familias”, ya que cuando “alguien vive desvinculado es presa de todas las tentaciones y de todas las estrategias de manipulación”.
Por lo tanto, la familia es lo “determinante”, y recordó que “en esta vida lo más duro no es afrontar dificultades, retos o contradicciones sino afrontarlas solo y desvinculado. Sólo cuando se tiene la experiencia de saberte amado de manera incondicional y con un amor maduro es cuando somos capaces de dar lo mejor de nosotros mismos. Sólo cuando pisamos suelo firme y sabemos que hay un amor que es a prueba de bombas, que es el amor de Cristo, es cuando somos capaces de afrontar cualquier dificultad en la vida”. De otro modo, agregó en la homilía, “se sufre mucho y se mendiga afectividad”.
Estos últimos momentos han sido una gran lección
Por otro lado, Munilla quiso también subrayar “el gran valor y la heredad” que han dejado las “generaciones que fueron probadas y aquilatadas a fuego, como la de Inaxi, ella que vivió momentos muy duros como una guerra civil, una posguerra…”.
“Alguien dijo que los tiempos difíciles crean hombres fuertes. Luego ocurre que los hombres fuertes crean buenos tiempos. Y los buenos tiempos crean, por desgracia, hombres débiles. Y los hombres débiles crean tiempos difíciles, y creo que es donde estamos ahora”, afirmó.
Ante esto, el obispo valoró a la generación de su madre, que “nos ha enseñado a discernir que es lo esencial en la vida, no perdernos en el camino ni en frivolidades”.
“Nuestra meta es el cielo, y cuando no lo tenemos no sabemos qué hacer con la muerte, nos resulta incómoda. Ese parto para la vida eterna, doloroso pero al mismo tiempo glorioso, es un momento que tenemos que educarnos para acompañar. Para nosotros (la familia) estos últimos momentos han sido una gran lección”.