Nunca en su larga trayectoria el conocido arqueólogo Fred Hiebert había sentido algo parecido a lo que le ocurrió en 2016 durante la reparación de la tumba de Cristo en el Edículo del Santo Sepulcro. Hasta ese momento jamás le habían temblado las piernas durante uno de sus trabajos excepto aquel día, tal y como recoge la Fundación Tierra Santa.
Hiebert es un conocido arqueólogo residente en el National Geographic Museum de Washington y es un gran experto en las rutas comerciales antiguas, como la Ruta de la Seda, ha dirigido proyectos de arqueología subacuática bajo el Mar Negro y ha participado en importantes investigaciones por todo el mundo.
En una entrevista con Catholic News Service, Hiebert habla de la emoción que siente al descubrir, filmar y tocar objetos de hace miles de años en el lugar en el que fueron descubiertos. “He estado en el interior de Machu Pichu o en las tumbas de los reyes micénicos en Grecia y estaba en comunión con el pasado. Cierras las ojos tratando de imaginar culturas y personas que vivieron allí hace mucho tiempo”.
Fred Hiebert, durante la restauración del Edículo del Santo Sepulcro
Pero nunca había vivido un reto como el que experimentó en 2016 y además prácticamente por pura casualidad. Tras haber realizado una exposición en su museo sobre los antiguos griegos, funcionarios de la Iglesia Ortodoxa Griega se pusieron en contacto con ély le dijeron si estaba interesado en cubrir la restauración que se iba a producir del Edículo del Santo Sepulcro.
“Era una gran historia, y era interesante, pero normalmente no trabajo en proyectos de los que no sé nada”, confesaba Hiebert. Sin embargo, el que es conocido como el Indiana Jones de National Geographic pronto estaba embarcando en un avión en Washington con destino a Israel.
En cuanto llegó al Santo Sepulcro supo que nunca viviría nada igual. Primero porque no podía vivir esa “comunión”, como lo llama él, con el pasado, puesto que como un turista más pasó por el edículo donde sólo pudo estar unos segundos.
Pero sobre todo por lo que viviría como arqueólogo y como miembro del selecto grupo de personas que trabajaron en este proyecto impulsado por los franciscanos, los cristianos armenios y los ortodoxos griegos, guardianes del santo lugar.
Durante 60 horas la iglesia fue cerrada y sólo ellos estaban en su interior. El momento culminante fue el descubrir la roca que cubrió a Cristo amortajado y que nadie había visto desde hacía siglos porque se escondía bajo unas losas.
Momento en el que se descubre la losa de la tumba de Cristo
En ese instante en el que Hiebert estaba presente le ocurrió algo que nunca le había pasado en su trayectoria profesional. Sus rodillas empezaron a temblar y su cuerpo quedó completamente sacudido por la emoción y por un sentimiento indescriptible.
“Se supone que no debería ser así”, asegura él, y recuerda que a principios de ese mismo 2016 “pude estar solo en la tumba de Tutankhamon en el Valle de los Reyes. Mis rodillas no temblaron entonces”.
Además, confiesa que el hecho de poder ver la tumba de Cristo y ser parte de la actividad y la fe que rodea a este Santo Lugar en Jerusalén no es comparable a nada de lo que haya podido vivir. Y entonces aprendió una importante lección:
“Soy arqueólogo, así que primero soy científico, pero fue tan importante para mí seguir esto como científico, como lo era como ser humano”, cuenta.
En otra entrevista Hiebert quiso incidir en este punto asegurando que “ser parte de este equipo único en la vida, que mostró y conservó el santuario más sagrado del cristianismo, fue una experiencia que me cambió la vida, como científico y como ser humano”.
“Hay algo en la iglesia del Santo Sepulcro. Está vivo. Es un monumento viviente”, agrega Hiebert, que ha hecho un llamamiento a todos para visitar y cuidar este lugar santo.
De este modo, Hiebert destaca también la unión entre los cristianos que generó esta restauración. “Viendo la historia del Santo Sepulcro y dándome cuenta de que es un espacio disputado en un área disputada, había un proyecto que estaba uniendo a la gente para hacer algo que era positivo”, afirma.
Y puso como ejemplo el Santo Sepulcro para todo Oriente Medio pues “en un lugar tan difícil como Jerusalén, tan complejo como Oriente Medio, aún es posible hacer proyectos optimistas”.
Por otro lado, Hiebert confiesa que “cuando miramos hacia atrás en la historia de la exploración e incluso en la historia de National Geographic, nos damos cuenta de que la idea de que la ciencia está divorciada de la fe no es cierta”.
Y esta experiencia tan personal e íntima que vivió en Jerusalén la ha plasmado en una impresionante exposición virtual, gracias al material que filmaron durante aquellas 60 horas. Está abierta al público desde el pasado 15 de noviembre en el Museo National Geographic de Washington.
Se titula “Tumba de Cristo: la experiencia del Santo Sepulcro”, se clausurará en agosto de 2018 y va destinada para todos aquellos que no pueden ir a Jerusalén pero quieren experimentar estar en un lugar tan especial. “Esto no es lo que yo consideraría una muestra tradicional, es más una experiencia que una exposición”.