Mire al frente. Flash. Mire a la derecha. Flash. Mire a la izquierda. Flash. Aquellos tres fogonazos de la cámara de registro de la cárcel de mujeres El Buen Pastor, en Bogotá, fueron un cubo de agua fría para la exitosa presentadora de televisión Adriana Arango. Lo había perdido todo. Le esperaban, en principio, siete largos años bajo rejas. Ironías de la Providencia, la prisión en donde finalmente estuvo interna casi un año sería el vehículo con el que regresó, como la oveja perdida, a los brazos de Dios, su Buen Pastor.
Dicen que una imagen vale más que mil palabras. En el caso de Adriana Arango es un dicho especialmente significativo, y son pocos los colombianos que, por palabras o por imagen, no sepan de ella: tras una larga carrera periodística de más de 15 años, presentó boletines y programas tan conocidos como Gran Hermano Colombia; En vivo: comienza el día o Tres puntos aparte.
Criada en una familia católica en la ciudad de Antioquia con sus tres hermanas y educada en un colegio de monjas, recibió una formación profundamente religiosa gracias a su abuela. No recuerda, sin embargo, que esto se llevase a una fuerte presencia de Dios en su día a día. La fe, cuenta al canal El Rosario de las 11 pm, se practicaba a modo de convención social.
Recuerda que ya desde los últimos años de escuela pasó por los "típicos baches" de la edad y durante unos años, las relaciones, las drogas y el alcohol fueron una práctica habitual en su vida.
Adriana "creía que lo tenía todo bajo control" y conforme comenzó sus estudios en Periodismo, trataba de compaginar aquella vida con una tímida práctica religiosa. La vida, "aparentemente", siguió marchando bien.
De la pérdida a la cima de la realización: un ritmo frenético
Pero entonces llegó el primer quiebre en su vida: el suicidio de su hermana, muy joven, le demostró que realmente no controlaba nada.
"Irrumpió en mi vida la sensación de pérdida, dolor, culpa, miedo… ¿cómo no pude detectar la depresión que tenía?", se planteó.
Educada en que "podía alcanzar todo" lo que se propusiese, Adriana se puso su "máscara de fortaleza" y se propuso llegar todo lo lejos que pudiese.
Y lo hizo. Como periodista, cosechó un gran éxito presentando importantes programas. Pero a conforme progresaba profesionalmente, también despertó "a las vanidades del mundo".
"Me creía el centro del mundo. Era lista, encantadora, el reconocimiento, las ansias de poder y de figurar se volvieron una adicción y caí en la mentira y la apariencia. Empecé a tener una vida loca de compromisos sociales y alcohol que me satisfacía", recuerda. Pero cuando se acostaba, el vacío interior y el insomnio le perseguían.
Pronto se casó "por lo civil" con un piloto, tuvo dos hijos y trató de compaginar a su familia con extenuantes jornadas ante las cámaras que comenzaban de madrigada.
"Era un ritmo impresionante y empecé a pensar que no había nada después de mí. Me volví calculadora, creía que no me equivocaba y empecé a hacer daño y a cometer grandes errores como madre y esposa", recuerda.
Adriana Arango fue durante años una de las caras más conocidas de Colombia: tras ser ella "la mala noticia" del telediario, comenzó a predicar la Buena Nueva en prisión.
Hacia la experiencia más dura de su vida
Cinco años después, se separó de su marido y buscó desesperadamente el amor, incapaz de entender por qué nadie quería estar con ella cuando la conocían: "¿Cómo no me van a querer, si soy Adriana Arango?".
Desesperada, recordó la fe que había dejado progresivamente aparcada y pidió una gracia, la de encontrar a alguien con quien formar una familia: "Fui a los pies del Señor y le dije: `Aquí tienes. No hay nada más. Esto es lo que soy´".
Y contra todo pronóstico, esa persona apareció. Nada podía parecer ir mejor cuando conoció a Javier, que representaba todo lo que buscaba.
"Un compañero de vida con el que irme de crucero, al cine, a restaurantes… estaba lejos de imaginarme que ese hombre no solo sería el hombre que Dios puso para cumplir mi rol como mujer, sino con el que atravesaría la experiencia más dura de nuestra vida y lo perdería todo", recuerda.
Una vez casados, Arango y su marido Javier pusieron en marcha una empresa de exportación de flores y café a países como Estados Unidos, Rusia, Chile e Inglaterra. Pese a un aparente crecimiento boyante, este fue solo gracias a una deuda desmedida y ciertas irregularidades financieras que acabaron siendo investigadas por la Fiscalía General de la Nación y que acarrearon, finalmente, una condena de siete años y medio de prisión.
Jesús y María, uno en cada esposa
El insomnio era cada vez mayor y Arango trataba de aferrarse en ocasiones a la fe y a la oración, pero como ella misma admite, "No había ni fe, ni arrepentimiento ni deseo de reparación. Solo el deseo de no dejarme hundir".
Adriana y su marido lo perdieron todo. Pero fue en uno de los peores días de su vida cuando, paradójicamente, también comenzó a "ganar".
Su primera "rendición" al orgullo y la vanidad fue tras la condena, esposada y camino a los calabozos.
"Agaché la mirada completamente avergonzada y sentí la mano de Jesús en una esposa y la de la Virgen en otra. `Dios mío, lo que quieras, solo te pido que me dejes salir siendo una mejor persona y que cuides a mis hijos´", rezaba. Pero su oración, dice, seguía sin ser sincera. "Seguía sin pedir perdón, solo protección".
Así, el 16 de septiembre de 2009 fue su "primera rendición". "Empezó mi camino de salvación, llegué a la cárcel de mujeres de Bogotá y me santigüé. Que sea lo que Dios quiera", se encomendó.
Según llegó al calabozo y vio a las otras presas, también comenzó a aprender la humildad. Ya no era "Adriana Arango, la exitosa presentadora", sino una presa más de muchas, a las que empezó a ver como "hijas de Dios".
El Buen Pastor, esperándola en prisión
Al salir del calabozo, Adriana llegó a pensar que moriría en prisión al escuchar a las reclusas darle la bienvenida. Pero resultó ser una recepción sincera, recibiendo solo abrazos y enseñanzas para una nueva vida en prisión por parte de las otras reclusas.
"Todo va a salir bien", le dijeron tras caer derrumbada entre lágrimas.
Recuerda que solo hizo falta un día en prisión para que su otra máscara, la de la falta de arrepentimiento de su pasado, desapareciese.
"Empecé a sentir la misericordia de Dios en un primer rosario que recé a las 4:15 de la mañana a través de una emisora de radio católica. De rodillas, empecé poco a poco a decir perdón, por lo que hice, por mis palabras, mis actos, pensamientos y sentimientos. Me arrepentí de todos mis pecados. Ahí empecé a sentir esa paz en mi corazón", recuerda.
La condena, reducida a nueve meses en prisión y el resto en arresto domiciliario por tener hijos al cargo, comenzó a mostrarle un propósito nuevo en su vida. Se desempeñó como directora de un periódico de prisión, enseñando la labor periodística a otras reclusas. También se hizo profesora de otras nociones fundamentales e incluso bordó y vendió ropa de bebé.
Gracias a la prisión, se desprendió de sus "apegos y vanidades" y comenzó a sentirse "viva" de nuevo por la fe.
"Pude confesarme, empecé a ir a Misa, a recibir la Eucaristía, visitar al Santísimo y realizar obras de caridad con las compañeras", relata.
"Gracias Dios mío por perderlo todo"
Recuerda su tercera liberación en prisión, cuando participó en un coro junto a otras reclusas interpretando a Schubert.
"Entendí que los dones y talentos eran para ponerlos al servicio de los demás y para dar la Buena Nueva de Jesús. Y yo, de haber sido presentadora de tantas malas noticias e incluso de haber sido la mala noticia, ahora estaba hablando de Jesús y de cómo Él podía cambiar y transformar nuestra vida, permitiendo un nuevo comienzo de Su mano", añade.
Pasados los nueve meses, Adriana pudo cumplir el resto de su condena en su propio hogar. Al salir, conoció el Camino de Emaús y desde entonces se dedica por entero a impartir su testimonio y otras conferencias en retiros y prisiones.
"Gracias, Dios mío, por haberme llevado a perderlo todo y a ganarlo todo en ti. Hoy soy una mujer libre, en paz y feliz por la gracia de Dios", concluye.