Álvaro Trigo es un joven deportista que curiosamente descubrió verdaderamente a Dios en la Unidad de Cuidados Intensivos en la que vivió durante varios meses en una habitación de aislamiento y tras haber estado en coma durante más de 10 días.

“Tuve un accidente y he conseguido salir de él y adelantar mi recuperación gracias a la fe”, afirma convencido este joven en una entrevista con Mater Mundi TV.

Dios no estaba en su vida

Iba a misa los domingos para que su madre no se enfadara, pero Dios no estaba en su vida para nada. Álvaro afirma que tuvo “una adolescencia un poco complicada por desobediente, me escapaba de casa y hacía lo que me daba la gana. Mirando atrás me doy cuenta que estaba perdido, no sólo en la fe sino en la vida en general”.

El deporte empezó a encauzar su vida antes de conocer a Dios. “Mi padre siempre ha sido muy deportista; en cambio yo no hacía nada deporte. Era de los que en las clases de Educación Física en el colegio hace el mínimo o menos. Fue a los 18 años cuando me metí a opositar para bombero a la vez que estudiaba Turismo cuando empecé a entrenar y a ir a carreras populares. En 2004 hice mi primer maratón en Madrid en 4 horas y 40 minutos”, cuenta. Y tras Madrid llegó Sevilla, Berlín, Florencia y hasta siete maratones. Incluso completó la dura carrera de Ironman (3,86 km de natación, 180 km de ciclismo y 42,2 km de carrera a pie) y que completó en 12 horas.

El fuego que abrasó su cuerpo

Pero su vida dio un vuelco en tan sólo un segundo. Álvaro recuerda que encendió “la chimenea de nuestra casa de campo en Andújar y una chispa saltó al sofá. Yo estaba en la cocina y cuando volví al salón me caí hacia atrás. Espalda, brazos, piernas… el 63% de mi cuerpo resultó afectado por las quemaduras. No sé ni cómo caminé un kilómetro hasta la casa de mis tíos. Me llevaron en helicóptero al hospital de Sevilla, donde estuve 10 días en coma”.

Además, por miedo a posibles infecciones estuvo cuatro meses en aislamiento en la UCI mientras comía por un tubo por la nariz. Estaba en una caja de cristal. Y fue en esta situación en la que conoció a Dios.

Un sacerdote al rescate

Sin saber por qué –explica él- “un día pedí que viniera un cura, al que sí dejaban entrar a darme la comunión. Él tenía que entrar vestido de médico también”.

En ese momento se fue despertando esa fe que su madre le había enseñado pero que él no había apreciado durante la infancia. Pero le ayudó en un momento de desesperación.

Notas que te mueres, es una sensación, es como el frío o el calor. No sé explicarlo bien. Pero no te asusta. Peo cuando empiezas a estar un poco mejor te asustas más y te da más miedo morirte”, cuenta.

Dios estaba en la UCI

Justo en ese momento apareció Dios. Álvaro relata que “cuando no tienes a más a lo que agarrarte” pensó en Dios y pidió un sacerdote por si le podía ayudar: “Había tocado fondo, tenía el cuerpo vendado de los píes al cuello, con un montón de vías y en una habitación de cristal a través de la cual se escuchaban los gritos de otra gente. Ves tu cuerpo lleno de sangre, curas todos los días… Es en el último sitio en el que esperas encontrarte con Dios y mira…”.

El sacerdote, el padre Manuel, se convirtió en uno de sus grandes apoyos en ese tiempo. Este religioso además era médico y acabó yendo a visitar a Álvaro todos los días, y hablaban en profundidad durante un buen rato.

Un retiro de Effetá

Al salir del hospital al fin afirma que a lo que más se agarró es a esta fe que había descubierto y aprendió a ofrecer el sufrimiento mientras entrenaba para poder volver a correr.  Aún le quedó un tiempo de cama en casa, pero la “esperanza” en Dios le sostuvo.

Pero cuando parecía que su fe podía desinflarse, un primo suyo le ofreció hacer un retiro de Effetá, un retiro similar al de Emaús, pero destinado a los jóvenes. Su crecimiento está siendo enorme y cada vez más jóvenes salen transformados de este fin de semana.

“Ahí no encontré a Dios pero al salir sí. Una vez que salí las adoraciones y el resto de cosas me han centrado. Me apetece ir”, afirma este joven. Él tiene claro que este retiro “a nadie le va a hacer mal” y que concretamente en él le ha llevado a fortalecer una fe que “me ha cambiado, porque ahora es uno de los puntos centrales de mi vida”.