Fue ordenado sacerdote católico en 2012 en Italia, aunque no fue un camino exento de sufrimientos y problemas. Una cosa es que su padre tuviera que aceptar que su hijo se bautizaría voluntariamente ya siendo casi adulto y otra muy distinta es que decidiera entregar su vida a Cristo ingresando en un Seminario. Literalmente, fue una cruz muy pesada para este joven.
Para conocer su historia hay que remontarse a la de sus padres. En 1978 su padre, musulmán egipcio, y su madre, católica italiana miembro de los Focolares, se conocieron en la Estación Central de Milán en 1978. A los tres meses se casaron y fueron a vivir al Piamonte.
Cada uno siguió practicando su religión y en 1980 nació Nur el Din. Después llegarían dos hijos más. No fue bautizado y mientras su madre iba a misa todos los domingos su padre seguía rezando cinco veces al día a Alá. Al no haber apenas mezquitas en la zona en aquel momento, su padre consintió que fuera a catequesis a la parroquia aunque no recibiera los sacramentos.
En una entrevista en Famille Chretienne, cuenta que su padre siempre le dio mucha importancia a la enseñanza del Corán. “Nunca ha habido gran confrontación. Esta diferencia religiosa siempre ha sido vivida en gran libertad. Mi padre enfatizó las diferencias entre religiones y me proporcionó elementos para entender lo que los distinguía”, afirma.
Además, recuerda que “mi padre se levantaba todos los días antes del amanecer para la primera de las oraciones diarias. Mi madre me transmitió una fe simple pero fuerte y creo que, por esta razón, mis padres han logrado permanecer juntos hasta el final”.
Sin embargo, esta situación de vivir entre dos creencias pero en realidad en ninguna le empezó a hacer mella cuando llegó a la adolescencia. A los 14 años “era como alguien en el desierto buscando agua. Tenía sed de encontrar algo que pudiera llenar mi vida. Esto duró tres añosm en los que pasé golpeando todas las puertas”.
Pero fue entonces cuando “una joven me presentó a un sacerdote amigo suyo que conocía y que organizaba reuniones con jóvenes”, cuenta Nur el Din.
“Al escuchar a este sacerdote hablar del cristianismo –agrega este joven italiano- recibí algo profundamente nuevo, anclado en lo bueno, lo bello. Me trajo algo profundamente nuevo. Por primera vez oí hablar de una religión que no me obligaba a hacer esto o aquello, sino que simplemente me pedía que confiara en Dios, que nos acoge como somos y que siempre es fiel”.
Tenía 17 años y decidió bautizarse. Corría el año 2002. Tras haber encontrado su lugar en la Iglesia Católica, poco a poco fue surgiendo en él la vocación al sacerdocio. Era un paso muy grande en su vida.
Recuerda perfectamente aquel día: “El 20 de diciembre de 2004, estaba en la montaña con un grupo de amigos. Sentí una gran alegría, que fue también una afirmación, un poco como cuando uno se encuentra con la mujer de su vida”.
En ese momento empezó un tiempo de discernimiento en el que le ayudaron varios sacerdotes aunque en este proceso también tuvieron un papel importante peregrinaciones como la Jornada Mundial de la Juventud o la experiencia misionera que hizo en Albania.
Nur El Din Nassar celebrando misa poco después de ser ordenado sacerdote / La Stampa
Y una vez que tenía la decisión tomada de ir al seminario tocaba decírselo a sus padres, la que fue una de los momentos más complicados que vivió. Su padre se lo tomó muy mal pues “estaba muy enojado y dolorido. Durante mi primer año de seminario no me habló. Cuando iba a casa se encerraba en su habitación”.
Esto era algo muy doloroso para este joven pero poco a poco las cosas fueron yendo a mejor. “Más tarde supe que había pasado un año rezando pidiendo a Dios que sanara su corazón y apagara su ira”.
Finalmente, volvieron a hablar y “nació una relación muy hermosa entre los dos. Mi padre era una buena persona, pero no entendía algunos aspectos de la fe católica, como el significado del celibato y de la trinidad”.
Finalmente fue ordenado en 2012. Poco después su padre enfermó y murió. En el pasado Meeting de Rimini explicaba que “siempre permaneció sereno y feliz hasta el final. Creía en la existencia de Dios y del Paraíso. Y su funeral fue una verdadera celebración de musulmanes por una parte y de cristianos por otra, rezando el Rosario. La simplicidad y el espíritu de mi padre de misericordia y paz, me enseñaron muchas cosas: mi padre tuvo que tragarse un gran dolor, pero lo digirió por amor”.
“Soy ahora feliz, pero he soportado una gran cruz”, confiesa este joven sacerdote sobre la relación con su padre. Por ello, considera clave tener una “identidad fuerte” y una verdadera “conversión de nuestro corazón”.