Cuando tenía 14 años su padre ganó un dinero en la lotería de EEUU y pudo llevar a su familia a Estados Unidos. A Raúl le costó integrarse. Le costó el cambio de campo a ciudad, y una escuela más estricta y en otro idioma: lo vivía como una prisión.
Él hizo amistades callejeras para fumar, luego beber, luego robar pequeñas cosas. Y a partir de los 18 años "ya en el mundo de las drogas y el vicio".
"Yo buscaba ser alguien que no podía ser estando sobrio. Mi papá era alcohólico, ya le venía de familia. Y empecé con el alcohol y la marihuana, que se volvió mi mundo".
Él, que era en el fondo un niño tímido con miedo de hablar, desadaptado, fumando marihuana se sentía fuerte, capaz de todo, de hablarle a una chica, de hacer algo arriesgado, sin miedo. "Era una máscara, una forma de disfrazarme, podía ser un superhéroe con la droga".
Vendía drogas para poder comprarlas. Daba dosis gratis para enganchar a más personas y convertirlas en clientes.
Después probó con "el ácido, me di unos viajes a otros mundos...". Era LSD, una droga alucinógena que tomó en algunas ocasiones.
Fue una etapa breve pero intensa: unos dos años y medio de marihuana intensa diaria, desde la mañana.
Con 22 años iba con un compañero en coche, de pasajero. Esa noche no había tomado ácido (LSD). Y sin embargo sentía que algo le pasaba.
"Entré en un mundo espiritual. Pero oscuro, de tinieblas. Tenía un pánico horrible, un miedo terrible que no sabía de donde venía". Su amigo le preguntaba: "quieres que vayamos a tal sitio, o fumar, o ver a alguien..." Pero Raúl estaba aterrado y decía que no a todo. Pidió ir a casa.
El amigo le dejó delante de su casa. "Iba a tratar de entrar pero una voz me dio: 'no estás listo para ir a tu casa, no puedes ir'. Sentía ese temor, ese pánico. Me puse a caminar por la calle y en mi mente aparecían cosas de cuando era niño, de mi preparación para la Primera Comunión, de cómo Adán y Eva tomaban la fruta prohibida, y pensé, 'las drogas que estoy tomando son la fruta prohibida'. Y una voz me decía: 'siempre vas a estar en un mundo bien pequeño'. Y es la realidad porque cuando uno toma drogas siempre está en la misma esquina con la misma gente".
Seguía caminando. "Me quité la camisa, caminé como dos millas, ya habia autopistas y varios caminos. Y una voz me decía: 'siempre vas a tener miedo al hombre de la esquina', es decir, la policía".
Ya volviendo hacia su casa "de repente me entró algo que decía que nadie me quería, que me faltaba el amor. Me sentí como un perrito abandonado al que le dan patadas". Vio un hombre con maletas pesadas. Raúl se ofreció a ayudarle pero el hombre se asustó. "Ya ni para esto sirvo", pensó Raúl.
Y al acercarse a casa pensó en su Primera Comunión infantil, y se quitó los zapatos mientras se acercaba. Y llovía, y él sentía que de alguna manera "se limpiaba". Se quitó después el pantalón y corrió a casa, y pensaba en Adán y Eva, también desnudos. Su madre le vio al entrar, desnudo y mojado y alocado. Lo envolvió en una sábana y lo arropó. "Y yo me sentí como un niño recién nacido. En inglés decimos, born again, nacer de nuevo. Mamá me llevó a la cama y yo saqué un libro pornográfico que leía y dije: 'esto es lo que pierde al hombre'. Y lo tiré al piso. Mi mamá trataba de defenderme: 'sí, ese amigo tuyo...'. Y dije: 'no, mami, es tu hijo, que te ha engañado, que ha hecho esto, y esto otro..."
Y el joven de 22 años dijo: "mami, busca alguien que sepa de religión, tú sabes, esos viejitos que vienen de vez en cuando". Eran unas personas de la Legión de María, que a veces venían a casa y de los que él huía "como el diablo de la cruz". "Es que se mudaron". "Busca un sacerdote"
Raúl se asustó. "Yo pensaba que me iba a morir y me iba a ir al infierno. Mi mamá no iba a la iglesia, pero tenía un rosario, y lo tomó y lo empezó a rezar. Y me acostó en la cama y me quedé dormido; ahí me calmé".
Al día siguiente salió a la calle. Los amigos sabían que le había pasado algo. Él no sabía como explicarlo. Caminaba como un zombi, como en una ensoñación. Llegó a una casa de droga, con chicos que sabían que él ahora estaba cambiado.
- "¿Y qué vas a hacer con la droga?", le preguntaron.
- "No la quiero", respondió rotundo.
Y un chico trajo de un cuarto un pañuelo con la imagen del rostro de Jesucristo y lo abrió ante su cara.
- ¿Por que no la cambias por esto?
"Y le dije que no", recuerda apenado Raúl.
Aún le costaría un par de meses cambiar de rumbo. Conoció a un ex-presidiario, un joven que visitaba a amigos de Acción Católica porque estos lo habían visitado en prisión. "Y con ese chico empecé a ir a la iglesia. Antes solo iba en Navidad y en Pascua para ver niñas bien vestidas. Y ahora iba y me ponía muy atrás, arriba en el coro. El cura, peruano, hacía misas rápidas pero de sermones bien largos, de 40 minutos, pero a mí se me hacían cortos y quería más. Ahora tenía hambre, casi desespero, por las cosas de Dios".
Empezó a acudir a Acción Católica y Legión de María y a más grupos y no se saciaba, quería saber más y más; acudió a Renovación Carismática, a Cursillos de Cristiandad, se apuntó a mil retiros en español y en inglés. ¡El tiempo que antes pasaba en las calles ahora estaba en retiros y encuentros! "Tenía un desespero por crecer en cosas de Dios".
Unos años después conoció una chica cristiana, se casó y "ahora llevo más de 25 años como catequista llevando a los jóvenes hacia Cristo".
Estudió teología en la Universidad Franciscana de Steubenville. Allí, en oración, en una etapa de dudas en que cuestionaba a la Iglesia, entendió que Dios le decía: "Yo te amo como eres, bueno y malo, ¿por qué tú no amas a mi Iglesia tal como es?" "Ahí me enamoré de la Iglesia: hay que amar al Cuerpo y a su Cabeza".
Y aquella voz que había dicho 'tu mundo es bien pequeño'... "hoy, con la Iglesia, he estado en tantos sitios y he conocido a tanta gente, en la Iglesia universal... y lo que vendrá después, en la otra vida".