En las elecciones legislativas de junio, en la circunscripción de Yvelines, pasó a segunda vuelta, donde perdió frente al candidato de En Marche!, el partido de Emmanuel Macron, por apenas 1,2 puntos de diferencia. Aunque independiente, se presentó por Los Republicanos, el partido de la derecha conservadora. Su gran campo de batalla es la Educación, donde se opone a las corrientes pedagógicas que han arruinado en Francia, como en España y otros países, la calidad de la enseñanza y el nivel de conocimientos de los jóvenes. Éste es el perfil y entrevista que recientemente le planteó Tempi:
Cuando François-Xavier Bellamy, recién licenciado en Filosofía y habilitado para la enseñanza, entró lleno de entusiasmo en el Liceo de Hostelería de una de las periferias con peor fama de París, no se esperaba encontrar una situación tan desastrosa. «Les entregué a todos un texto de filosofía y le pedí a una chica que leyera. Me respondió: "No puedo, no sé leer francés". Creía que me tomaba el pelo: tenía dieciocho años, había hecho en este instituto todos sus estudios. Insistí, pero cuando empezó a deletrear de manera penosa, comprendí que no bromeaba. La crisis de la educación en Francia es una realidad evidente para todos, pero no hemos llegado a este punto por casualidad. La crisis es el resultado de la aplicación de un método muy concreto, elegido voluntariamente».
Bellamy tiene una cabeza muy bien amueblada. Nacido en 1985, ha estudiado en la École Normale Supérieure, el instituto de élite que forma a la clase docente de Francia, el mismo que frecuentaron Derrida, Foucault, Weil, Péguy, Bergson. Además de profesor, con veintitrés años fue elegido vice-alcalde de Versalles, donde se ocupó de la juventud y de la enseñanza superior, dando vida a iniciativas de éxito como las Noches Filosóficas o el Mes del Trabajo. En 2014 publicó su primer libro, Les déshérités ou l'urgence de transmettre [Los desheredados o la urgencia de transmitir], en el que indaga a fondo sobre las causas de la crisis de la educación en la República. El ensayo tuvo un éxito enorme, vendiendo más de cincuenta mil copias y recibiendo distintos premios. En 2016 fue traducido al italiano por Itaca.
«Durante mi formación, me enseñaron que en la escuela no hay que transmitir conocimientos, porque el alumno debe construirse él solo su saber», declara Bellamy a Tempi. «Te explican que el profesor, cuanto menos hable, mejor es, porque si el profesor está en silencio, el estudiante puede expresarse libremente sin que le influyan. El postulado que está en la base de estas afirmaciones es simple: la autoridad y la cultura son enemigas del alumno porque violan su libertad». En consecuencia, la transmisión de los conocimientos, que es el fundamento de la enseñanza y de la escuela, se convierte en algo imposible, porque «como dicen nuestros pedagogos, los estudiantes deben ser los profesores de sí mismos. Cuántas veces mis estudiantes me han dicho: "No queremos leer los autores que nos propone, no queremos que nos descarríen. Queremos pensar por nosotros mismos". Por otra parte, insisten los profesionales de la educación, ahora que hay internet los estudiantes pueden encontrar solos los conocimientos que les sirven».
Por consiguiente, no hay que asombrarse si la crisis de la escuela es profunda: según una encuesta realizada el año pasado por el Ministerio de Educación Nacional, con 14 años sólo un estudiante sobre cuatro sabe «leer de manera apropiada», mientras que el 15% de los alumnos no «tiene competencia alguna en la materia».
Encontrar en la modernidad las bases culturales y filosóficas de este planteamiento no ha sido difícil para Bellamy: «Rousseau ya afirmaba que la cultura es enemiga de la libertad personal, un obstáculo. Y ¿cómo no recordar al crítico Roland Barthes, que empezaba sus cursos universitarios diciendo que la lengua es fascista, porque tiene reglas que estamos obligados a obedecer para expresarnos? Para él sólo había libertad fuera de la lengua. Está claro que en el origen de esta crisis de la transmisión, hay otra: la crisis de la relación». La prueba de ello es la enorme difusión que tiene en Francia (y no solo) la máxima de uno de los campeones de la Ilustración, Montesquieu: «Mi libertad acaba donde empieza la de los otros». «Esta frase la vemos impresa con grandes caracteres también en las portadas de nuestros libros de texto y es un problema, porque implica que podemos ser perfectamente libres sólo si estamos completamente solos. ¿Cómo se puede educar así en la escuela y en la familia?».
El joven profesor de filosofía no se limita sólo a analizar la situación y a la pars destruens. «Lo más importante hoy es redescubrir el misterio de la mediación: necesitamos a los demás para convertirnos en lo que somos», continúa. «Hoy ya no comprendemos al hombre, nos engañamos pensando que éste se pueda realizar de inmediato, que sea enseguida él mismo. Yo creo, en cambio, que tenía razón Píndaro cuando decía en su famoso aforisma: "Conviértete en lo que eres". Para convertirnos de verdad en lo que somos, o sea, hombres, o sea, libres, necesitamos recorrer un camino y tener relaciones con los demás. Ésta es también la aventura de la existencia».
Les desherités ou l'urgence de transmettre fue un éxito en Francia, con 50.000 copias vendidas y su reivindicación de una educación digna de tal nombre y su importancia para la cohesión social y el futuro de la nación..
Basta pensar en los niños, continúa Bellamy: cuando nacen ya tienen la facultad de la palabra «pero para hablar necesitan que sus padres les enseñen, necesitan oír su voz. También para pensar se necesitan palabras. Sin embargo, cuando ya han aprendido a hablar, pueden utilizar esas mismas palabras para rebelarse contra sus padres. He aquí que la educación, la cultura, la transmisión y la mediación no son la negación de la libertad, sino su fundamento». La única concepción de libertad que tiene derecho de asilo en la escuela francesa «es aquella que la considera como la facultad de hacerse uno mismo, de construirse uno mismo. En este sentido, no puede sino estar opuesta a la autoridad y a la educación a la verdad. Al contrario, en cambio, sólo el conocimiento y el saber pueden hacernos libres. No puede haber libertad sin alteridad, sin una relación con el otro, con la autoridad».
La condena al destierro de la educación y la transmisión en las escuelas francesas no ha tenido repercusiones sólo en la preparación intelectual y cultural de los estudiantes. Después de que los hermanos Kouachi masacraran a la redacción de Charlie Hebdo en París en 2015, mientras millones de personas se manifestaban en las calles de Francia con el eslogan "Je suis Charlie", en los suburbios de la capital muchos jóvenes musulmanes gritaban"Je suis Kouachi".
En las periferias, como atestiguan muchos profesores, centenares de alumnos de fe islámica se negaron a observar el minuto de silencio. Tras un primer periodo de negacionismo, hoy ya nadie ignora el fenómeno de la radicalización, pero el gobierno francés aún no es consciente del todo y está despistado respecto a este problema. Bellamy, que ha vivido el fenómeno personalmente en la periferia, se ha podido hacer una idea sobre las causas: «No me asombra que el islamismo atraiga a tantos estudiantes», explica. «Los jóvenes necesitan la verticalidad, algo que los eleve respecto a su condición, que los supere, que sea más grande que ellos. Nosotros hemos pensado que los ayudábamos aboliendo la autoridad, eliminando todo lo que consideramos que es demasiado difícil para ellos; en cambio, lo único que hemos hecho ha sido crear un vacío que, después, han llenado con una propuesta fuerte como el islamismo».
Pero, ¿qué sentido tiene enseñar Platón a estudiantes que ni siquiera saben leer? El profesor de filosofía pone un ejemplo: «En la misma clase de la que he hablado antes, una vez recité de memoria, casi por casualidad, un poema de Apollinaire dificilísimo. No entendieron nada, pero se quedaron con la boca abierta, por primera vez en silencio absoluto. Cuando acabé, un alumno intentó desdramatizar y me preguntó si me lo había aprendido para conquistar a las chicas. Sin embargo, la semana siguiente me pidieron que recitara otro, y otro de nuevo. Se quedaron más tiempo, fuera del horario escolar, para escucharlos. A final de curso les regalé a todos una antología de poesía francesa. Estoy convencido de que quien propone a los estudiantes algo grande, no limitándose a la mediocridad, recogerá siempre frutos porque las aspiraciones de los jóvenes siguen siendo grandes, pero hay que despertarlas. Nos lamentamos que los jóvenes son indiferentes, y es verdad, pero también es cierto que no ven la hora de salir de esta indiferencia. No tenemos que construir un mundo a su altura; debemos darles algo que supere su horizonte y que no saben que necesitan. Los poemas de Apollinaire me superan también a mí y es hermoso que mis estudiantes y yo nos hayamos encontrado en algo que es más grande que nosotros mismos».
Dadas estas premisas, cambiar la escuela en profundidad no puede no ser un objetivo para Bellamy. «Es lo que necesita Francia. Es necesario, ante todo, volver a pensar la formación de los docentes y redescubrir el verdadero papel de la educación y de la transmisión. Sin duda es un trabajo duro, pero necesario: al final de mi formación me pregunté seriamente si valía la pena ser profesor. Si todavía no he renunciado es sólo porque era consciente que gracias al saber recibido me he convertido en mí mismo».
Sin embargo, para reformar la escuela en profundidad, no basta hacerlo desde dentro; por este motivo, en las últimas elecciones políticas y parlamentarias, que han visto la clara victoria de Emmanuel Macron, Bellamy se ha presentado como candidato a un escaño en la Asamblea Nacional. En su circunscripción, tras ganar en la primera vuelta, perdió por un puñado de votos en la segunda contra el candidato del nuevo presidente francés. Muchos le han criticado por haber intentado «ensuciar» su trabajo educativo-cultural con el compromiso político, pero Bellamy no deja que las críticas le afecten: «No creo que la política pueda cambiar el mundo, o que sea lo único importante», concluye. «Creo que los cambios más grandes pasan a través de la cultura y la participación de todos a la vida de la sociedad. Pero la política tiene un papel cultural y práctico fundamental. Los jóvenes harían bien en comprometerse cada vez más en política para la construcción del futuro, y para contribuir activamente a ese cambio que todos decimos que queremos ver».
Publicado en Tempi.
Traducción de Helena Faccia Serrano.