Es almeriense pero al formarse en un seminario misionero fue ordenado en Zambia. Tras haber estado durante años como sacerdote en África fue enviado por su obispo a estudiar en Madrid. Una vez acabados los estudios en breve volverá a Zambia, la que ya es su casa.
Pablo Beltrán es un sacerdote que siempre habla de manera clara y directa, ya sea entre la tribu de los Bemba o en una parroquia de feligreses de clase media-alta en pleno barrio de Salamanca de Madrid, como en la que ha estado estos últimos años. Y así lo manifiesta en una entrevista en el diario regional de su tierra, La Voz de Almería, donde este joven sacerdote hace un rápido análisis de la situación de la Iglesia en la actualidad y de las nuevas tierras de misión:
- Porque cada vez hay menos cristianos de verdad. La familia no vive la alegría de ser cristiano y la fe no se transmite como un tesoro sino como una carga. Los curas muchas veces tampoco somos testigos alegres del Evangelio. Además hay toda una guerra mediática contra la Iglesia.
- Mal (ríe). Y en general solo. Es muy duro porque se ha perdido el sentido de la comunidad parroquial, y el cura, que tiene que ir de un lado para otro, corre el peligro de convertirse en un funcionario. A mí me dicen que soy un héroe por ser misionero, pero los verdaderos héroes son los curas que están aquí, viviendo en un ambiente difícil y de gran soledad.
No es algo imposible. Era así hasta el Concilio de Elvira. Los hombres casados podían ser ordenados sacerdotes. No habría ningún problema ni canónico ni bíblico para que un hombre casado pudiera acceder al sacerdocio, como ocurre en la Iglesia ortodoxa. Lo realmente difícil, por no haber precedentes, sería que un cura se pudiera casar.
- La misión va más allá del desarrollo material, llegando especialmente al humano y espiritual. De hecho, Europa necesita misioneros. Existe un gran vacío espiritual que desemboca necesariamente en un individualismo. En cuanto aparece un problema la solución es una huida hacia adelante. Somos incapaces de sufrir por el otro, de amarle en su imperfección. Y hemos separado el placer del amor. Este es una donación al otro a todos los niveles, mientras que el placer es robarle al otro todo, es hacer de él un objeto. Sin el amor el placer se convierte en una caricatura.
- Aprendes lo que es importante de verdad. La vida es muy auténtica. He conocido allí el cariño y la generosidad más grande. Pero la muerte es también parte del día a día. Es terrible ver a un hijo morirse por falta de recursos. Aún así la pobreza material es solo una de las pobrezas. En la vida de la tribu Bemba, con la que más relación tengo, no todo es idílico. Algunas de sus costumbres son inhumanas y otras muy machistas, cuando en realidad es la mujer la que saca adelante a los hijos cultivando o vendiendo. Luego está la corrupción. Uno se encuentra en tesituras increíbles. Llegué a ser amenazado de muerte por defender a la gente de un pueblo en el que una empresa minera internacional quería explotar una mina de cobre debajo de sus casas. He vivido de todo (risas).
- Francisco es un gran comunicador pero personalmente pienso que ya Juan XXIII y Juan Pablo II fueron revolucionarios. Creo que ellos son los pioneros del cambio. De cualquier modo, más que una revolución la Iglesia necesita una renovación profunda, más en los modos que en los contenidos. La vida cristiana, la formación integral de los seminaristas, la vida de los sacerdotes, la predicación, la importancia de la comunidad… La Iglesia necesita una purificación, pero es difícil purificar sin dolor.
- Aún así merecería la pena ser cristiano. Pero sí que existe. He visto milagros en mi vida y en la vida de los que luchan defendiendo la verdad y la libertad.
- El amor tonto es ciego. El de verdad tiene vista de águila. El superhombre de Nietzsche ha tenido un éxito global. Es un hombre que no tiene límites, pero ha sido un fracaso antropológico. El hombre no es capaz de encontrar la felicidad robándole el puesto a Dios y convirtiéndose él en el dios de su vida.