Katie Devitt, ahora Mary Agnes del Cordero de Dios, dejó su proyecto de vida, su música, su Ipod, su pensamiento de casarse y ser madre y sobre todo el ruido que la rodeaba para entregarse a Cristo en un convento de clausura en el que no puede utilizar ni el teléfono.

La religiosa, actualmente clarisa en el convento estadounidense de Kokomo (Indiana), quiso ofrecer su testimonio para ayudar a otras jóvenes que puedan pasar por la misma situación que vivió ella con los miedos a un cambio de vida tan grande. Era feliz antes de ingresar en el convento pero ahora vive en plenitud.

Al convento sólo pudo llevarse su Biblia, dos rosarios, algo de ropa y algunas fotos de su familia. Puede ver a sus padres algunas veces al año pero siempre con una reja entre medias. Se levanta todos los días a las cinco de la mañana, tiene limitación en el correo y no puede hacer llamadas personales.


¿Merece la pena este sacrificio? Para ella, definitivamente sí.  Aunque era católica y desde niña estaba acostumbrada a ir a misa los domingos, su encuentro fuerte con Dios se produjo cuando llegó a la Universidad de Marquette a estudiar Periodismo.



Tal y como cuenta en Cloistered Life, su sueño desde niña no era ser monja sino crítica de música en el Chicago Tribune pero una vez en la universidad católica regida por los jesuitas descubrió el grupo Catholic Outreach, en el que semanalmente se reunían para reflexionar sobre las Escrituras. Y un día cuanto cantaban Como la cierva sintió que algo se removía en su interior.


“Sentí la presencia de Jesús por primera vez. Sabía sin lugar a dudas que era real y me amaba”, recuerda esta clarisa. En ese momento cayó de rodillas y comenzó a llorar pues se cercioró de lo poco que sabía de su fe y de Aquel que tanto la amaba.

A raíz de ese acontecimiento, Devitt comenzó a asistir a misa diaria y dio un paso importante al dejar la carrera de Periodismo para estudiar Teología. Sin embargo, nunca se le había pasado por la cabeza una vocación religiosa. “Pensé que me casaría y tendría hijos como todos los demás”, afirma.


Uno de los momentos más importantes en esta historia de vocación se produjo un año después. Estaba en misa en campus cuando se proclamó el Evanglio del joven rico que pregunta a Cristo cómo podía heredar la vida eterna. “Vende todo lo que tengas, dáselo a los pobres y entonces ven y sígueme”, le contestó.

El sacerdote instó a los estudiantes a contemplar lo que Jesús quería que hicieran con sus vidas. Tras comulgar oró y un pensamiento empezó a bombardear su mente. “No sabía cómo era ser monja, pero podía verme siendo una. No sabía lo que hacía una monja, pero podía verme a mí misma. Empecé a llorar porque sentí una paz y una felicidad tan intensas…”.


Sin embargo, pasaron cinco años en su vida con una enorme lucha interna en la que no sabía si se había vuelto loca o si Dios realmente la estaba llamando a la vida religiosa. Mientras tanto, ella acabó la universidad y empezó a dar clase en un instituto.

Una vez que ella se convenció de esta llamada empezó a visitar conventos y comunidades religiosas tanto de clausura como de vida activa. Algo que hizo durante mucho tiempo. Sin embargo, rápidamente ella se dio cuenta que estaba llamada a una vida en el convento de clausura.


En una de estas visitas, Devitt recuerda que “parecía todo tan arcaico en algunos aspectos. Pero la hermana hablaba tan suavemente, y se podía ver la alegría en su vida. De una manera muy interna y sutil yo pensaba: ‘Quiero esto. Quiero esto en mi vida. Me parecía intensamente atractivo y, por otro lado, me asustaba que me pareciera atractivo”.

Cada vez más, ella fue sintiendo cada vez más atracción hacia las clarisas aunque le costó mucho tiempo decidirse. Cuatro veces estuvo en el convento de Kokomo con las monjas antes de unirse a la comunidad.


En esta comunidad religiosa todo gira alrededor de la oración


“Su propósito es dar sus vidas totalmente a Cristo y ofrecer oraciones y penitencias por todo el mundo. Están ocultas en el mundo para ser accesibles al mundo. Y eso es algo, muy, muy bonito, pero me asustó mucho pensar en las cosas prácticas. Significaría que ya no podría viajar, no podría ir a casa, no conseguiría abrazar a mi madre otra vez. Tenía mucho miedo”.

Devitt decidió encomendarse a Dios a través de la oración diciéndole a Dios: “Sé que quieres que sea monja, pero no seré una de esas hermanas contemplativas”. Pero no encontraba su lugar por lo que volvió al convento de las clarisas se arrodilló y de repente la paz y una calidez impresionantes se apoderaron de de ella. Había encontrado su hogar.


“Tenemos la vocación única de ser todas las cosas para todas las personas por estar completamente escondidas en Cristo. Un misionero en África que trabaja con enfermos de SIDA o  una hermana que se dedica a la enseñanza son gente noble, buena y desinteresada. Si eso es lo que Dios quisiera que hiciera, yo lo haría. Pero llegas a una cantidad limitada de personas directamente. A través de la oración eres capaz de llegar a todo el mundo”.

Uno de los grandes descubrimientos que ha hecho ha sido el “silencio”. “El mundo es tan ruidoso. Tenemos miedo a estar callados. Nos preocupa lo que podríamos averiguar sobre nosotros mismos. Estamos constantemente pendientes en nuestros teléfonos móviles, iPods y ordenadores”.