La revista italiana de apologética Il Timone ha consagrado un dossier especial en su número de junio a la manipulación del lenguaje para imponer la ideología de género. Raffaella Frullone entrevista a una experta en el asunto, Marguerite Peeters:
En 2014, la editorial San Paolo publicó El género. Una cuestión política y cultural, de Marguerite A. Peeters, con prólogo del cardenal Robert Sarah. Peeters es una ensayista y periodista belgo-estadounidense, asesora del Pontificio Consejo para la Cultura y una de las primeras analistas en ámbito católico que llamó la atención sobre el alcance real y la rapidez de los cambios que muchos infravaloran.
Asombra pensar de nuevo en ese libro, porque lo que había previsto se ha manifestado puntualmente al cabo de pocos años, también en Italia. Y la presión sobre el tema ha aumentado tanto, que hoy en día tendría dificultad en encontrar una editorial que quisiera publicar su libro.
Peeters vive en Bruselas, donde dirige el Instituto Dialogue Dynamics y se ocupa de los procesos de globalización y de su gobernanza. Hemos hablado por teléfono con ella y le hemos preguntado cuál es su opinión sobre la neolengua "inclusiva".
-Asteriscos al final de las palabras, signos enigmáticos como jeroglíficos, declinación de los adjetivos en género neutro... ¿Cómo hay que interpretar estas reglas que se nos imponen en nombre de una nueva corrección semántica, de una nueva normalidad?
-Ante todo, es importante para mí hacer una premisa. Hablaré como cristiana, no solo como experta en estos temas, tanto por el contexto en el que me encuentro como por la fe, que ayuda a comprender plenamente de qué estamos hablando.
»El lenguaje que se presenta como "inclusivo" esconde, en el fondo, un espíritu revolucionario, es decir, de rechazo a la unidad constitutiva del hombre y de la mujer, creados el uno para el otro por Dios en un diseño de amor. El rechazo pasa por un plan antropológico, cultural, social y político.
»La declaración universal de los derechos humanos, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1948, se basaba en la concepción judeocristiana de la igualdad y complementariedad del hombre y la mujer, en su unidad ontológica.
En su libro sobre la ideología de género, Marguerite Peeters anticipó su imposición universal, un proceso en el que ya estamos.
»La revolución cultural que tuvo lugar posteriormente en Occidente quiso dividir esa unidad multiplicando las categorías y los derechos: de las mujeres, los niños, los homosexuales, los pueblos indígenas, etc. Los últimos Papas, desde Pablo VI en adelante, han hecho numerosos llamamientos a la construcción de una verdadera "civilización del amor" basada en la verdad. Pues bien, un paso fundamental es volver a poner en el centro de esa civilización a la persona, hombre y mujer, con su dignidad infinita y su lugar único en la Creación.
-¿A qué se refiere concretamente con "la revolución que tuvo lugar posteriormente en Occidente"?
-La revolución del género la puso en marcha el feminismo radical estadounidense de la posguerra, cuando una cierta corriente de pensamiento empezó a tener como objetivo de su persecución la maternidad, la feminidad, la familia basada en el matrimonio, a las que tachaba de construcciones sociales enemigas de la libertad de la mujer. El comienzo fue ése, la mujer que quería emanciparse del hombre.
»Seguidamente se añadió el activismo gay, llegando así a la revolución del género. En la Conferencia mundial sobre la mujer que tuvo lugar en Pekín en 1995, convocada por las Naciones Unidas, la ONU impuso el concepto de igualdad de género, ideológicamente orientado en el sentido de superación de la especificidad de los sexos, y que introdujo en sus documentos oficiales. A partir de ese momento se dio un fuerte impulso a la aplicación de la igualdad de género por doquier.
»La Unesco reformó sus programas educativos a la luz del género y empezó a presionar sobre los ministerios de educación de todo el mundo para que asumieran este enfoque, lo que a menudo ha funcionado porque no todos han captado lo que se oculta detrás de ese concepto.
La IV Conferencia sobre la Mujer de las Naciones Unidas, celebrada en Pekín en 1995, dio el pistoletazo de salida a la imposición mundial de la ideología de género. En la foto, Hillary Clinton, entonces primera dama estadounidense, se dirige a los asistentes.
»Solo más tarde, cuando se comprendió que no se trataba solo de igualdad de oportunidades, algunos reaccionaron. Debemos tomarnos muy en serio las señales revolucionarias cuando aparecen en la escena internacional, porque así funcionan las revoluciones. Un ejemplo: el manifiesto comunista se publicó en 1848 y setenta años más tarde tuvo lugar la Revolución bolchevique.
-En Italia hay una red que se está movilizando contra el proyecto de ley de la llamada homotransfobia. ¿Qué le parece?
-Es impresionante la velocidad con la que ha avanzado en Italia la ideología de género, aunque el origen está claro. Se trata de normas impuestas por una minoría que maneja los hilos de un plan a nivel global, la llamada gobernanza mundial.
»Hay que ofrecer resistencia utilizando la formación y la información, partiendo de nuevo de las bases de la antropología cristiana. Sin embargo, lo que hay que tener, ante todo, es valentía, porque no estamos ante una dialéctica política normal, sino ante una persecución real.
-¿Qué quiere decir usted con gobernanza mundial?
-La gobernanza mundial es un programa de imposiciones de nuevos parámetros a nivel mundial, de los que el género es uno de los principales. Hay una lógica interna que, al género, une toda una serie de conceptos cada vez más familiares a las personas menos informadas, como son desarrollo sostenible, democracia participativa, la cuestión ambiental radicalizada en una óptica no cristiana. Y en este proceso de gobernanza mundial tienen un papel clave organismos gubernamentales transnacionales como Amnistía Internacional o Planned Parenthood.
-¿Qué hay que hacer?
-Como decía antes, explicar, formar, alentar a los que tenemos cerca a no hacer concesiones si queremos ser lo que estamos llamados a ser, luz del mundo.
Traducido por Elena Faccia Serrano.