Uno de estas vocaciones que ya ha llegado a término al ordenarse sacerdote el pasado mes de junio es Miguel Meléndez, que sintió la llamada cuando era guarda costa de EEUU y que gracias al acompañamiento del capellán Steve Rock acabó en el seminario. Ahora el nuevo sacerdote quiere dedicarse unos años a ayudar a otros miembros de las Fuerzas Armadas que sientan esta misma inquietud.
Tal y como recuerda el nuevo sacerdote todo empezó en su etapa de cadete de la Academia de Guardacostas. Un día comiendo, otro de los cadetes se puso en pie y anunció que un grupo de estudiantes rezaría el Rosario todos los lunes. Este anunció despertó su interés.
“Yo pensaba que quería hacer eso y conocer a estas personas y rezar a pesar de que no había crecido con ese hábito”, recuerda el padre Miguel. Así fue como empezó a acudir a este grupo y a rezar el Rosario. Primero fue cada semana y meses después ya era diario.
Miguel, a la izquierda de la imagen, el día de su ordenación como diácono en 2016
Entre ellos empezó a forjarse una buena amistad y apareció en su vida el padre Steve Rock, el capellán de la Academia, y que a la postre ha sido fundamental en su vocación. A su vez, Meléndez empezó a devorar libros de temática católica así como de apologética.
“Me enamoré de Dios ese otoño. Un día iba de camino a clase de Química y dije: ‘Dios, te amo y te doy mi vida, sea lo que sea’. Y esa fue mi conversión”, comenta a Catholic News Service.
Con el tiempo Miguel Meléndez se fue convirtiendo en el líder de este grupo de cadetes católicos y empezó a tener charlas cada vez más profundas con el capellán. Tras una misión en México volvió con el deseo de ser sacerdote y así se lo comentó al padre Rock. Sin embargo, éste le instó a acabar el grado y el servicio obligatorio antes.
Finalmente decidió graduarse e ir destinado a la Guardia Costera convirtiéndose en uno de los oficiales más jóvenes del cuerpo. “La vocación no desaparecerá”, pensó. Pero así pasaron años. Además, le ofrecieron realizar estudios de postgrado, lo que era una gran oportunidad para él.
Llamó al capellán, y amigo, para comentarle esta nueva oportunidad pensando que le comprendería. Pero esta vez escuchó algo que no esperaba. “Miguel, sabes que si no te conviertes en sacerdote ahora, nunca lo harás”, le dijo.
Finalmente, escuchó al sacerdote que tanto le había ayudado esos años y acabó dejando su prometedora carrera como oficial para ingresar en el seminario. No se arrepintió y el pasado 3 de junio fue ordenado sacerdote por la diócesis de Richmond (Virginia).
Miguel está destinado en estos momentos en Norfolk, ciudad vinculada totalmente a la Marina
La pastoral castrense es clave para los obispos de Estados Unidos, que son conscientes del potencial que hay en las Fuerzas Armadas. De hecho, estos capellanes animan a las personas que consideran que tienen vocación a retiros de discernimiento que organiza la Archidiócesis castrense. Cada semestre acuden entre 30 y 40 personas. Miguel acudió a tres de ellos en su proceso previo a ingresar en el Seminario.
Para el arzobispo castrense, Timothy P. Broglio, existe una relación entre los militares y la vocación sacerdotes pues los que sirven en las Fuerzas Armadas han hecho la elección de servir a un bien mayor, de enfrentarse a lo desconocido y de trabajar en una organización jerárquica.
Ahora ya como sacerdote diocesano, el padre Meléndez no descarta algún día convertirse en capellán militar, aunque sólo sea durante unos años. Agradece que durante sus años como guarda costero siempre hubiera un sacerdote disponible para él. “Quisiera ponerme a disposición de los demás también en este mundo militar”, asegura.