Esto hoy nos parece obvio, pero no lo era cuando Daniel Comboni presentó esta propuesta al Concilio Vaticano I, en 1870. Tres años antes el santo italiano había fundado en Verona el Instituto para las Misiones de África como parte de la Sociedad del Buen Pastor, una asociación misionera internacional. Gerardo González Calvo, antiguo redactor jefe de la revista Mundo Negro, ha explicado en Alfa y Omega, que lo hizo por imperativo eclesial y como requisito para poder seguir anunciando el Evangelio a los habitantes del vicariato de África Central. Tenía tan solo 36 años. Tres años antes de fundar el instituto escribió su plan para la regeneración de África, un ambicioso proyecto para hacer viable la evangelización en el continente negro con un planteamiento nuevo: “Salvar África por medio de África”, es decir, con los propios africanos.
Cuando Comboni formuló esta propuesta y la presentó al Concilio Vaticano I, en muchos países europeos los negros africanos estaban considerados seres con escasas facultades humanas, cuando no desprovistos de racionalidad.
En aquella época, grandes exploradores como David Livingstone, Henry Morton Stantely y Pierre Savorgan Brazza favorecieron la conquista de África. Una vez suprimida la trata de esclavos, las fábricas europeas necesitaban materias primas. Los nuevos conquistadores creían en la importancia de África para el éxito de la emergente industria y se lanzaron a la explotación intensiva de sus cuantiosos recursos naturales, al margen de las necesidades de los propios africanos.
A Daniel Comboni no le interesaban los recursos africanos, sino las personas que vivían en el continente. Por eso, como escribió el cardenal nigeriano Francis Arinze cuando presentó la causa de beatificación, “Daniel Comboni fue un verdadero profeta y precursor de lo que África tendría que ser y que efectivamente está siendo”.
Comboni fue nombrado obispo del vicariato del África Central y murió a los 51 años en Jartum, capital de Sudán. Dijo poco antes de expirar: “Yo muero, pero mi obra no morirá”. Daniel Comboni fue beatificado por san Juan Pablo II el 17 de marzo de 1996 y canonizado por el mismo Papa el 5 de octubre de 2003.
La obra de Comboni, efectivamente, no murió, sino que siguió adelante gracias a sus misioneros, que abrazaron con entusiasmo sus intuiciones y creyeron en el hombre africano. Por eso, abrieron escuelas primarias en los lugares más apartados de la misión y hasta centros de estudios superiores en las grandes ciudades. El mismo Comboni creó tres institutos para los africanos en El Cairo y posteriormente los misioneros combonianos fundaron el Comboni College en Jartum, transformado posteriormente en universidad.
Los misioneros aprendieron y difundieron las lenguas africanas de los pueblos con los que trabajaron. Muchos de ellos elaboraron las primeras gramáticas y diccionarios; otros se convirtieron en grandes etnólogos y etnógrafos. Fue una de las señas de identidad de unas personas que creyeron en el hombre negro, en su valía y en su cultura.
A los 150 años de su fundación, los misioneros combonianos están presentes en cuatro continentes. En Europa llevan a cabo principalmente tareas de animación misionera, una labor a la que el propio Comboni dedicó muchas de sus energías y promocionó a través de la revista Anales del Buen Pastor, que fundó en 1872 y se convirtió en 1883 en Nigrizia, dos años después de la muerte de Comboni.
En estos 150 años de historia como instituto misionero, los combonianos han dejado una huella indeleble no solo en África, sino también en América Latina, donde se han dedicado con empeño a dignificar a la población negra. Los misioneros combonianos han sido –y siguen siendo– leales a su fundador, que tuvo el sueño de engarzar en la corona de la Iglesia la perla de África.