La periodista italiana Milly Gualteroni trabajaba para las revistas Panorama, Vogue o Cosmopolitan. Se movía en los ambientes más sofisticados de Milán, pero pocos sabían que estaba enganchada a los fármacos y que arrastraba una depresión desde su juventud, debido a los suicidios de su padre y de su hermano y a otros traumas, como una violación. Cuenta su sanación y su conversión en Arrancada del abismo (Voz de Papel).
-El ser humano está hecho de emociones y sentimientos, y entre ellas también está la tristeza. Lo que es diabólico es alimentar la tristeza, transformarla en un modo de vivir. El cristiano que de verdad vive en Cristo no puede no sentir la llamada de la alegría y de la vida verdadera, y eso ayuda a transfigurar todo sentimiento de tristeza que pueda nacer de manera instintiva en nosotros.
-La depresión no puede ser vivida como una culpa. Es una enfermedad que tiene causas múltiples y variadas, y ser creyente no previene necesariamente la posibilidad de caer en una depresión. La fe en Dios no es vacuna suficiente. Pero quien sabe que "cada uno de nuestros cabellos está contado" sabe también que cada circunstancia es una ocasión para seguir, a veces de manera misteriosa, las huellas de Jesús. Nada enseña tanta humildad y previene contra el orgullo, nada nos muestra nuestra total dependencia y nos educa en nuestra pobreza radical, como una depresión.
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-La depresión es una forma de sufrimiento físico, que tiene repercusión en la bioquímica cerebral. Yo intuí esto una vez que estuve internada en una clínica psiquiátrica. Entendí que Dios me estaba llamando. Cuando el hombre sufre entra en el misterio de la Cruz, esa es mi experiencia personal. Esta sociedad no cristiana nos ha hecho olvidar la relación fundamental con quien nos ha creado, y por eso no buscamos su ayuda. De ahí que la depresión puede ser una herida a través de la cual puede entrar el amor misericordioso de Dios, que te da calor, que te sana, que te envuelve.
-A la vuelta de un viaje a Lourdes me di cuenta de que estaba como fracturada por dentro, debido a que había pasado muchos años alejada de Dios. Esta lejanía puede ser sanada solo cuando volvemos a Él. Para mí fue una restauración de algo que se rompió de niña, cuando me alejé de la dimensión sobrenatural que todos tenemos. En cualquier caso, en paralelo a esta sanación del amor de Dios, es fundamental seguir un camino terapéutico con un profesional.
-En lo que tiene que ver con mi experiencia, fue fundamental el retornar a Dios y recuperar el sentido auténtico de la vida. Pero no es suficiente, porque yo tenía heridas profundas que me marcaron y me hicieron vivir con un modo de pensar equivocado. Cambiar la forma de pensar y de vivir requiere mucho empeño y la ayuda de un profesional adecuado.
»También es importante saber que uno puede hacer mucho por uno mismo. El deprimido suele ser una persona herida que acusa instintivamente a otros de su mal. Yo misma acusaba a mi padre y a mi hermano por sus suicidios, al hombre que me violó… Pero uno tiene que darse cuenta y decir: "Mi vida es mía, y yo me hago cargo de ella y del peso de mi sufrimiento". A mí me impresionan las palabras del Evangelio: "Venid a Mí los que estéis cansados y agobiados, que yo os aliviaré. Tomad sobre vosotros mi yugo y aprended de Mí". Coger la cruz de la depresión para seguir a Jesús al final puede ser algo ligero.
-El paciente psiquiátrico ha sido reducido por la psiquiatría moderna a un conjunto de síntomas. Los fármacos no curan, solo controlan los síntomas hasta un punto. Hay multitud de profesionales que no consideran el camino interior de la persona para su sanación, cuando en realidad la dimensión espiritual es fundamental en el hombre. La psiquiatría y la terapia psicológica funcionan mejor cuando tienes la base del amor de Dios, estoy convencida.
-En mi provincia, los casos de suicidio son el doble de la media nacional, y la edad es cada vez es más baja. Yo hablo a menudo a los adolescentes, y creo que en la raíz de esto está la pérdida de identidad colectiva. Hay un vacío existencial en el que crecen los niños. Las tradiciones se han perdido completamente, no tienen raíces en absoluto, especialmente la tradición familiar y la religiosa. No tienen detrás una razón de ser en el mundo. Cuando hablo con ellos les planteo las preguntas fundamentales: "¿De dónde venimos? ¿Para qué vivimos? ¿Dónde vamos?" Y ellos no saben responderlas. No saber qué responder a esto supone no tener la base fundamental de la vida de cualquier ser humano, y conlleva el riesgo de caer en una fragilidad extrema. Las nuevas generaciones crecen sin modelos de referencia, muchos tienen solo un padre o una madre, a quien apenas ven porque están absorbidos por el trabajo. Los niños llegan a casa y pasan muchas horas solos, no saben qué hacer, ven la tele, se meten en la realidad virtual… Ni siquiera bajan a la calle para jugar con otros niños. Es la destrucción del proyecto de Dios para ellos. Creo que es esto lo que está pasando hoy con los jóvenes.